– No me he tropezado y he caído encima de ti.
– Ya lo sé, pero no querías que esto volviese a ocurrir.
– Tal vez no sea capaz de resistirme a ti.
Ella deseó que fuese verdad.
– ¿Por qué te ofreciste a mí? -le preguntó él, acariciándote el pelo.
– Ya te lo expliqué cuando ocurrió. No podía permitir que mi padre fuese a la cárcel.
– Por tu madre. ¿Tanto significa para ti una promesa?
Victoria supo que se lo preguntaba de verdad, no estaba cuestionando su lealtad.
– Ella siempre estuvo allí para mí. A pesar de amarlo a él más de lo que debía, siempre me cuidó y me quiso a mí también. Por muy feas que se pusiesen las cosas, siempre me quiso. Le hice la promesa porque pensé que así él seguiría vivo.
– Eso no estaba en tu mano.
– Faltaban unas semanas para que terminase el instituto. No estaba preparada para vivir sola. Tenía que creer en algo.
– Pero después tomaste tu propio camino.
– No fue fácil -no quiso pensar en aquello, en el miedo. Esa noche, no-. Aprendí a ser fuerte.
– Siempre lo fuiste.
– Ojalá eso fuese verdad.
– Hay que ser fuerte para sobrevivir a una tragedia.
Victoria recordó las polvorientas cajas de la habitación de Kateb. Los recuerdos atrapados y el dolor.
– Debes de echarla mucho de menos -murmuró.
El se puso tenso.
– No.
– ¿Qué?
– No podemos hablar de ella.
– ¿Por qué no? Era tu esposa. La querías y ya no está aquí. Deberías hablar de ello.
– Tal vez ya lo haya hecho -dijo él, mirando hacia el techo.
– Lo dudo mucho. Seguro que lo llevas todo dentro. Habla conmigo. Soy una apuesta segura.
– ¿Qué quieres decir?
– Que no te importo.
Kateb se giró hacia ella.
– ¿Por qué dices eso?
– No lo he querido decir como si me compadeciese de mí misma. En cuanto sepas que no estoy embarazada, me harás volver a la ciudad. Así que me lo puedes contar todo. ¿Cómo se llamaba? ¿Cómo era?
El la miró a los ojos, como si quisiera probar su sinceridad. Ella no apartó la vista. Kateb se relajó por fin y sonrió.
– Se llamaba Cantara. La conocí cuando yo tenía diez años y ella ocho. Ella no creía que yo fuese un príncipe, porque no tenía corona y porque montaba a caballo mejor que yo. Nos hicimos amigos. Eso nunca cambió.
– Qué suerte. Debe de ser estupendo, ser amigo de la persona con la que te casas.
– Lo fue. Cantara entendía el desierto y me entendía a mí. A partir de los dieciséis o diecisiete años, supimos que nos casaríamos.
Victoria se preguntó cómo sería estar tan seguro de algo en la vida. Saber que era amada por un hombre al que ella también amaba.
– Esperamos a que yo tuviese veintidós -continuó él-. Mi padre pensaba que era demasiado joven, pero insistí y accedió. Nos casamos y vinimos a vivir aquí.
– Debisteis de ser muy felices.
– Yo lo era. Lo tenía todo. Unos años después, tuve que asistir a varias reuniones de las tribus. A veces duraban semanas y eran muy aburridas. Ella decidió irse a Europa con un par de amigas. Murió en un accidente de tráfico.
– Lo siento.
– Yo también lo sentía, pero el tiempo lo cura todo.
– Todo, no. Vas a tener que casarte por obligación, no por amor.
– Yusra habla demasiado.
– Es posible.
– Esperaré a ser líder y luego escogeré a una mujer fuerte, poderosa. Quiero paz y prosperidad para mi pueblo. Vendrá bien una alianza con una de las mayores tribus del desierto.
– ¿Y si no te gusta la mujer que te eligen? ¿Y si huele mal o no tiene sentido del humor?
– Me casaré por obligación, nada más.
– Tendrás que acostarte con ella.
– No muchas veces, si yo no quiero.
Victoria se sentó y lo miró fijamente.
– ¿Sólo hasta que la dejes embarazada? Qué romántico.
