– ¿Qué posibilidades tengo con Paul? -preguntó Sheila, con los ojos cerrados.
– Un poco joven, ¿no crees?
La secretaria era mayor que su jefa y llevaba encargándose de los retoques casi nueve años. Siguió empolvándala.
– Claro que es joven. Ahí está la gracia.
– No sé. He oído que está liado con esa pelirroja del despacho de Albritton.
A Sheila también le habían llegado los rumores. La guapísima letrada recién llegada de Stanford era el objeto de admiración de muchos, y Paul solía poder escoger.
– ¿Has leído el expediente del caso Sturdivant? -preguntó Sheila, levantándose para que le pusiera la toga.
– Sí.
La secretaria se la colocó con cuidado sobre los hombros.
La cremallera iba al frente. Ambas estiraron por un lado y por el otro hasta que la voluminosa toga quedó perfecta. -¿Quién mató al poli? -preguntó Sheila, subiéndose la cremallera con suavidad.
– No fue Sturdivant.
– Estoy de acuerdo. -Se puso delante de un espejo de entero y ambas estudiaron el resultado-. ¿Se nota que he engordado? -preguntó Sheila.
– No.
La misma respuesta para la misma pregunta.
– Pues he engordado. Por eso me encantan estas togas, son capaces de esconder hasta diez kilos.
– Te encantan por otra razón, querida, y ambas lo sabemos. Eres la única mujer entre ocho hombres y ninguno de ellos es tan duro o inteligente como tú.
– Y sexy. No olvides lo de sexy.
La secretaria se echó a reír.
– En eso no tienes competencia. Esos carcamales solo ven el sexo en sueños.
Abandonaron el despacho y salieron al pasillo, donde volvieron a encontrarse con Paul, que recitó de una tirada algunos de los puntos clave del caso Sturdivant mientras bajaban en ascensor hasta la tercera planta, donde estaban las salas del tribunal. Tal abogado discutiría esto mientras que el otro seguramente discutiría aquello otro. Aquí tienes algunas preguntas para pararles los pies a ambos.
A tres manzanas del lugar donde la jueza McCarthy presidía su sala, un grupo de hombres y (dos) mujeres apasionados se habían reunido para maquinar su caída. Se hallaban en una sala de conferencias sin ventanas de un edificio anodino, uno de los muchos que se apiñaban cerca del capitolio estatal, donde miles de funcionarios y miembros de grupos de presión ponían en marcha la maquinaría del estado de Mississippi.
La reunión estaba presidida por Tony Zachary y Visión Judicial. Los invitados eran los directores de otras firmas de «relaciones gubernamentales» con ideas afines, algunas con nombres tan vagos que era imposible catalogarlas: Red Independiente, Corporación Mercantil, Junta de Comercio, Defensa Empresarial. Otros, en cambio, no dejaban lugar a dudas: Ciudadanos Opuestos a la Litigación Tiránica (COLT), Asociación por un Juicio Justo, Supervisión de Fallos, Comité para la Reforma de la Responsabilidad Civil en Mississippi. y tampoco faltaba la vieja guardia, las asociaciones que representaban los intereses de la banca, las aseguradoras, petroleras, farmacéuticas, fabricantes, los pequeños comerciantes, la industria y lo mejor del estilo de vida americano.
En el tenebroso mundo de la manipulación legislativa, donde las lealtades cambiaban de la noche a la mañana y un amigo podía convertirse en el peor enemigo de un día para otro, la gente reunida en aquella sala era, al menos eso creía Tony Zachary, digna de confianza.
– Señoras y señores -empezó Tony, poniéndose en pie, con un cruasán a medio comer en el plato-, el motivo de esta reunión es el de informarles de que retiraremos a Sheila McCarthy del tribunal supremo estatal en noviembre y que su sustituto será un joven juez comprometido con el desarrollo económico y la limitación de la responsabilidad civil.
Se oyeron unos débiles aplausos. Todos los asistentes estaban sentados y lo miraban con atención y curiosidad. Nadie sabía a ciencia cierta quién estaba detrás de Visión Judicial. Zachary llevaba varios años por la zona y se había ganado una buena reputación, pero no poseía un gran capital personal y su grupo no estaba afiliado a ninguna asociación. Además, nunca antes había demostrado interés en el sistema judicial civil. Esa súbita pasión por cambiar las leyes de responsabilidad civil parecía haber salido de la nada.
