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– ¿Victoria?

Suspiró.

– Mira, estoy sola. Los únicos que habláis conmigo sois Yusra y tú. Rasha es muy agradable, pero tiene que trabajar. Yo también he estado trabajando en el plan de negocio, que me ha parecido más duro de lo que dicen en las clases, y he progresado mucho, pero eso sólo me lleva entre ocho y diez horas al día. No tengo nada que hacer. Todo me lo hacen. Es aburrido.

– Pensé que querías una vida de ocio.

– No vuelvas a empezar con eso -dijo ella poniéndose en jarras.

La acción no lo intimidó lo más mínimo. Era difícil tomarse a alguien en serio con ese traje.

– Quería seguridad, no pasarme el día comiendo bombones. He trabajado toda mi vida. Estoy acostumbrada a hacer cosas. A ver gente. Necesito sentirme útil.

– ¿Qué te gustaría hacer?

– Bueno, depende. Si no estoy embarazada, me marcharé de aquí dentro de un par de semanas. Si consigo que apruebes la propuesta del negocio de joyas, será suficiente. Pero si tengo que quedarme más, había pensado en catalogar todas las obras de arte del palacio.

Victoria no dejaba de sorprenderlo.

– Ya hablaremos de ello cuando llegue el momento. Ahora, si deseas asistir a la ceremonia, tendrás que cambiarte de ropa.

Ella se miró y sonrió.

– ¿Estás seguro?

El la prefería desnuda, pero eso no era posible. Se había jurado a sí mismo que no volvería a tomarla, aunque en esos momentos no tenía muy claros los motivos.

– Ve a cambiarte -insistió-. Tienes una hora. Si llegas tarde…

– Ya lo sé, ya lo sé. Estaré lista.

Hizo un ademán y se marchó, así que no lo vio sonreír.

Victoria estudió su armario. No sabía qué debía ponerse para una ceremonia oficial. Eligió un vestido sencillo y elegante, azul claro, con escote barco. Se puso unos zapatos y una cartera a juego.

Se recogió el pelo, se puso unos pendientes de perlas y una pequeña pulsera de oro. Y llegó a la entrada del palacio cinco minutos antes de la hora.

Kateb estaba hablando con varios hombres. Victoria supuso que serían los ancianos. El estaba muy guapo, como un príncipe, a pesar de ir vestido de manera sencilla. Hiciese lo que hiciese, siempre tenía un aire real. Estudió su perfil. Desde donde estaba, veía la cicatriz, pero ya no la molestaba. Formaba parte de él. Nada más.

Esperó sin dejar de observarlo. No había pretendido admitir que se sentía sola, se le había escapado.

El levantó la mirada y la vio, le hizo un gesto para que se acercase.

La presentó a los otros hombres y luego fueron hacia la parte delantera del palacio, donde había aparcados varios Land Rover.

– ¿Adónde vamos? -le preguntó a Kateb mientras éste le abría la puerta del asiento trasero.

– No está lejos. La ceremonia tiene lugar en el ruedo.

– ¿Qué tipo de ruedo? Es como un polideportivo o más bien como el Coliseo de Roma.

– Más bien lo segundo.

– Estoy deseando verlo.

El Land Rover se puso en marcha. Había muy pocas personas por el pueblo. Algunas los saludaron y otras tiraron flores a su paso.

– Así que van a elegirte como líder -comentó Victoria-. ¿Lo sabe el rey?

– He hablado con mi padre esta mañana. No está contento.

«No me sorprende», pensó ella. Kateb estaba en la línea de sucesión al trono de El Deharia. Si aceptaba al nombramiento de líder, tendría que rechazar su herencia.

– ¿Le has explicado que esto es lo que quieres? -le preguntó.

El la miró.

– Al rey no le interesa qué es lo que yo quiero.

– Está decepcionado. Seguro que piensa que, aceptando el nombramiento, lo rechazas a él, y lo que él puede ofrecerte. Que piensas que el trono de El Deharia no es suficiente para ti. No obstante, seguro que en el fondo quiere que seas feliz. Eres su hijo.

– A tu padre le da igual si eres feliz o no.

