– ¿Y qué me pongo debajo?
Yusra sonrió con malicia.
– Nada -rió-. Te encantarán. A mí también me encantaron en su día. Los dibujos están hechos para cubrir ligeramente a la mujer y para intrigar al hombre. La seda acaricia la piel, recuerda a las manos del amante. Ya verás.
Victoria pensó que le había dado demasiada información y volvió a colocar el vestido en su sitio. No sabía por qué se había ruborizado, pero sintió calor en las mejillas.
– Ven, voy a enseñarte el cuarto de baño -le dijo Yusra-. Vas a necesitar tiempo para prepararte.
Victoria ignoró el comentario y se concentró en el cuarto de baño. Los baños del harén de El Deharia eran legendarios. Había oído hablar de grifería de oro y bañeras grandes como piscinas.
Atravesaron el pasillo y traspasaron una cortina. Victoria dejó de respirar al ver el espacio abierto, con ventanas tintadas y tragaluces.
A ambos lados de la puerta había tocadores con sillones tapizados. La tela parecía antigua y ella deseó poder encontrar algún libro que le indicase de qué época databa. Debía de tener al menos cien años.
Pasaron por debajo de un arco y llegaron a la zona principal. Yusra señaló varias puertas.
– La ducha de vapor -le indicó-. La sauna. La sala de tratamiento. Si deseas que te den un masaje, haremos venir a una masajista. Es excelente. El jacuzzi. La ducha normal.
¿Quién iba a darse una ducha normal? Victoria se acercó más a la enorme bañera llena de burbujas. A un lado había una plataforma desde la que caía el agua en cascada. Aquello era el paraíso. Y estaba en medio del desierto.
– ¿Hay agua caliente? -preguntó.
– Sí. El agua de manantial que hay debajo del palacio se filtra y se calienta. Después se drena a través de las piedras y la arena y vuelve a la tierra.
Victoria casi no podía creerlo, además de ser perfecto, no dañaba el medio ambiente.
– Supongo que querrás refrescarle después del largo viaje -sugirió Yusra.
– Es posible que esté aquí varias horas.
La otra mujer le enseñó varias pilas de mullidas toallas, así como albornoces. Luego, ambas volvieron a la habitación principal.
– Es precioso -admitió Victoria. A pesar de que las circunstancias la pusieran nerviosa, no podía quejarse de las condiciones de trabajo.
Yusra le indicó dónde había un teléfono, encima de una mesita.
– Llama si necesitas algo. Dejan las comidas en la pequeña cocina que hay en la parte trasera. También hay fruta fresca y agua. Sólo tienes que pedir lo que quieras a la cocina principal y te lo traerán -miró un antiguo reloj de pared-. El príncipe te espera para cenar esta noche. Mandaré a alguien para que te acompañe a sus habitaciones dentro de dos horas.
En ese momento se le pasó el buen humor a Victoria. ¿Esa misma noche? ¿Tan pronto?
– Bienvenida al Palacio de Invierno -añadió Yusra de corazón-. El príncipe ha estado triste durante muchos años.
¿Triste? ¿Kateb? Ella no se había dado cuenta.
– Eres la primera mujer que ha traído en mucho tiempo -continuó Yusra-. Tal vez consigas hacer que vuelva a sonreír.
Cuando se quedó sola, Victoria volvió a su dormitorio y empezó a deshacer las maletas. Mientras lo hacía, intentó no pensar en lo que podía ocurrir esa noche.
– Debe de estar cansado -susurró-. Querrá acostarse pronto, ¿no?
Sacó varios posibles conjuntos para esa noche, sabiendo que había ido allí para ser la amante de Kateb y que tenía que cooperar con él lo máximo posible. Lo que significaba que tendría que ponerse alguno de los vestidos tradicionales que le habían dejado en el armario. Después de dudar unos momentos, y con el estómago hecho un nudo, fue a estudiar los vestidos.
Todos eran preciosos. Escogió uno de color morado y verde oscuro y luego se dio cuenta de que había capas al lado de los vestidos. Éstas llegaban al suelo y la taparían por completo.
Pensó que debían de ser para que nadie viese a las amantes de príncipe y aquello la asustó y la alivió al mismo tiempo. Así no tendría que pasearse medio desnuda delante del personal de palacio. Aunque ponerse uno de aquellos vestidos era… un acto de sumisión. Como si estuviese de acuerdo con lo que iba a pasar.
