Выбрать главу

En realidad, tampoco era tan difícil, reflexionó Bruna; ella misma había accedido al informe de Cata Caín… En cuanto al memorista, no pudo evitar pensar en Pablo Nopal.

– ¿Cuándo la viste por última vez, Habib?

– Vino a verme aquí, a mi despacho, ayer por la tarde. Teníamos cosas que decidir del MRR, cosas de trabajo. Pero yo la veía muy nerviosa, muy desconcentrada. Le pregunté que qué le pasaba y estuvimos hablando de las muertes. Luego se levantó y se marchó. Dijo que estaba muy cansada y que pensaba irse pronto a casa a dormir. Pero no se fue, o por lo menos no por la puerta principal. Sus guardaespaldas se quedaron esperando hasta las 00:00 y cuando subieron a buscarla no la pudieron encontrar por ningún lado.

– ¿Cómo es que aguardaron tanto?

– Muchas veces se quedaba trabajando sola hasta muy tarde.

– ¿Y no se preocuparon al no encontrarla?

– Se preocuparon y me avisaron. Y yo avisé a Nabokov, que tampoco sabía nada porque Chi no había ido a casa. Entonces nos volvimos locos de miedo. Con razón.

Callaron unos segundos, mientras las violentas imágenes de la muerte de Myriam cruzaban chirriantemente las cabezas de ambos y el aire que mediaba entre ellos parecía adquirir un resplandor de sangre.

– ¿A qué hora fue tu conversación con Chi?

– Estuvimos juntos entre las 18:00 y las 19:00, más o menos. Y yo fui el último que la vio con vida.

Bruna intentó contener un pequeño sobresalto. La llamada de Myriam había sido a las 18:30.

– ¿Estás seguro?

Habib sonrió. Él también tenía grandes ojeras y aspecto macilento.

– Completamente. Y no necesitas disimular tu sorpresa. Yo estaba delante cuando ella te llamó, Husky. Y además sé lo que quería decirte.

Hizo una pausa teatral que Bruna soportó con dificultad.

– Cabe la posibilidad… Tienes que prometer guardar un absoluto secreto sobre todo esto, Husky. Nos jugamos demasiado. En fin, por desgracia cabe la posibilidad de que estén implicados algunos reps en estas matanzas. No es precisamente la mejor noticia para nuestro movimiento, pero me temo que hay bastantes evidencias.

– ¿Qué quieres decir? ¿Cómo de implicados? ¿De qué evidencias hablas?

– Siempre ha habido reps violentos, tú lo sabes. Y, si quieres que te diga la verdad, lo comprendo muy bien, porque la marginación y el desprecio a los que nos someten los humanos son difíciles de soportar. Pero en el MRR no somos partidarios de la violencia, ni ética ni estratégicamente. Nuestro movimiento intenta precisamente dar una plataforma democrática a la lucha por la dignidad y la igualdad de nuestra especie.

Bruna reprimió un gesto de impaciencia.

– Sí, sí, ya sé. Pero estábamos hablando de las evidencias…

– La cerradura del despacho de Myriam fue manipulada por un rep de Complet, nuestra empresa de mantenimiento. La puerta se alteró para que no registrara la clave de la persona que depositó la bola holográfica sobre la mesa.

– ¿Habéis hablado con la empresa?

– Nuestros técnicos descubrieron la manipulación de la cerradura ayer por la mañana, e inmediatamente nos dirigimos a la sede de Complet. Llegamos tarde por minutos. Obviamente habían salido huyendo a toda prisa tras borrar sus bases de datos.

– Una huida muy oportuna…

Habib suspiró.

– Sí… Yo también lo pensé. Me resulta muy difícil de creer, pero es posible que alguien del MRR les avisara de nuestra visita… El problema es que podría ser casi cualquiera porque lo sabía mucha gente: los técnicos, algunos miembros del consejo, los chicos de Valo…

– ¿Los chicos de Valo?

– Los reps de combate que forman nuestro equipo de seguridad. Ya sabes que hemos sufrido numerosas agresiones. Ayer fuimos a la sede con diez de los nuestros. Por si acaso.

– ¿Desde cuándo trabajabais con Complet?

– Cuatro o cinco meses. Te buscaré el dato exacto. Pero, en cualquier caso, la implicación de la empresa parece indicar que no se trata de un acto aislado de violencia individual, sino de un asunto mucho más complejo, más sofisticado y meticulosamente organizado… Y hay algo más. ¿Has visto a ese fanático de Hericio en las noticias?

– Sí.

– ¿No es curioso que salga justo ahora contando todo eso? ¿Y no te parece raro que esté tan informado? Sabemos que Hericio se ha visto con un rep.

– ¿Cómo lo sabéis?

Habib torció las comisuras de la boca hacia abajo en un gesto vago y agitó blandamente su mano en el aire.

– Bueno… Digamos que intentamos estar al tanto de lo que hace el enemigo. Y uno de los nuestros vio a Hericio entrevistándose con un rep en un lugar público pero discreto.

