Выбрать главу

Había sabido que tenía parientes «perdidos hace mucho» mientras investigaba un caso el año anterior y hasta el momento me las había arreglado para mantenerlos a cierta distancia. Que ellos quisieran reanudar el trato no significaba que yo tuviera que complacerles. Admito que en este punto tal vez sea un poco mezquina, pero no puedo evitarlo. Tengo treinta y cinco años y me gusta sentirme sola en la vida. Además, cuando se nos «adopta» a estas edades, ¿cómo sabemos que no se desilusionarán y volverán a repudiarnos?

Descolgué el auricular y marqué el número de Tasha para no acabar cabreándome. Contestó ella misma y me identifiqué.

– Gracias por llamar tan pronto -dijo-. ¿Cómo estás?

– Bien -contesté, esforzándome por adivinar lo que querría de mí.

No nos conocíamos personalmente, pero en el curso de conversaciones anteriores me había contado que era abogada de la propiedad y que trabajaba con testamentos y actas notariales. ¿Buscaba un detective? ¿Quería darme su opinión sobre los fideicomisos?

– Mira, querida. Te llamo con la esperanza de convencerte de que vengas a Lompoc para pasar el día de Acción de Gracias con nosotros. Estará aquí toda la familia y se nos ocurrió que era una ocasión estupenda para conocernos.

El corazón me dio un vuelco. Mi interés por las reuniones familiares era nulo, pero opté por ser educada. Introduje en la voz un falso matiz de pesar.

– Ay, gracias, Tasha, muchas gracias, pero estoy ocupadísima. Unos buenos amigos van a casarse ese día y soy dama de honor.

– ¿El día de Acción de Gracias? Pues sí que es raro.

– Es el único día que tienen libre -dije, pensando ja, ja.

– ¿Y el viernes o el sábado de la misma semana? -preguntó.

– Ah. -Me había quedado sin ideas-. Veamos… Creo que tengo trabajo, pero lo comprobaré. -Nadie me gana a contar mentiras en las cuestiones profesionales. En el aspecto personal soy tan torpe como cualquiera. Alcancé el calendario de mesa, sabiendo que estaba en blanco. Durante una fracción de segundo acaricié la posibilidad de decir que sí, pero de las entrañas me brotó un primitivo aullido de protesta-. Ay, pues no. Estoy ocupada.

– Kinsey, se nota que te resistes y quisiera decirte lo mucho que lo lamentamos. Los conflictos que tuvieran tu madre y la abuela nada tenían que ver contigo. Nos gustaría repararlo, si nos lo permites.

Miré al techo con un suspiro. Había querido evitarlo, pero no iba a tener más remedio que afrontarlo.

– Tasha, eres muy amable y te agradezco lo que dices, pero no servirá de nada. No sé qué decirte. La idea de ir allí, sobre todo un día festivo, me es muy incómoda.

– ¿En serio? ¿Y por qué?

– No sé por qué. No tengo experiencia con familias y no es algo que añore. Es lo que siento y basta.

– ¿No quieres conocer a los demás primos?

– Mira, Tasha, no quisiera parecer grosera, pero hasta ahora nos las hemos apañado los unos sin los otros.

– ¿Cómo sabes que no nos vamos a querer?

– Estoy segura de que sí -dije-, pero ésa no es la cuestión.

– ¿Cuál es entonces?

– Ante todo que no pertenezco a ningún grupo y no me entusiasma que me presionen -dije.

Se produjo un silencio.

– ¿Tiene esto que ver con tía Gin?

– ¿Con tía Gin? En absoluto. ¿Por qué lo preguntas?

– Nos han dicho que era una excéntrica. Supongo que pudo volverte contra nosotros de alguna manera.

– ¿Y cómo? Si ni siquiera os mencionaba.

– ¿Y no te parece raro?

– Pues claro que era raro. Mira, tía Gin era genial en la teoría, pero parece que el contacto humano no le hacía mucha gracia. No es un reproche. Me enseñó mucho, y me dio muchas lecciones que he sabido valorar, pero no soy como otras personas. Hablando con franqueza, en este momento prefiero mi independencia.

