Myriam la miró con cierta sorpresa.
– Shakespeare… Una cita muy culta para alguien como tú.
– ¿Y cómo soy yo?
– Una detective… Una rep de combate… Una mujer con la cabeza rapada y un tatuaje que le parte la cara.
– Ya. Pues a mí también me sorprende que una líder política reconozca las palabras de Shakespeare. Creía que los activistas como tú dedicaban su vida a la causa. No a leer y a pintarse las uñas.
Myriam sonrió esquinadamente y bajó la cabeza un instante, pensativa; cuando la volvió a levantar, su rostro mostraba de nuevo esa inesperada fragilidad que la detective había creído atisbar momentos antes.
– ¿Por qué no te gusto, Husky?
La detective se removió incómoda en el asiento. En realidad se arrepentía de haber hablado tanto. No sabía por qué se estaba comportando de esa manera tan inusual. ¿Discutir sobre el caos de la vida con un cliente? Debía de haber perdido el juicio.
– No es eso. Digamos que me fastidia el victimismo.
¡Había vuelto a hacerlo!, se asombró Bruna. Continuaba polemizando con Chi de manera irrefrenable.
– ¿Te parece victimismo que denuncie, por ejemplo, que los laboratorios no estudian la curación del TTT? Tengo datos: sólo se invierte un 0,2 del presupuesto de investigación médica en la búsqueda de un remedio para el Tumor Total Tecno, aunque los reps somos el 15 por ciento de la población y todos morimos de lo mismo…
Cuatro años, tres meses y veintitrés días, pensó Bruna sin poderlo remediar. Como tampoco pudo remediar el impulso fatal de seguir discutiendo.
– Me parece victimismo creer que el universo entero está confabulado en contra tuya. Como si uno fuera el centro de todo. El sentimiento de superioridad es un defecto que suele acompañar al victimismo… Como si uno tuviera algún mérito por ser como el azar le ha hecho ser.
– El azar y la ingeniería genética de los humanos, en nuestro caso… -susurró Myriam.
Las dos mujeres se quedaron calladas y los segundos pasaron con embarazosa lentitud.
– Te conozco, Bruna -dijo al fin la líder del MRR con voz suave.
Tan suave que el repentino uso del nombre propio pareció algo necesario y natural.
– Conozco a la gente como tú. Estás tan llena de rabia y de pena que no puedes poner palabras a lo que sientes. Si admites tu dolor temes terminar siendo tan sólo una víctima; y si admites tu furia temes acabar siendo un verdugo. La cuestión es que detestas ser un rep, pero no lo quieres reconocer.
– No me digas…
– Por eso te inquieto y te intrigo tanto… -prosiguió Myriam inmutable-. Porque represento todo lo que temes. Esa naturaleza rep que odias. Relájate: en realidad se trata de un problema muy común. Mira a los de la Plataforma Trans… Ya sabes, esa asociación que engloba a todos los que quieren ser lo que no son… Mujeres que quieren ser hombres, hombres que quieren ser mujeres, humanos que quieren ser reps, reps que quieren ser humanos, negros que quieren ser blancos, blancos que quieren ser negros… Por ahora parece que no ha habido bichos que quieran ser terrícolas y viceversa, pero todo se andará, todavía llevamos poco tiempo de contacto con los alienígenas. Creo que tanto los humanos como los reps somos criaturas enfermas, siempre nos parece que nuestra realidad es insuficiente. Por eso consumimos drogas y nos metemos memorias artificiales: queremos escapar del encierro de nuestras vidas. Pero te aseguro que la única manera de solucionar el conflicto es aprender a aceptarte y encontrar tu propio lugar en el mundo. Y eso es lo que hacemos en el MRR. Por eso nuestro movimiento es importante, porque…
A su pesar, Bruna había seguido con cierta atención las palabras de Chi, pero cuando la mujer citó el MRR, una burbuja de irrefrenable y liberador sarcasmo subió a la boca de la detective.
– Elocuente homilía, Chi. Un mitin estupendo. Deberías holografiarlo y venderlo en vuestra tienda de recuerdos. Pero ¿qué te parece si volvemos a lo nuestro?