De hecho, estaba de acuerdo.
Tomó el vestido y lo llevó al baño. Iba a sacrificarse para salvar el honor de su familia, pero antes, iba a darse la mejor ducha de su vida e iba a chapotear un rato en la bañera.
Victoria estaba preparada a la hora. Había esperado al último momento para vestirse. El vestido era precioso, le acariciaba la piel y estaba frío y suave al mismo tiempo. Tal y como Yusra le había prometido, no dejaba al descubierto tanto como ella se había temido. No obstante, sí dejaba ver parte de su cuerpo e iba desnuda debajo. No estaba precisamente diseñado para tranquilizar a nadie.
Acababa de taparse con la capa cuando una mujer joven apareció en el pasillo. Hizo un gesto con la cabeza a Victoria.
– Si quiere acompañarme -le dijo.
Victoria la siguió. Salieron por la puerta principal y atravesaron el palacio. Por el camino, vio decenas de habitaciones llenas de sofás bajos y mesas, tres comedores, y una gran biblioteca. Entonces llegaron a una puerta tan grande como la del harén. Delante de ella había dos guardias.
Uno de ellos abrió la puerta. La muchacha retrocedió e hizo un gesto a Victoria para que entrase. Ella dudó sólo un momento antes de tomar aire y entrar en las habitaciones de Kateb.
Vio bonitos sofás y una pequeña mesa con dos cubiertos, al lado de la cual había un carrito con varios platos tapados. Debía de ser la cena, pero ella estaba tan nerviosa que no podía ni pensar en comida.
Enseguida vio a Kateb, que avanzaba hacia ella.
Vestía unos pantalones amplios de color blanco, y nada más. Su pecho desnudo, de color miel y musculado, brillaba bajo la luz de las lámparas. Llevaba una toalla encima de los hombros y se estaba secando el pelo con otra. Al principio, no la vio.
La primera reacción de Victoria fue pensar que parecía casi un hombre normal, con un físico perfecto.
La segunda, que no parecía tan intimidante ni poderoso. Tal vez fuese por la toalla, o por el pelo mojado. El caso era que, de pronto, Victoria ya no tenía tanto miedo.
Kateb dejó ambas toallas encima de una mesa, se pasó los dedos por el pelo y, entonces, la vio.
Arqueó una ceja.
– Interesante atuendo. Pareces Caperucita Roja.
– He dado por hecho que es una tradición que las chicas del harén vayan cubiertas. Para que sólo pueda verlas una persona.
– ¿Llevas algo más?
¿Estaba bromeado? ¿Sabía bromear?
– Un vestido.
– ¿Puedo verlo?
Nerviosa y preocupada. Victoria se desató la capa y dejó que ésta cayese al suelo.
Kateb abrió un poco más los ojos. Apretó la mandíbula. No se movió, pero Victoria deseó cubrirse. Y, tal vez, gritar. Como si eso fuese a protegerla.
– ¿Ha sido cosa de Yusra? -preguntó, dándose la vuelta y yendo hacia la mesa. En ella había una botella de vino. Sirvió dos copas y se puso una camisa que había encima de unos cojines.
– No es del estilo de la ropa que me compro yo -admitió ella-. Hay otros cuatro parecidos. Yusra me ha dicho que ella se ponía algo similar cuando era joven.
– Eso no hacía falta que me lo contaras -murmuró él, dando un trago a su copa. Le tendió la otra, pero ella negó con la cabeza-. ¿Tienes hambre?
¿Esperaba que comiesen antes de hacerlo? ¿O se suponía que debía quedarse allí, medio desnuda, entreteniéndolo toda la noche? Le dieron ganas de quitarse una de las sandalias doradas que llevaba puestas y tirársela.
– Está bien, mira -empezó Victoria-. Esto ya ha durado suficiente. Estoy cansada, tengo jet lag, o como se llame aquí en el desierto. Estoy en un lugar extraño y me está asustando. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué significa ser su amante? ¿Cuáles son las reglas básicas? ¿Sexo diario? ¿Semanal? ¿Debo acceder a cualquier postura que me sugiera? ¿Y qué tipo de sexo va a ser? ¿Quién va a colocarse encima? ¿Qué va a hacerme?