Si Labari es el resultado de una nueva religión, Cosmos es el producto de una ideología. Aunque tal vez ambas cosas vengan а sеr lo mismo. Cuando se firmó en 2062 el Pacto de la Luna que puso fin a la guerra rep, sólo hubo un Estado que no lo suscribió: Rusia. Por entonces el antiguo imperio ruso estaba atravesando el peor momento de su historia. Era un país en bancarrota, asolado por las bandas y drásticamente reducido en su superficie, porque varias guerras sucesivas y enconados conflictos vecinales habían ido empequeñeciendo sus fronteras. Como eran tan pobres y estaban tan atrasados que ni siquiera disponían de centros de producción de tecnohumanos, el hecho de que no firmaran el Pacto de la Luna no alteró en absoluto la efectividad del acuerdo. Pero la negativa hizo famosa de la noche a la mañana a Amala Elescanova, que acababa de ser elegida presidenta de esa nación en ruinas.
Elescanova (2013-2104) era la líder y fundadora del partido Регенераuия, Regeneración. Sostenía que todos los males del mundo eran el resultado del abandono de las utopías y de haberse rendido a los abusos del capitalismo. Aunque aseguraba que tanto el marxismo como el modelo soviético estaban obsoletos, reivindicaba la creación de un frente común revolucionario para acabar con las desigualdades del mundo. En su ensayo Minorías responsables y masas felices, piedra angular de su ideología, Elescanova proponía una sociedad gobernada por los más aptos y los más sabios, semejante a la República platónica pero reforzada por los adelantos científicos: «Incluso se podrán potenciar las cualidades óptimas de los nuevos dirigentes desde el mismo zigoto por medio de técnicas eugenésicas (…) La Ciencia y la Conciencia Social Unidas para Crear los Superhombres y las Supermujeres del Futuro (mayúsculas en el texto original).»
El regeneracionismo o aristopopulismo, como enseguida fue denominado, prendió como la paja seca en todo el mundo, sobre todo cuando, a partir de mediados de los sesenta, diversos países empezaron a implantar el cobro del aire y los ciudadanos con menos recursos se vieron obligados a emigrar en masa a las zonas más contaminadas. Pero no fueron sólo los sectores económicamente débiles quienes adoptaron las doctrinas de Elescanova; poderosos partidos procedentes de diversos países e ideologías distintas, desde la extrema izquierda a la extrema derecha, se unieron a la líder rusa formando en 2077 el Movimiento Internacional Aristopopular (MIA), antiburgués, antirreligioso y anticapitalista, aunque, paradójicamente, el MIA dispusiera de un considerable capital.
Un movimiento así aspira naturalmente a dominar el mundo, pero tal vez la Tierra no les pareciera un lugar con demasiado futuro. Ya fuera por esto o por la noticia de que los labáricos iban a construir un reino flotante, lo cierto es que la primera decisión del MIA fue la de crear su propia plataforma extraterrestre. De hecho, se planteó una especie de feroz competición entre los únicos y los aristopopulares para ver quién finalizaba antes su proyecto, como si el ingente logro de un mundo artificial pudiera servir de reclamo publicitario para sus respectivas y antitéticas visiones de la vida. Pese a haber comenzado más tarde la carrera, fue el MIA quien ganó: el Estado Democrático del Cosmos se inauguró en 2087, mientras que los primeros súbditos del Reino de Labari no llegaron hasta 2088.
También en este caso se desconocen los detalles y los planos, pero no cabe duda de que Cosmos es una construcción técnicamente deslumbrante. Una multitud de pirámides hechas con nanofibras de carbono se unen unas a otras hasta conformar una estructura megapiramidal. El resultado es una especie de red tubular, un andamiaje del que cuelgan los edificios o núcleos de habitabilidad, comunicados por calles que discurren por el interior de los tubos. En cuanto a las fuentes de energía, parece ser que utilizan una tecnología secreta que permite sacar un alto rendimiento al viento solar.
