Y Yusra tenía razón.
– Creo que debería ayudarla a encontrar un marido rico -sugirió la mujer. Es una mujer que ha nacido para entregar su corazón. Debería tener una familia, muchos hijos, un lugar al que pertenecer. Respeta su opinión, lo escuchará.
– Si dices eso. Yusra, es que no la conoces. Nunca accedería a un matrimonio de conveniencia.
– Pues tiene que hacer algo, no puede dejar que se marche, no está preparada.
Kateb sabía que Victoria estaba preparada para cualquier cosa, pero entendía lo que quería decir Yusra.
– Lo pensaré -contesto mientras echaba a andar.
Victoria llamó a la puerta del despacho de Kateb, que estaba abierta, antes de entrar.
– ¿Me has mandado llamar? -preguntó.
Kateb se puso en pie e hizo un gesto para que se acercase a los sofás que había al lado de la ventana.-Sí. Tengo que hablar varias cosas contigo. Rasha y las otras mujeres están muy agradecidas por tu ayuda, y yo también.
– He disfrutado ayudándolas. Tienen un buen negocio y les vendrá bien algo más de dinero.
– Sus maridos las mantienen.
– Ya, pero es bueno que ellas también sean independientes. Eso hace que les suba la autoestima, y mantiene a raya a los maridos.
– Sospecho que lo que más te gusta es que los maridos estén a raya.
– Tal vez -admitió ella sonriendo-, ya entiendes lo que quiero decir.
El suspiró.
– Igualdad para todos.
– ¿Es ahora cuando vas a volver a decirme que soy muy complicada?
– No, lo voy a dejar para luego. Ayer tuve una conversación muy interesante con Rasha. Me recordó que muy pocas mujeres van a la universidad.
– ¿Te das cuenta de la de mentes brillantes que estáis desperdiciando en este país? -inquirió Victoria, poniéndose en pie de un salto-. Sólo queréis tener a las mujeres en casa, criando. Me pone de los nervios.
– No me digas.
– Lo has hecho a propósito, para enfadarme.
– Sabría que reaccionarías de inmediato. Siéntate.
Ella obedeció.
– Me he fijado en que tú también tienes una de esas mentes privilegiadas de las que estábamos hablando. Si no estás embarazada, ¿cuáles son tus planes cuando te marches de aquí?
Victoria agradeció estar sentada. No quería pensar en alejarse de él, pero no tenía elección. No podía quedarse allí y ser la compañera de cama de un hombre que no la amaba.
Kateb esperó con paciencia, mientras ella intentaba recordar la pregunta que le había hecho. ¿Cuáles eran sus planes?
– Había pensado volver a Estados Unidos -contestó por fin.
– Estás deseando dejar el desierto, ¿verdad?
– La verdad es que no. Me gusta. Pero cuando… -se aclaró la garganta-. Cuando tenga que irme, lo haré. No me sentaría bien estando en El Deharia yo sola.
– ¿No quieres seguir trabajando para Nadim?
– No.
– Bien -se acercó más a ella-. Tienes un don, Victoria. Tienes la capacidad de ayudar a los demás a alcanzar sus sueños. ¿Lo habías pensado alguna vez?
– No -no entendía adonde quería ir a parar Kateb-. He estado ahorrando desde que llegué a El Deharia. Tal vez pueda montar un negocio. Pensaré en lo que me acabas de decir.
– Me gustaría que lo consideraras muy seriamente. Si tuvieses financiación, podrías cambiar las vidas de muchas personas.
– ¿Es eso lo que me estás ofreciendo?
– Sí, me gustaría fundar una empresa. Tal vez una organización sin ánimo de lucro, para prestar dinero a personas que quieren montar un negocio, pero no saben cómo hacerlo.
– Es una oportunidad maravillosa -murmuró Victoria, dividida entre la emoción de trabajar en algo diferente, y la realidad de seguir atada a Kateb.
– Podrías establecer la oficina principal en cualquier parte de Estados Unidos. ¿Dónde te gustaría vivir?
– No estoy segura.
– Tienes tiempo para decidirlo. Y, hablando de tu futuro…
Kateb hizo una pausa y a Victoria le dio la sensación de que, por primera vez desde que lo había conocido, estaba dudando.