Myriam sonrió. Una pequeña mueca apretada y fría.
– Por supuesto, Husky. No sé en qué estaba pensando. Olvidé que te acabo de contratar y que cobras por horas. Mi ayudante te dará la documentación que hemos reunido sobre los casos anteriores y tratará contigo el tema de tus honorarios. Puedes pedirle que añada unas cuantas gaias por el tiempo que has empleado en escuchar el mitin.
Bruna sintió el escozor de la pequeña humillación. Era como haber sido abofeteada. Y, de alguna manera, con razón.
– Perdona si antes te he parecido grosera, Chi, pero…
Myriam la ignoró olímpicamente y siguió hablando. O más bien ordenando:
– Sólo una cosa más: quiero que vayas a ver a Pablo Nopal.
– ¿A quién?
– A Nopal. El memorista. ¿No sabes quién es? Pues deberías. Para su desgracia, es bastante conocido…
El nombre de Pablo Nopal despertó en efecto vagas resonancias dentro de la cabeza de la detective. ¿No era uno que había sido acusado de asesinato?
– Tuvo problemas con la justicia, ¿no?
– Exacto.
– No recuerdo bien. No me gustan los memoristas.
– Peor para ti, porque me parece que en este caso vas a tener que hablar con unos cuantos. Vete a ver a Nopal enseguida. Puede que él sepa quién ha redactado las memorias adulteradas. A ver qué le sacas. Eso, lo primero. Y luego ven a contármelo. Quiero que los informes me los des sólo a mí. Esto es todo por ahora, Bruna Husky. Espero tener noticias pronto.
– Un momento, no hemos hablado de tu seguridad… Creo que deberías cambiar tus costumbres y tomar ciertas medidas suplementarias, tal vez tendríamos que…
– No es la primera vez que me amenazan de muerte y sé muy bien cómo defenderme. Además, dispongo de una excelente jefa de seguridad, como te he dicho. Y ahora, si no te importa, tengo una mañana muy complicada…
Bruna se puso en pie y estrechó la mano de la mujer. Una mano de consistencia dura y áspera, pese a las uñas pintadas en un delicado tono azul pastel. En la pared, detrás de la silla de Myriam, había un retrato enmarcado del inevitable Gabriel Morlay, el mítico reformador rep. Qué joven parecía. Demasiado joven para su fama. Chi, en cambio, mostraba pequeñas arrugas en las comisuras de la boca y cierta falta de frescura general. Debía de estar ya cerca de su TTT, aunque seguía siendo una mujer hermosa. El atractivo de Myriam volvió a llegar a Bruna como una ráfaga de aire. La detective se sintió insatisfecha e incómoda. Sospechaba que se había comportado como una idiota. Expulsó ese molesto pensamiento de su cabeza e intentó concentrarse en su nuevo trabajo. Tendría que hablar con esa jefa de seguridad tan excelente, se dijo. El hecho de que fuera la pareja sentimental de Myriam Chi no sólo no la exculpaba, sino que la convertía en sospechosa. Estadísticamente estaba comprobado que el dinero y el amor eran las causas principales de los delitos violentos.
Tras la entrevista con Chi, la detective regresó a casa en el tranvía aéreo y, antes de subir a su piso, pasó por el supermercado de la esquina y compró provisiones y una nueva tarjeta de agua purificada. En las temporadas en las que no tenía trabajo la androide nunca encontraba el momento de atender las necesidades cotidianas, pese a disponer supuestamente de todo su tiempo. La despensa se vaciaba, las superficies se iban cubriendo de capas de polvo y las sábanas se eternizaban en la cama hasta adquirir un olor casi sólido. Sin embargo, cuando recibía un encargo Bruna necesitaba poner orden en su entorno para poder sentir ordenada la cabeza. Tener la mente a punto era un requisito esencial en su oficio, porque el buen detective no era el que mejor investigaba, sino el que mejor pensaba. De manera que, tras guardar la compra en la cocina e insertar la tarjeta de agua en el contador, Bruna dedicó un par de horas a limpiar y ordenar la casa, lavar la ropa sucia y tirar las botellas vacías que se alineaban como bolos junto a la puerta.