Sin embargo, no cabía duda de que Zachary y Visión Judicial estaban bien financiados, y en aquel mundo, eso lo significaba todo.
– Contamos con la financiación inicial y con capital asegurado para más adelante -dijo, con orgullo-. Por descontado, vuestras aportaciones también serán necesarias. Tenemos un plan de campaña, una estrategia y seremos nosotros, Visión Judicial, quienes llevaremos la batuta.
Más aplausos. La coordinación siempre era el mayor obstáculo; había demasiados grupos, intereses y egos. Recaudar el dinero era fácil, al menos para causas y con asociaciones como aquellas, pero el problema solía radicar en su empleo. El hecho de que Tony hubiera asumido el mando, aunque fuera de una manera un tanto agresiva, era una buena noticia. Los demás estaban más que contentos de tener que preocuparse únicamente de firmar los cheques y aportar a los votantes.
– ¿Y el candidato? -preguntó alguien.
Tony sonrió.
– Os encantará. Ahora mismo no puedo deciros su nombre, pero lo adoraréis. Está hecho para la televisión.
Ron Fisk todavía no había aceptado presentarse a las elecciones, pero Tony sabía que lo haría. Además, si por alguna razón decidía no hacerlo, seguía habiendo más nombres en la lista. Candidatos no iban a faltarles, aunque tuvieron que gastarse montañas de dinero.
– ¿Hablamos de los fondos? -preguntó Tony, y entró de cabeza en la cuestión, antes de darles tiempo a responder-. Tenemos un millón de dólares sobre la mesa y quiero invertir más de lo que ambos candidatos arriesgaron en las últimas elecciones. Eso fue hace dos años y no es necesario que os recuerde que vuestro candidato se quedó corto. El mío no perderá, pero para asegurarme necesito de vosotros, y de vuestros miembros, dos millones.
Tres millones para unos comicios de ese tipo era algo que se salía totalmente de lo común. En las últimas elecciones a gobernador, un cargo que afectaba a los ochenta y dos condados y no solo a un tercio de ellos, el ganador había invertido siete millones de dólares, y el perdedor la mitad. Además, la elección de un gobernador siempre era un gran espectáculo, el eje de la política estatal. Las pasiones se desbordaban y aún más el número de votantes.
Unos comicios para elegir a la persona que ocuparía el cargo de juez en el tribunal supremo del estado, cuando se celebraban, apenas conseguían llamar a las urnas a más de un tercio de los votantes censados.
– ¿Cómo tenéis pensado gastar esos tres millones? -preguntó alguien.
Lo verdaderamente importante era que la pregunta no hacía referencia a cómo iban a recaudar tanto dinero; por lo tanto, daban por hecho que tenían acceso a grandes sumas de capital.
– En televisión, televisión y más televisión -contestó Tony.
Era cierto, a medias. Tony jamás les revelaría todos los detalles de la estrategia. El señor Rinehart y él habían planeado invertir mucho más de tres millones, pero gran parte de los gastos se pagarían en efectivo o se realizarían fuera del estado, convenientemente disimulados.
En ese momento apareció un ayudante, que empezó a repartir unas voluminosas carpetas.
– Esto es lo que hemos hecho en otros estados -dijo Tony-. Por favor, lleváoslo y leedlo cuando tengáis un momento.
Hubo preguntas sobre el plan y muchas más sobre el candidato. Tony apenas soltó prenda, pero insistió en la necesidad de que debían comprometerse económicamente con la causa, y cuanto antes mejor. El único contratiempo a lo largo de toda la reunión fue cuando el presidente de COLT les informó de que su grupo había estado reclutando candidatos para presentarse contra McCarthy y que él ya tenía su propio plan para derrocarla. Afirmó que COLT contaba con ocho mil miembros, aunque la cifra era un poco dudosa. La mayoría de sus activistas eran demandantes que habían salido escaldados de algún juicio. La organización tenía credibilidad, pero no un millón de dólares. Tras un breve, aunque acalorado intercambio de palabras, Tony invitó al candidato de COLT a seguir adelante con su propia campaña, momento en el que el otro dio marcha atrás y volvió a las filas.