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Este subió a un estrado, saludó a los asistentes y habló de la importancia de la sabiduría y de la prosperidad del pueblo. Después menciono a Bahjat, el líder anterior.

Yusra se acercó a Victoria.

– Ahora van a designar a Kateb.

– Por cierto, me dijo que el traje que me habías dejado no era precisamente tradicional -dijo ésta a su oído-. ¿Por qué quisiste que me vistiese así?

– Para que Kateb se diese cuenta de lo que se estaba perdiendo.

Victoria no supo qué contestar a aquello.

– ¿Estás intentando engañarlo? -preguntó por fin.

– Estoy intentando que vea que hay muchas posibilidades -contestó Yusra-. ¿Te parece mal?

– No del todo -admitió ella.

– Ahora lo elegirán y preguntarán si alguien se opone a que sea el líder.

– ¿Y luego?

– Si alguien se opone de aquí al día del nombramiento, pelearán con sables.

– ¿Saben en qué siglo vivimos? ¿Con sables? ¿Y quién gana?

– El que no muera.

– ¿Qué? -Victoria se puso en pie-. ¿Luchan a muerte?

– Sí.

– ¿Y Kateb lo sabe?

– Por supuesto. Es la costumbre.

«Que costumbre tan tonta», pensó Victoria, volviendo a sentarse.

Miró a Kateb y vio la cicatriz de su cara, su regio porte. Tal vez hubiese hecho el amor con él, pero no conocía al hombre.

Un par de días después. Victoria decidió tomarse un descanso y pasear por el palacio.

Ya había explorado el primer piso, en el que había sobre todo salones públicos. En el segundo estaban los despachos. Y el tercero tenía que ser el destinado a las zonas privadas.

Tomó las escaleras en vez del ascensor, sobre todo para hacer algo de ejercicio. Al llegar a la tercera planta, se detuvo para orientarse. Vio un enorme y feo jarrón enfrente de las escaleras. Eso le serviría para encontrar el camino de vuelta.

Fue hacia la derecha y se fue asomando a las puertas que estaban abiertas. Había muchas habitaciones de invitados y una habitación de juegos con una mesa de billar, video juegos y un juego de golf. Al fondo del pasillo, vio unas puertas de cristal que daban a un balcón.

Abrió las puertas y salió fuera. Hacía calor, pero no era agobiante. Decidió ver si el balcón rodeaba toda la planta.

Pasó por varias habitaciones, y se detuvo al ver algo que le era familiar. Después de un segundo, se dio cuenta de que era la habitación de Kateb y empujó la puerta para abrirla.

Reconoció los muebles y la pila de almohadas sobre las que habían hecho el amor.

No parecía haber nadie y sintió curiosidad acerca de dónde dormiría. Nerviosa, vio que la habitación era grande, igual que la cama y la bañera. Metió la cabeza en el armario, sólo para ver la ropa que había en él.

Todo estaba ordenado, pero sobraba mucho espacio. No era un armario sólo para un hombre, sino un armario más bien para compartir.

Se preguntó por qué no se habría casado y por qué estaba solo.

Se alejó del armario. De camino al salón vio una puerta y la abrió.

Era una habitación pequeña. Tal vez un despacho o una habitación infantil. Era difícil de saber. Las paredes estaban pintadas de blanco y no estaba decorada, ni había muebles, sólo una mecedora. También había varias cajas y baúles.

La habitación parecía abandonada y polvorienta. Victoria se acercó a un baúl y lo abrió. En él había ropa doblada, cubierta de fotografías. Tomó una de ellas.

Kateb reía en la imagen. Ella nunca lo había visto tan distendido. Sus ojos oscuros irradiaban felicidad. Estaba al lado de una bella morena, con el brazo alrededor de su cintura. La mujer le sonreía. Parecían hechos el uno para el otro.

Algo llamó su atención. La mujer llevaba una alianza y él, otra igual.

Kateb había estado casado. Dejó la Fotografía y cerró la tapa. Había estado casado y enamorado de su esposa. ¿Quién era? ¿Qué le había pasado?

– Murió.

Victoria se dio la vuelta y vio a Yusra en la puerta.

