– Esto lo encontré en mi mesa hace dos días -dijo Myriam Chi.
Se inclinó hacia delante y entregó a Bruna una pequeña bola holográfica. La rep la colocó sobre su palma y pulsó el botón. Inmediatamente se formó en su mano una imagen tridimensional de la líder del MRR. No tenía más de diez centímetros de altura, pero mostraba con nitidez a una Myriam de cuerpo entero, sonriendo y saludando. De pronto apareció de la nada una mano minúscula armada con un cuchillo, y la hoja, enorme por comparación, rajó de arriba abajo el vientre de la rep y sacó hábilmente el paquete intestinal haciendo palanca con la punta del arma. Las tripas se desparramaron y el holograma se apagó. Eso era todo y era bastante.
– Joder -murmuró Bruna, a su pesar.
Había sentido el impacto de la escena en el estómago, pero una milésima de segundo después consiguió recuperar su aplomo. Volvió a apretar el botón y ahora se fijó mejor.
– Tú sonríes durante todo el tiempo. Debe de ser una imagen de los informativos, o de…
– Es el final de un mitin del año pasado. Lo holografiamos entero y se vende en nuestra tienda de recuerdos. Los simpatizantes lo compran. Es una manera de sacar fondos para el movimiento.
– O sea que puede conseguirlo cualquiera…
– Tenemos muchos simpatizantes y ese holograma es una de nuestras piezas más vendidas.
Bruna advirtió un timbre peculiar en las palabras de Myriam, un retintín irónico, y alzó la vista. La mujer le devolvió una mirada impenetrable. La melena castaña larga y ondulada, el traje entallado, el rostro maquillado. Para ser la líder de un movimiento radical tenía un aspecto curiosamente convencional. Volvió a pulsar la bola. La imagen superpuesta del destripamiento parecía real, no virtual. Posiblemente fuera un animal en algún matadero.
– De hecho es un montaje bastante burdo, Chi. Yo diría que es un trabajo doméstico. Pero resulta muy eficaz, porque toda esa carnicería inesperada y tremenda impide que te fijes en los defectos. ¿Me la puedo quedar?
– Por supuesto.
– Te la devolveré cuando la analice.
– Como puedes comprender, no la quiero para nada… Pero sí, supongo que es una prueba que hay que conservar.
Ah, se dijo Bruna, te he pillado. Myriam había acompañado la frase con un pequeño suspiro, y su actitud firme y algo prepotente de líder mundial que está por encima de estas pequeñeces se había resquebrajado un poco, mostrando un destello de miedo. Sí, claro que estaba asustada, y con razón. Husky recordó con vaguedad otros incidentes anteriores, violentos reventadores en sus mítines e incluso unos supremacistas que intentaron pegarle un tiro, ¿o fue ponerle una bomba? Al llegar a la sede del MRR había tenido que pasar por varios controles, incluyendo un escaneo de cuerpo entero.
– Y dices que, aparte de ti, sólo hay otras dos personas autorizadas para entrar en este despacho.
– Eso es. Mi ayudante y la jefa de seguridad. Y ninguno de los dos abrió la puerta. En el registro de actividad de la cerradura no consta que entrara nadie desde que me fui de aquí la noche anterior hasta que regresé a la mañana siguiente. Y para entonces ya estaba la bola holográfica sobre mi mesa.
– Lo que significa que alguien ha manipulado ese registro… Tal vez alguien de dentro. ¿La jefa de seguridad?
– Imposible.
– Te sorprendería saber las infinitas posibilidades de lo imposible.
Myriam carraspeó.
– Es mi pareja. Vivimos juntas desde hace tres años. La conozco. Y nos queremos.
Bruna tuvo una visión fugaz de Myriam como objetivo amoroso. Esa fría seguridad en sí misma punteada por la fragilidad del miedo. Ese activismo gritón e impertinente unido a su aspecto tradicional. ¡Pero si incluso llevaba las uñas pintadas a la moda retro! Tanta contradicción aumentaba su atractivo. Por un instante, Bruna se dijo que podía entender a la jefa de seguridad. Encontrar sexy a Myriam le puso de mal humor.