– Ya lo sé, pero él no es como los otros padres. Su corazón pertenece a las cartas y a nadie más. El rey te quiere -le tocó el brazo-. Lo superará.

– Pareces muy segura.

– Lo estoy. Le he oído hablar de ti. Había orgullo y amor en su voz.

– Gracias.

– De nada.

Victoria se dio cuenta de que seguía con la mano en su brazo y la retiró. Había tensión en el ambiente, así que decidió cambiar de tema de conversación.

– Cuando seas líder, ¿vas a hacer algún cambio importante? ¿Vas a traer un centro comercial? ¿Alguna cadena de restaurantes?

El sonrió de medio lado.

– No lo tenía planeado.

– ¿Y el harén? ¿Vas a mantenerlo abierto? Podrías llenarlo de bellezas.

– Con una mujer tengo suficiente. Cualquier hombre que quiera más es que está loco.

– Cierto.

Una mujer. Una esposa. Kateb se casaría y tendría una familia.

Eso tenía sentido. Querría tener hijos, probablemente varones. Así era la vida. Tendría que casarse para que su pueblo estuviese contento. Se alegraba por él. Ella ya no estaría allí.

Durante las dos últimas semanas, casi no se habían visto. Ni siquiera eran amigos. No lo echaría de menos. Pensar lo contrario habría sido una locura. El no la recordaría. Cuando se marchase, todo habría terminado. Para siempre.

Llegaron al ruedo, que era más grande de lo que Victoria había imaginado. Salieron del coche y oyó rugir á la multitud.

– ¿Cuánta gente hay? -preguntó.

– Está casi todo el pueblo -le respondió Kateb.

Le puso la mano en la espalda y la guió hacia la entrada. Alguien la empujó y Victoria estuvo a punto de perder el equilibrio, pero Kateb la sujetó contra su cuerpo.

Ella sabía que sólo estaba siendo educado, pero le gustó que entrelazase los dedos con los suyos.

Caminaron por dentro del estadio, por debajo de las gradas. Delante de ella, Victoria vio unas enormes puertas de madera flanqueadas por guardias.

– ¿Es aquí donde guardáis a los leones para echárselos a los prisioneros rebeldes?

– Sólo los días pares, estás de suerte.

Victoria no había esperado aquella nota de humor. Lo miró y sonrió. Él le devolvió la sonrisa. Victoria sintió calor en su interior, se sintió femenina, deseó que la besase.

Apartó la mirada, preocupada porque Kateb se diese cuenta de lo que estaba pensando.

– ¿Y qué va a pasar ahora? -preguntó.

– Yusra estará contigo durante toda la ceremonia. Cuando haya terminado, te escoltarán hasta el palacio. Te he asignado dos guardias porque hay mucha gente. No me montes una escena por ello.

Victoria se detuvo delante de las enormes puertas.

– ¿Una escena? ¿Yo? Me parece que no me conoces, soy una persona de trato fácil.

– Por supuesto.

Las puertas se abrieron. Kateb y ella entraron en una amplia sala en la que había treinta o cuarenta personas, casi todas mayores y hombres.

Victoria imaginó que eran los ancianos y se puso nerviosa. Casi todo el mundo se giró a mirarla. O tal vez estuviesen mirando a Kateb, era él quién iba a ser nombrado líder, no ella.

Había mesas con comida y bebida, y muchos sofás, pero nadie estaba sentado. Un par de hombres abrieron unas puertas y la habitación se abrió al ruedo.

Victoria vio a Yusra, que se acercó.

– Quédate con ella -le dijo Kateb.

– ¿Dónde están mis guardias? -quiso saber Victoria.

– Se acercarán a ti cuando sea el momento de volver al palacio.

Ella lo miró a los ojos, sin saber qué decirle. Desearle buena suerte le sonaba extraño. Kateb se marchó antes de que se le ocurriese otra cosa.

– Ven-le dijo Yusra, llevándola hacia un sofá-. Desde aquí veremos bien y estaremos apartadas.

Victoria deseó protestar, pero obedeció. Los ancianos habían hecho una fila y Kateb estaba al final.

Todo el mundo estaba serio. Sonó música y el ruedo quedó en silencio.

– Es la procesión de los sabios -susurró Yusra-. El más anciano llamará al líder que han elegido.