– ¿Era su mujer?

– Sí. Se llamaba Cantara. Se conocían desde que él vino aquí por primera vez, con diez años. Crecieron juntos.

– Debió de quererla mucho -comentó ella, sorprendida por no haber oído nada de aquello hasta entonces.

– Lo era todo para él -comentó Yusra, abriendo otro baúl y sacando las fotos de boda.

Victoria las miró. Hacían una pareja verdaderamente perfecta.

– ¿Cómo murió?

– En un accidente de tráfico en Roma. Hace casi cinco años. Después Kateb desapareció en el desierto durante casi diez meses. Nadie lo vio ni tuvo noticias de él. Pensamos que había muerto, pero un día, volvió.

Victoria dejó la fotografía en el baúl y retrocedió.

– No lo sabía.

– No habla de ello. Nadie lo hace, pero todo el mundo está preocupado. Ha estado solo demasiado tiempo. Cuando te trajo aquí… -se encogió de hombros y cerró el baúl-. Teníamos la esperanza de que hubiese decidido volver a confiar en su corazón.

– Yo no estoy aquí por su corazón -respondió ella, sintiendo náuseas de repente. Salió corriendo de la habitación, del salón, y llegó al pasillo.

No sabía cómo volver a las escaleras, así que empezó a andar. Intentó alejarse de allí lo máximo posible.

En esos momentos entendía por qué Yusra y Rasha le habían hablado de su soledad. Todavía estaba dolido por la perdida. Eso explicaba que fuese tan distante y cínico.

Por fin encontró las escaleras y el feo jarrón. Volvió al harén y salió al jardín. Una vez allí, por fin pudo respirar de nuevo.

No sabía por qué aquello lo cambiaba todo, pero así era. Era como si su mundo hubiese pasado a otra dimensión. Se llevó la mano al estómago e intentó calmarse.

Hasta ese momento, no había considerado la posibilidad de estar embarazada. Si lo estaba, tendría que quedarse allí, atrapada con el fantasma de una mujer bella, con su risa… para siempre.

Capítulo 8

También podríamos intentar vender las joyas por televisión en Estados Unidos y Europa, pero me parece demasiado complicado para empezar por allí.

Kateb estudió la presentación de PowerPoint que tenía delante.

– Estás hablando de una distribución internacional.

– Suena más grandioso de lo que lo es en realidad. Podríamos probar el mercado en un par de tiendas de ciudades importantes. Si tenemos suerte, podríamos asistir a ferias. Eso cuesta muy poco dinero. Rasha tiene presupuesto para ello. ¿Hay en El Deharia alguna agencia de ayuda a las pequeñas empresas o algo parecido? No creo que quieran ir con sus maridos, aunque supongo que podrían hacerlo.

Kateb frunció el ceño.

– Haz cinco copias del documento y deja que lo estudie. Haré números y pediré a mis empleados que busquen distribuidores. Si las cosas son lo que parecen, yo les prestaré el dinero que les falte.

– ¿Tú?

El no dejó de mirar la pantalla del ordenador.

– Tal y como has dicho, la diversificación es algo bueno. Tal vez haya otras personas con ideas para crear pequeños negocios. Se correrá la voz. Bahjat era un buen líder, pero no creía que las mujeres tuviesen un lugar en los negocios.

– ¿Y tú sí? -replicó Victoria.

– Soy consciente de que ambos géneros pueden ser inteligentes.

– Tienes un harén.

– Ya te lo he explicado, venía con el palacio.

– Pues no te veo con prisa por convertirlo en una granja.

– Dudo que le gustase compartir el espacio con cabras y ovejas.

– Eso es cierto -Victoria cerró el archivo y el programa-. Me estás diciendo que las mujeres pueden ser líderes en los negocios. ¿Y en la política?

– ¿Deseas gobernar? -le preguntó él, mirándola.

– Yo no, pero debe de haber mujeres que estén interesadas. ¿Les darías una oportunidad? ¿Crees que El Deharia está preparado para una reina Isabel?

– Todavía no -Kateb miró el ordenador-. Tu informe es excelente. Bien documentado, minucioso. Me han gustado los gráficos.