– ¿Kateb?
Él le sonrió como para tranquilizarla, lo que no la tranquilizó lo más mínimo.
– Me gustaría buscarte un marido. Me has dicho muchas veces que no te interesa el amor, pero que te gustaría estar casada por motivos de seguridad. Conozco a muchos hombres inteligentes y prósperos, que podrían ser buenos maridos. Si quieres, podría presentártelos.
Victoria volvió a dar gracias de estar sentada, si no, se habría desplomado.
¿Kateb quería buscarle un marido? Le dolió sobre todo que no le importase que se casase con otro, haberse enamorado de un hombre al que no le importaba nada.
Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que siempre había soñado con que Kateb se diese cuenta de lo bien que estaban juntos, de que podían ser felices. De que lo amaba.
– ¿Victoria? ¿Te interesa que te busque marido?
– ¿Qué más tienes pensado ofrecerme? -le preguntó, fulminándolo con la mirada-. ¿Un avión privado? ¿Una isla? ¿Poner mi cara en un sello? ¿O joyas? No tienes que sobornarme.
– ¿Qué te pasa? No intento sobornarte. Quiero cuidar de ti.
– ¿Buscándome un marido? -gritó ella.
– ¿Por qué te sientes tan ofendida?
Ella se levantó y fue hacia la puerta.
– ¿Por qué te enfadas? -preguntó Kateb, confundido.
Victoria no respondió. Siguió andando. Cuando llegó al harén, buscó algo con lo que desahogarse y se puso a romper un almohadón del sofá, pero no se tranquilizó.
Oyó la puerta y se preparó para enfrentarse con Kateb, pero vio entrar a Yusra.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó ésta-. Estás pálida. ¿Te encuentras mal?
– Kateb es un idiota -gritó Victoria, levantándose y poniéndose a andar de un lado a otro.
– ¿Qué te ha hecho?
– Quiere buscarme marido.
A Yusra no pareció sorprenderle la noticia.
– Necesitas casarte.
– Lo que necesito es darle una patada en la cabeza. Quiere buscarme un marido. Uno al que no le importe que haya sido la amante de un príncipe, claro.
Notó que le quemaban los ojos, pero no iba a llorar por Kateb. No se lo merecía.
– Nuestras costumbres son diferentes -le dijo Yusra muy despacio-. Te está demostrando que le importas.
– ¿Entregándome a otro hombre? Ah, sí, qué bonito.
– ¿Preferirías marcharte sin tener un futuro?
– No.
Quería que se diese cuenta de que lo amaba. Quería que no la dejase marchar.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
Yusra no era tonta. Victoria estaba segura de que ya sabía qué le pasaba.
– Vas a hacérmelo decir, ¿verdad? Pues no, no voy a hacerlo. Se me pasará Como un dolor de estómago.
Yusra sacudió la cabeza y fue hacia las habitaciones traseras del harén. Victoria la siguió.
– No estoy enamorada de él. Eso es lo que piensas, ¿verdad? Pues no. Kateb debería tenerme aquí seis meses, tal y como habíamos quedado al principio, para que yo pudiese pagar mi deuda.
– Puedes negar la verdad, pero no vas a cambiarla. Lo amas.
– No quiero hacerlo.
– ¿Acaso eso cambia las cosas?
– No te pongas mística conmigo.
Yusra le dio una palmadita en el hombro.
– Es bueno que lo ames.
– Quiere echarme de aquí y casarme con otro.
– Tal vez.
– No le importo. Al menos, no lo suficiente. No como para que desee que me quede.
– No sabe lo que sientes por él.
Victoria levantó ambas manos y retrocedió.
– No se lo voy a decir. De eso, nada. ¿Hablas en serio? ¿Conocías a Cantara? ¿Me parezco a ella?
– No. Ella era muy tradicional. Su amor de juventud. Ahora que es un hombre, necesita un nuevo amor.
Aquellas palabras hicieron que a Victoria le doliese el corazón. Habría dado todo lo que pudiese por ser esa mujer. Porque quisiera pasar con ella el resto de su vida.