Aunque desde la Tierra se siguió la construcción de estos mundos artificiales con creciente desconfianza y aprensión, el hecho de que ambos proyectos estuvieran impulsados por movimientos sociales multinacionales y, sobre todo, el caos y la mortandad provocados por las Guerras Robóticas (2079-2090) impidieron que se pudiera articular ninguna oposición efectiva contra la creación de estas naciones flotantes. Y, cuando por fin fueron inauguradas, millones de terrícolas desesperados intentaron ser admitidos en alguno de los dos mundos para poder huir de la tremenda desolación de la guerra. Cosmos y Labari estuvieron ausentes de los Acuerdos Globales de Casiopea, porque se niegan a otorgar a los tecnohumanos y a los alienígenas los mismos derechos que a los humanos. Sin embargo con posterioridad tanto los únicos como los aristopopulares firmaron acuerdos bilaterales con los Estados Unidos de la Tierra, aunque las relaciones nunca han sido fáciles. Esta coexistencia llena de suspicacias, secretos y tensiones ha sido bautizada por los analistas como la Segunda Guerra Fría. Por otra parte, dado que ambos mundos siguen siendo entre sí enemigos encarnizados y carecen de relaciones diplomáticas, los EUT se han visto obligados a actuar en ocasiones como una especie de intermediario extraoficial.
Por último, algunas fuentes hablan de la existencia de un tercer mundo flotante, una estructura mucho más pequeña, quizá incluso autopropulsada, más una meganave que una plataforma orbital, en donde una sociedad democrática, tolerante y libre viviría una vida razonablemente justa y feliz. Esta colectividad habría comenzado su andadura clandestina durante los años confusos de las Guerras Robóticas y desde entonces se las habría arreglado para ocultarse en el espacio. Su nombre sería Ávalon, pero todo parece indicar que se trata de una leyenda urbana.
Lo primero de lo que fue consciente, como siempre, fue del punzante latido de las sienes. La resaca barrenando su cabeza con un tornillo de fuego.
Luego percibió una claridad rojiza a través de la membrana de sus párpados. Unos párpados que todavía pesaban demasiado para animarse a levantarlos. Pero esa claridad parecía indicar que había mucha luz. Tal vez fuera de día.
Latigazos de dolor le cruzaban la frente. Pensar era un martirio.
Sin embargo, Bruna se esforzó en pensar. Y en recordar. Un agujero negro parecía tragarse su más reciente pasado, pero al otro lado de ese gran vacío la rep empezó a recuperar entrecortadas imágenes de la noche anterior, paisajes entrevistos a través de una niebla. Locales ruidosos y llenos de gente. Pistas de baile abarrotadas. Previamente a eso, el Anatómico Forense. El cadáver de Chi. La calle, la luna. Y ella metiéndose bajo la lengua un caramelo. De nuevo entrevió un barullo de bares. Un tipo sin rostro que la invitaba a una copa. Las pantallas públicas parloteando contra el cielo negro. Un grupo de músicos tocando. Una mano que subía por su espalda. Se estremeció, y eso hizo que tomara conciencia del resto de su cuerpo, además de la omnipresente y retumbante cabeza. Estaba boca abajo en lo que parecía una cama. Los brazos doblados a ambos lados del tronco. La cara apoyada en la mejilla izquierda.
Bruna suspiró despacio para no soliviantar al monstruo de su jaqueca. No recordaba cómo había terminado la noche y no tenía ni idea de dónde podía estar. Detestaba despertar en casa ajena. Odiaba amanecer en un barrio desconocido y tener que mirar sus coordenadas espaciales en el móvil para saber dónde se encontraba. Palpó la sábana con su mano derecha. Le fue imposible reconocer sólo por el tacto si era su cama o no. No iba a tener más remedio que abrir los ojos. Cuatro años, tres meses y veintiún días. No: cuatro años, tres meses y veinte días.