– ¿Y qué me dices de tu ayudante? ¿También le quieres lo suficiente como para exculparlo? -preguntó con innecesaria grosería.
Myriam Chi no se inmutó.
– Él también está fuera de toda sospecha. Llevamos demasiados años trabajando juntos. No te equivoques, Husky. No pierdas el tiempo mirando donde no debes. Te repito que esto está relacionado con el tráfico de memorias adulteradas, estoy segura. Eso es lo que tienes que investigar y por eso te he llamado precisamente a ti: porque viste a una de las víctimas.
Sí, se lo había dicho nada más llegar con tono imperativo. La líder del MRR le había explicado que antes de Cata Caín ya había habido otros cuatro reps muertos en condiciones similares. Y que, en cuanto ella se interesó en el asunto y fue a hablar con los amigos y compañeros de las víctimas, empezó a recibir extrañas presiones: llamadas anónimas y no rastreables que le aconsejaban olvidarse de todo, mensajes en su ordenador con un creciente tono de amenaza y, por último, la bola holográfica, más intimidatoria por el hecho de haber aparecido en su despacho que por su truculento contenido. Bruna no estaba acostumbrada a que sus clientes le ordenaran lo que tenía que hacer, antes al contrario. La gente contrataba a un detective privado cuando se encontraba perdida. Cuando se sentía amenazada pero no tenía claro cuál era el peligro, o cuando necesitaba demostrar una oscura sospecha, tan oscura que no sabía ni por dónde empezar a buscar. Los clientes de un detective privado siempre estaban sumidos en la confusión, porque de otro modo hubieran acudido a la policía o a los jueces; y por experiencia Bruna sabía que cuanto más confuso estuviera quien le contrataba mejor funcionaba la relación laboral, porque más libertad dejaba el cliente a su sabueso y más le agradecía cualquier pequeño dato que encontrara. En realidad un detective privado era un conseguidor de certezas.
– ¿Por qué no has ido a la policía?
Chi sonrió burlonamente.
– ¿A la policía humana, quieres decir? ¿Quieres que vaya a preguntarles por qué hay alguien ahí matando reps? ¿Crees que van a tomarse mucho interés?
– También hay agentes tecnohumanos…
– Oh, sí. Cuatro pobres imbéciles haciendo de coartada. Vamos, Husky, tú sabes que estamos totalmente discriminados. Somos una especie subsidiaria y unos ciudadanos de tercera clase.
Sí, Bruna lo sabía. Pero pensaba que la discriminación contra los reps se englobaba en una discriminación mayor, la de los poderosos contra los pringados. Como esa pobre humana del bar de Oli, la mujer-anuncio de la Texaco-Repsol. El mundo era esencialmente injusto. Tal vez los reps tuvieran que soportar condiciones peores, pero por alguna razón a la detective le ponía enferma sentirse perteneciente a un colectivo de víctimas. Prefería pensar que la injusticia era democrática y atizaba sus formidables palos sobre todo el mundo.
– Además no me fío de la policía porque es probable que el enemigo tenga infiltrados dentro… Estoy convencida de que detrás de este asunto de las memorias adulteradas hay algo mucho más grande. Algo político…
Vaya, pensó Bruna con irritación: seguro que ahora dice que hay una conjura. Estaban entrando en la zona paranoica típica de todos estos movimientos radicales.
– Algo que puede ser incluso una conspiración.
– Bueno, Chi, permíteme que lo ponga en duda. Por lo general no soy nada partidaria de las teorías conspiratorias -exclamó Bruna sin poder evitarlo.
– Me parece muy bien, pero las conjuras existen. Mira las recientes revelaciones sobre el asesinato del presidente John Kennedy. Por fin se ha conseguido saber lo que sucedió.
– Y a estas alturas, siglo y medio después del magnicidio, la verdad no le ha interesado a nadie. No digo que no existan conspiraciones; digo que hay muchas menos de las que la gente imagina, y que suelen ser improvisadas chapuzas, no perfectas estructuras maquiavélicas… La gente cree en las conspiraciones porque es una manera de creer que, en el fondo, el horror tiene un orden y un sentido, aunque sea un sentido malvado. No soportamos el caos, pero lo cierto es que la vida es pura sinrazón. Puro ruido y furia.