– Es más fácil para un hombre que para una mujer -comentó él, divertido por su reacción.
– Claro, porque de noche todos los gatos son pardos, ¿no? Qué asco. ¿Y qué pasará con sus sentimientos?
– Si es la hija de un jefe de tribu, entenderá la importancia de la alianza.
– Deja que lo adivine. Se sentirá realizada con sus hijos y tú tendrás el harén para que te hagan compañía.
– ¿Por qué te enfadas en nombre de una futura mujer que todavía no existe?
– Porque sí.
Kateb bajó la vista a su cuerpo.
– ¿Sabes que estás desnuda?
– No cambies de tema.
– Estoy volviendo al tema con el que estábamos hace sólo unos minutos.
En un movimiento rápido, la agarró por la cintura y la tumbó de nuevo en la cama. La acarició, la besó y llevó los dedos al interior de sus muslos.
– Estás jugando sucio-se quejó Victoria mientras lo abrazaba.
– Quiero ganar -contestó él antes de volverla a besar.
Capítulo 9
Victoria volvió a casa de Rasha a la mañana siguiente. Había hecho varias copias del plan de negocio.
Rasha la saludó con mucho cariño.
– Hemos estado muy emocionadas desde tu última visita -le dijo a Victoria-. Hemos ideado varios diseños nuevos. ¿Te gustaría verlos?
Victoria estudió los diseños de tres pares de pendientes, un par de pulseras y un colgante. Todas eran piezas delicadas, pero sólidas. Increíbles.
– No sé cómo lo haces -dijo, tocando el papel-. ¿Hay algo que te inspire? Rasha rió.
– A veces. Otras, juego con las formas hasta que sale una que me gusta. Es difícil de explicar -miró el maletín que llevaba Victoria en la mano-. ¿Son buenas o malas noticias?
– Buenas. Tengo un plan de negocio. Y a Kateb le gusta -le dio una carpeta a Rasha y dejó las otras encima de la mesa-. Podemos verlo juntas y luego lo discutes con las otras artistas. Cuando hayáis tomado una decisión, házmelo saber y, si quieres, seguiremos adelante.
Victoria repasó su plan página por página. Rasha sólo frunció el ceño al ver las cifras.
– Es mucho dinero -murmuró-. No sé cuánto vamos a tardar en ahorrarlo. Muchos años.
– No se espera que obtengáis vosotras el dinero. Kateb financiará la expansión. Como prueba de su apoyo, os ofrecerá un préstamo a un interés muy bajo. Cree en ti y en las otras mujeres, Rasha. Aprecia vuestro talento y quiere que tengáis éxito.
– ¿El príncipe nos financiará? ¿Nos ofrece su apoyo?
Victoria sonrió.
– Así os será mucho más fácil vendérselo a vuestros maridos, ¿verdad?
– Mucho más. ¿Cómo lo has convencido? ¿Qué le has dicho?
– Le he ensañado las cifras y él mismo ha visto las posibilidades. Le interesa diversificar la economía del pueblo. Vais a traer mucho dinero al pueblo, y él lo respeta.
Rasha sonrió de oreja a oreja.
– El príncipe nos aprecia.
Tomó los papeles y corrió a la otra habitación.
Las demás mujeres la rodearon. Ella les explicó todo. Victoria deseó decirles que Kateb era como cualquier otro hombre, pero sabía que no la entenderían.
Al menos, era un buen líder. Los ancianos habían elegido bien.
¿Se daría cuenta de ello la mujer que se casase con él por obligación? ¿Entendería que estaba solo? ¿Lo apoyaría y lo reconfortaría? ¿Se daría cuenta de que podía ser muy bueno, pero que no quería que todo el mundo viese sus puntos débiles?
En cualquier caso, aquello no era asunto suyo. Para cuando él hubiese elegido esposa, ella estaría muy lejos de allí. Debía sentirse feliz por ello, pero no podía.
– Estamos encantadas -le dijo Rasha-. ¿Cómo podemos agradecerte la ayuda?
– Me estoy divirtiendo mucho con todo esto. No te preocupes.
Rasha sonrió.
– Diseñaremos una colección llamada Princesa Victoria.
– No soy una princesa -contestó ella, a pesar de gustarle la idea-. Sólo soy… la chica del harén.