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Por fuera parecía una casa, pero por dentro era un gran espacio abierto con tragaluces y ventanas. Los suelos eran de piedra. Había mesas de trabajo por todas partes. A la izquierda, varias mujeres vertían oro líquido en moldes.

– He admirado sus joyas desde que llegué a El Deharia, hace dos años -dijo Victoria-. Compré estos pendientes en el mercado de la ciudad.

Rasha los tocó.

– Sí, reconozco la pieza. Muy bonitos.

Luego la guió por la habitación.

– Empleamos muchas técnicas para hacer las joyas. Moldes, como ves aquí. Lo más complicado es trabajar con los abalorios. También engarzamos piedras.

Rasha le presentó a las mujeres que estaban trabajando en la casa, y después le enseñó su inventario. La cantidad de piezas terminada era tanta que, por un momento, Victoria se sintió un poco aturdida.

– Soy casi una compradora profesional -bromeó-. Ver tantas cosas en un solo lugar no es bueno para mí.

Rasha rió.

– Nosotras ya estamos acostumbradas.

– Qué pena -comentó Victoria tocando un colgante-. ¿Vendéis en algún sitio, además de en la ciudad y aquí en el pueblo?

– Hay un hombre que lleva nuestras joyas a El Bahar y a Bahania. Se venden bien.

Eran los países vecinos, pero Victoria pensó que seguían siendo mercados pequeños.

– ¿Por qué no vendéis por Internet?

– ¿Es posible? -preguntó Rasha frunciendo el ceño.

– Claro. Hay que crear una página web con fotografías y precios. Y mandar las joyas aseguradas. También hay que pagar impuestos. Tal vez sería mejor encontrar un distribuidor en Estados Unidos y Europa.

– Tienes muchas ideas -le dijo Rasha-, pero somos una fábrica pequeña. Nadie estaría interesado en lo que ofrecemos.

– No subestimes vuestro trabajo. La joyería hecha a mano es muy valiosa. Los precios son razonables y el trabajo, exquisito. Yo creo que tendríais mucho éxito.

– Estaría bien, no depender sólo de un distribuidor -admitió Rasha-. No siempre nos hace buenos precios.

– Tal vez podría hablar con Kateb acerca de lo que he visto y contarle mis ideas… -sugirió Victoria.

La mirada de Rasha se iluminó.

– ¿Hablarías con el príncipe en nuestro nombre?

– Por supuesto. Sé que quiere desarrollar la economía local. Hablaré con él lo antes posible -le prometió Victoria, emocionada. Ignoró el cosquilleo que sintió en el estómago al pensar en volver a ver a Kateb. En realidad, no estaba deseando pasar otra noche con él.

No era una buena señal, empezar a mentirse a sí misma. Claro que estaba deseando verlo y estaba encantada de tener una excusa.

¿Qué significaba eso? ¿Que había disfrutado del sexo?

Qué pregunta tan tonta, por supuesto que sí. ¿Acaso le gustaba el hombre de verdad?

Se sintió alarmada, que le gustase era el primer paso para llegar a algo más, y eso era muy peligroso.

Intento apartar la idea de su mente.

– Volveré dentro de un par de días a contaros qué me ha dicho.

– Gracias -Rasha tomó una pulsera y se la ofreció-. En honor a tu visita.

Era una pulsera preciosa.

– Me siento muy tentada, pero no puedo aceptarla. Es demasiado. Guárdala. La aceptaré si consigo ayudaros de verdad.

Rasha dudó, después asintió.

Fueron hacia la puerta. Rasha la dejó salir. Victoria se fijó en que había un niño jugando en el jardín.

– Sa’id -lo llamó Rasha-. No estés ahí. Vete.

El niño levantó la vista. Era delgado e iba cubierto de harapos, pero al ver a Victoria, sonrió.

– Tienes un pelo muy bonito -le dijo-. Nunca había visto un pelo así.

– Gracias -contestó ella, devolviéndole la sonrisa.

Se preguntó dónde iba a conseguir que le diesen las mechas en el desierto. Luego se despidió de Rasha y del niño con la mano y se marchó hacia el Palacio de Invierno.