Los sillones bajo el lucernario del Museo de Arte Moderno se encendieron en la memoria de Bruna.

– ¿En qué lugar se vieron?

– En la parada de un tram. ¿Importa mucho eso?

La detective negó con la cabeza sintiéndose algo estúpida.

– El caso es que creemos que pudo ser uno de los empleados de Complet. Es una compañía íntegramente formada por androides. Siempre intentamos trabajar con los nuestros. En fin, Myriam pensaba que el PSH había conseguido comprar de alguna manera a esos miserables. Y que todo es un plan para desprestigiar a nuestro movimiento y para crear un clima de opinión antitecno que pudiera favorecer a su partido.

Bruna reflexionó unos instantes.

– Resulta plausible. Lo malo, Habib, es que no podemos descartar que no se trate de un grupo nuevo de terroristas reps.

– Pero ¿por qué iban a atacar a otros tecnohumanos?

– Para asustar a los androides, para hacerles creer que se trata de un complot de los supremacistas, como tú mismo has dicho… Para radicalizar a los reps y desatar la violencia entre las especies.

– Mmmm… sí… Quizá. En cualquier caso, urge que aclaremos lo que sucede cuanto antes. Porque es cierto que la tensión social está aumentando por momentos. Myriam era consciente de esa urgencia y por eso te llamó ayer. Sé lo que quería pedirte: que investigaras al PSH, en especial a Hericio. Y, por cierto, creo que verlo aparecer esta mañana en los informativos refuerza la teoría de Chi.

Bruna asintió lentamente.

– Está bien. Veré lo que hago.

Se pusieron de pie y Habib la escoltó hasta la puerta del despacho. Apenas dos pasos en un cuarto tan pequeño. Antes de salir, Bruna se volvió hacia él.

– Sólo una pregunta más: ¿qué le ha pasado a Nabokov en las manos?

El hombre arrugó el ceño y se quedó mirándola, como sopesando qué respuesta darle.

– Valo no está bien -dijo al fin-. Se le ha… se le ha manifestado ya el TTT. O eso creemos, porque no ha querido ir al médico. En cambio está acudiendo a una sanadora… Esas marcas son mordeduras de víbora. De una víbora africana cuyo veneno dicen que cura el cáncer rep. Bueno, ya sabes cómo son esas cosas.

Sí, Bruna lo sabía. La inevitabilidad y ferocidad del TTT hacía que muchos androides buscaran curaciones milagrosas, y en torno a los tecnos florecía un confuso y abigarrado mercado de tratamientos alternativos y terapeutas marrulleros. Como todos los androides, ella también recibía en su casa la indeseada publicidad de una horda de charlatanes que prometían acabar con los tumores por medio del magnetismo, de los rayos gamma, de terapias cromáticas o de ponzoñas animales, como en el caso de Nabokov. Pero, que ella supiera, nadie había podido salvarse aún de la temprana muerte.

La detective regresó a su casa abrumada por un profundo desaliento. Había días que parecían torcerse desde por la mañana y en los que la vida empezaba a pesar sobre los hombros como una manta mojada. El timo de las mordeduras de víbora le había recordado que llevaba varios días sin mirar el correo, de modo que abrió su buzón y se topó con una algarabía de anuncios publicitarios tridimensionales y holográficos. Estaban programados para ponerse en funcionamiento al primer rayo de luz, y ahora, recién activados, abarrotaban la pequeña caja con un agitado barullo de formas y colores, de vocecitas y músicas chirriantes. Por eso detestaba recoger las cartas, se dijo con irritación; y empezó a sacar los anuncios a manotazos y a arrojarlos al contenedor amarillo dispuesto al pie de los buzones: anuncios de vacaciones en la playa, de bicicletas solares Torres, de gimnasios, de tratamientos estéticos de lipoláser y de las consabidas y malditas curas milagrosas para el cáncer tecno. La publicidad caía chillando en el contenedor y allí, una vez recuperada la oscuridad, volvía a callarse. Qué alivio, pensó Bruna; y en su furia limpiadora estuvo a punto de tirar también un pequeño estuche de mensajería. Por fortuna lo vio a tiempo y lo abrió: era la mema que compró a la traficante; había mandado la memoria a analizar en un laboratorio y ahora le llegaban los resultados. Estaba impaciente por saber qué ponía y se puso a leer el informe allí mismo, de pie junto a los buzones. Decía que era una mema ilegal pero que no estaba adulterada, y desde luego no incitaba a la violencia ni resultaba letal. Tras el dictamen venía la descripción detallada de las escenas contenidas en la memoria: quinientas, en efecto, como había dicho Nopal. Las ojeó por encima con la misma repugnancia con la que miraría las tripas aplastadas de una cucaracha. Al final el laboratorio adjuntaba la factura por su trabajo: trescientas gaias. Lo que le faltaba. La única ventaja del asunto era que no tendría que volver a ver a la desagradable mutante de la oreja perruna: era una pista que ya no llevaba a ningún lado.