– Bobadas. No te creo. A todos nos gusta pensar que somos independientes, pero nadie vive aislado. Somos una familia. No puedes negar el parentesco. Es una condición biológica. Eres de los nuestros, te guste o no.

– Tasha, pongamos las cartas sobre la mesa, ya que estamos en ello. No quiero escenas familiares cálidas y jubilosas. No lo tengo previsto. Así que no nos reuniremos alrededor del piano para cantar a coro canciones pasadas de moda.

– No es eso lo que nos gusta. Hacemos las cosas de otro modo.

– No me refiero a vosotros. Hablo de mí.

– ¿No quieres nada de nosotros?

– ¿Qué, por ejemplo?

– Creo que estás irritada.

– Dejémoslo en ambigua -rectifiqué-. La ira está un par de estratos más abajo. Aún no he llegado a eso.

Guardó silencio un instante.

– Está bien. Lo acepto. Entiendo tu reacción, pero ¿por qué tomarla con nosotros? Si tía Gin no fue como tenía que ser, deberías haber ajustado cuentas con ella.

Las defensas se me revolvieron.

– Tía Gin fue como tenía que ser. Yo no he dicho que no lo fuera. Tenía ideas absurdas sobre la educación infantil, pero hizo lo que pudo.

– Se nota que la querías. No he querido decir que fuera incapaz.

– Voy a decirte algo. Fueran cuales fuesen sus defectos, hizo más que la abuela en toda su vida. Estoy convencida de que dio la misma educación que recibió.

– Entonces es con la abuela con quien estás enfadada.

– ¡Naturalmente! Ya te lo dije al principio -dije-. Mira, no me siento ninguna víctima. Lo hecho, hecho está. Fue como fue y lo he aceptado. Creer que podemos volver atrás y hacer que sea diferente es ridículo.

– Como es lógico, no podemos cambiar el pasado, pero sí el futuro inmediato -dijo Tasha. Cambió de táctica-. No importa. Olvídalo. No quiero provocarte.

– Busco pelea tanto como tú -dije.

– No estoy defendiendo a la abuela. Sé que está mal lo que hizo. Debería haberos buscado. Habría podido hacerlo, pero no lo hizo, ¿de acuerdo? Es agua pasada. Pretérito indefinido. Ninguno de nosotros tuvo nada que ver, de manera que no hagamos que otra generación cargue con ello. Yo la quiero. Es un encanto. También es una vieja malhumorada y roñosa, pero no es un monstruo.

– Nunca he dicho que fuera un monstruo.

– Entonces ¿por qué no lo olvidas y te vienes? Te trataron injustamente. Hubo algunos problemas, pero hace tiempo que terminaron.

– A mí me marcaron para toda la vida y tengo dos matrimonios fracasados para demostrarlo. No lo voy a negar. Pero lo que no haré es pasar la esponja sólo para tranquilizar su conciencia.

– Kinsey, me siento molesta con ese… ese resentimiento que arrastras. No es sano.

– Déjate de pamplinas, ¿quieres? El resentimiento es mío, así que deja que me preocupe yo -dije-. ¿Sabes lo que he acabado por aprender? Que no tengo obligación de ser perfecta. Siento lo que siento y soy como soy, y si eso te molesta, el problema es tuyo, no mío.

– Estás decidida a vengarte, ¿verdad?

– Eh, muñeca, yo no te he llamado, me has llamado tú -dije-. La cuestión es que es demasiado tarde.

– Estás muy amargada.

– No estoy amargada. Soy práctica.

Me percaté de que debatía consigo misma lo que hacer a continuación. La abogada que había en ella se inclinaba sin duda por acosarme como a un testigo de la parte contraria.

– En fin, ya veo que no tiene sentido continuar.

– Exacto.

– Dadas las circunstancias, parece que tampoco hay ningún motivo para comer juntas alguna vez.

– Seguramente no.

Dio un suspiro.

– Bueno. Si alguna vez piensas que puedo serte útil, llámame -dijo.

– Gracias. No se me ocurre en qué podrías serme útil, pero lo recordaré.