Delante de la puerta del Anatómico Forense estaba aparcado un coche. No era un vehículo policial reglamentario, pero las placas grises indicaban que se trataba de un transporte oficial. Sin duda era el coche del inspector Paul Lizard, del Lagarto, del Caimán, de ese gigantón poco fiable. Bruna inspiró profundamente. La piel le ardía, pero ahora desde dentro. En unos momentos la rep iba a hacer algo con eso. Con toda esa energía y ese fuego. En unos instantes Bruna empezaría a cruzar la ciudad, navegaría a través de la noche en busca de sexo; de una explosión carnal capaz de vencer a la muerte. La única eternidad posible estaba entre sus piernas. Como la mayoría de los humanos y los tecnohumanos, Bruna era más o menos bisexuaclass="underline" sólo unos pocos individuos eran exclusivamente heterosexuales u homosexuales. Pero, por lo general, a la rep le gustaban más los hombres; y esta noche, en cualquier caso, le apetecía un varón. Tal vez un tipo tan grande como el lagarto Lizard, un humano gigante al que haría implorar por su sexo de androide. Bruna soltó una pequeña carcajada. Su ritmo cardiaco se había acelerado, su cuerpo parecía hervir, el aire estaba cargado de feromonas. Ah, la embriaguez de la noche. Ella era una estrella a punto de estallar, un quásar pulsante. Caminó un par de pasos, gozando de su vigor y su agilidad, de su hambre y su salud. De una alegría feroz. Metió una mano por debajo de la pequeña falda metalizada y, apoyándose en el vehículo aparcado, se quitó las bragas. Esa noche quería deambular por la ciudad sin ropa interior. No era la primera vez que lo hacía y no sería la última. Qué placer sentirse toda abierta, desembarazada de trabas, disponible. Antes de irse, dejó el tanga sobre el parabrisas del coche del policía. El mundo zumbaba alrededor y un latido de vida estremecía sus venas, su corazón y, sobre todo, el centro de su desnuda flor, justo ahí abajo.
Archivo Central de los Estados Unidos de la Tierra
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Madrid, 22 enero 2109, 11:06
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Tierras Flotantes
Etiquetas: Historia de la Ciencia, Culto Labárico, aristopopulismo, Plagas, Guerras Robóticas, acuerdos bilaterales, Segunda Guerra Fría.
#63-025
Artículo en edición
Las Tierras Flotantes actualmente existentes son el Estado Democrático del Cosmos y el Reino de Labari. Estas dos gigantescas estructuras artificiales mantienen órbitas fijas con respecto a la Tierra y son verdaderos mundos dotados de una plena autonomía. Aunque por razones estratégicas tanto Cosmos como Labari cultivan una críptica política de ocultación de datos, se supone que en cada una de las Tierras Flotantes hay entre quinientos y setecientos millones de habitantes. Todos ellos humanos, porque en ambos lugares se prohíbe la residencia a tecnos y a alienígenas, lo que convierte estas Tierras en zonas indudablemente más seguras para nuestra especie.
Las primeras menciones a la eventual necesidad de construir un mundo artificial en la estratosfera que, en caso de catástrofe, pudiera albergar al menos a una parte de la Humanidad se remontan a la llamada Era Atómica, que son las décadas posteriores a la explosión, a mediados del siglo XX, de las primeras bombas de fisión nuclear sobre poblaciones civiles (Hiroshima y Nagasaki). Pero fue a lo largo del siglo XXI, con los estragos del Calentamiento Global, que elevó dos metros el nivel de los océanos e inundó un 18% de la superficie terrestre, y, sobre todo, con la alta mortandad, la desesperanza y la inseguridad causadas por las Plagas, la guerra rep y las Guerras Robóticas, cuando la idea de construir mundos alternativos en el espacio se convirtió en una necesidad social y una posibilidad real.
El Reino de Labari recibe su nombre del fundador de la Iglesia del Único Credo, el argentino Heriberto Labari (2001-2071). Podólogo de profesión, Labari nació el 11 de septiembre de 2001, fecha en que se produjo el famoso atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, coincidencia que más tarde consideraría como prueba de su predestinación. Cuando cumplió treinta años, Labari dijo haber recibido un mensaje divino. Abandonó su empleo, fundó la Iglesia del Único Credo y se dedicó a predicar el Culto Labárico, que, según él, era la religión original y primigenia, traída a la Tierra por los extraterrestres en tiempos remotos y luego deformada y fragmentada, por ignorancia y codicia, en las diversas creencias del planeta. El Culto ofrece una mezcla sincrética de las religiones más conocidas, especialmente del cristianismo y el islamismo, así como ingredientes de los juegos de rol y de fantasía, con la evocación de un mundo medieval izante, jerárquico, sexista, esclavista y muy ritualizado. Para divulgar sus enseñanzas, Heriberto Labari escribió una veintena de novelas de ciencia ficción que pronto se hicieron muy populares: «Mis relatos fantásticos son las parábolas cristianas del siglo XXI.» Hay que tener en cuenta que la fundación de la Iglesia del Único Credo coincidió con los terribles años de las Plagas, una de las épocas más violentas y trágicas de la historia de la Humanidad, y el mensaje de Labari parecía ofrecer seguridad y una posibilidad de salvación. Cuando el profeta murió en 2071, asesinado por un fanático chií, los únicos ya sumaban cientos de millones en toda la Tierra y entre ellos había grandes fortunas, desde jeques árabes del Golfo a importantes empresarios occidentales.
Pocos años antes de su muerte, Labari había empezado a hablar de la construcción de un mundo estratosférico, no sólo para huir de una Tierra cada vez más convulsa, sino también para crear allí la sociedad perfecta, según los rígidos parámetros del Culto Labárico. Su novela póstuma, El Reino de los Puros, especificaba detalladamente cómo sería ese lugar. Labari tiene la forma de un grueso anillo o más bien de un enorme neumático. Según todos los indicios fue generado por unas bacterias semiartificiales capaces de autorreproducirse en el espacio a velocidad vertiginosa, formando una materia semiorgánica porosa, ligera, indeformable y prácticamente indestructible. Las claves de esta técnica sumamente innovadora siguen siendo un secreto. Resulta llamativo que una sociedad oficialmente antitecnológica haya sido capaz de un hallazgo científico de tal calibre, si bien es cierto que todos los procesos empleados son naturales o parecen mimetizar a la naturaleza de algún modo. Los habitantes del Reino viven dentro de las paredes del anillo; en el hueco interior, un inmenso reservorio de agua y algas liberadoras de hidrógeno proporciona la energía necesaria.