Iría a ver a Kateb de inmediato. Aunque fuese sólo para hablar con él de las joyas. Pensó en cómo la había besado y acariciado la noche anterior y deseó que no tardase en volverlo a hacer.

Capítulo 6

Victoria paso por el harén para cambiarse de ropa antes de ir ver a Kateb. Se dijo a si misma que lo hacía porque quería ser profesional cuando hablase con él acerca de Rasha y las joyas, aunque en el fondo sabía que no era verdad.

Se quedó con la falda larga, pero se cambió las sandalias planas por unas de tacón y la camiseta por una blusa con encaje, se puso una pulsera en el tobillo, se retocó el maquillaje y después se llevó la mano al estómago al sentir un repentino cosquilleo en él.

Salió del harén y fue a buscar el despacho de Kateb.

Mientras lo hacía, pensó que a pesar de haber viajado con Kateb para ser su amante, el concepto no le parecía real. Le parecía una escena sacada de un libro o de una película, no de su vida. No obstante, lo que había ocurrido la noche anterior sí había sido real. Había tenido un sexo increíble con un jeque al que casi no conocía. Si le hubiesen preguntado antes de que aquello hubiese ocurrido, ella habría jurado que no sería capaz de dejarse llevar por completo. En esos momentos, sabía que sí lo era.

¿Pero había sido por las circunstancias o por el hombre en sí? ¿Qué era mejor? ¿Había algo más? ¿Algo más fuerte y alarmante?

No quería que fuese así, ya que podían hacerle daño, o algo peor. Sólo tenía que pensar en lo que le había pasado a su madre. No, no le atraía la idea de tener una relación con Kateb. Su corazón no estaba disponible y eso no iba a cambiar.

Había química entre ambos. Bien. Nunca había sentido una atracción así, pero siempre y cuando no fuese más allá, estaría bien. Podría quemar muchas calorías cada vez que pasase una noche con él.

Anduvo hacia la parte trasera del palacio y siguió a un par de hombres vestidos de forma occidental hasta el segundo piso. Una vez allí, se dirigió hacia un hombre muy serio que estaba sentado detrás de un gran escritorio.

– Me gustaría ver a Kateb -le dijo.

El hombre debía de ser un par de años más joven que ella, pero parecía creerse mucho mejor.

– El príncipe está ocupado.

– ¿Cómo sabe que no he quedado con él?

– Porque soy yo quien lleva su agenda.

– Pues dígale que estoy aquí -le dijo ella, sonriendo.

El hombre la miró de pies a cabeza.

– No va a ser posible. Ahora, si me disculpa.

Se volvió hacia su ordenador.

Victoria deseó abofetearlo, pero en su lugar, sonrió todavía más.

– El hecho de que sea rubia debía haberle dado una pista. Imagino que no hay muchas estadounidenses por aquí. También debería haber escuchado mejor mientras se tomaba el café, supongo que son muchas las habladurías acerca de la nueva amante de Kateb. Esa soy yo. Ahora, o me lleva ante él, o iré sola. Me da igual. ¿Qué prefiere usted?

– Sé muy bien quién y qué es -replicó el recepcionista-. Márchese.

Victoria dio un paso atrás. Se sentía como sí acabasen de darle una bofetada. Culturalmente, las amantes estaban por debajo de la reina, pero por encima de todos los demás. Era considerado un honor ser la amante del príncipe.

No supo qué hacer o decir. Estaba decidiéndolo cuando notó que alguien se acercaba y sintió una mano caliente en la espalda. Era Kateb.

– Es mía -dijo éste en voz baja y fría-. Y, por lo tanto, es como una extensión de mí.

El recepcionista se puso pálido y se levantó.

– Sí, señor -balbuceó. Luego se volvió hacia Victoria-. Discúlpeme.

Ella asintió y se relajó un poco al sentir el calor de Kateb.

El la guió por un largo pasillo hasta llegar a un enorme despacho. Cuando apartó la mano de su espalda, Victoria se puso a temblar.

– Ha sido muy grosero -murmuró-. No me lo esperaba. La expresión de su rostro…

– No es por ti -le dijo él, cerrando la puerta-. Viene de una familia poderosa. Su hermano mayor murió hace un par de años. Era un hombre bueno y popular. La familia piensa que, si no hubiese muerto, habría sido el siguiente líder.