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La luz verde fue el tema de conversación durante la larga cena de esa noche. Faltaba un mes para la fecha límite en que poder presentarse a las elecciones. Aunque corrían los rumores habituales, Tony creía firmemente que los comicios no atraerían a más oponentes.

– Solo habrá tres caballos -dijo- y dos son nuestros.

– ¿Qué hace McCarthy? -preguntó Barry.

Recibía actualizaciones diarias de sus movimientos, los cuales apenas habían revelado nada hasta el momento.

– No mucho. Parece que todavía está traumatizada. Estaba la mar de tranquila y de repente se encuentra con que un vaquero chiflado llamado Coley la acusa de liberal y amiga de convictos y con que los periódicos publican todo lo que él dice. Estoy seguro de que McElwayne está asesorándola, es su secuaz, pero todavía tiene que organizar un equipo de gente para la campaña.

– ¿Está recaudando dinero?

– La semana pasada, los abogados litigantes enviaron uno de sus habituales correos electrónicos para meter miedo, en el que pedían dinero a sus miembros. No tengo ni idea de cómo les va.

– ¿Sexo?

– El amante de siempre. Sale en los informes. Por ahora nada sucio.

Poco después de abrir la segunda botella de pinot noir de Oregón, decidieron presentar a Fisk al cabo de un par de semanas. El chico estaba preparado, tirando de las riendas, desesperado por salir a la pista. Todo estaba listo. Se iba a tomar una excedencia de seis meses en el trabajo y sus compañeros de bufete habían recibido la noticia de buen grado. y con razón. Acababan de conseguir cinco nuevos clientes: dos compañías madereras de peso, una empresa de Houston que construía oleoductos y dos firmas de gas natural. La amplia alianza de grupos de presión se había subido al barco y aportaba dinero y soldados para la batalla. McCarthy tenía miedo hasta de su sombra y por lo visto esperaba que Clete Coley se desvaneciera de la noche a la mañana o se autodestruyera.

Entrechocaron las copas y brindaron por la víspera de una campaña emocionante.

Como siempre, la reunión se celebró en la sala anexa de la iglesia de Pine Grove y, como siempre, varias personas ajenas al caso intentaron colarse para ponerse al día de las últimas noticias. El pastor Ott las acompañó hasta la puerta con suma educación, explicándoles que se trataba de una reunión privada entre los abogados y sus clientes.

Además del caso Baker, los Payton tenían pendientes otros treinta procesos más en Bowmore. Dieciocho estaban relacionados con fallecidos y los otros doce con personas afectadas por el cáncer en distintos estadios. Cuatro años antes, los Payton habían tomado la decisión táctica de probar primero con el mejor caso que tenían, el de Jeannette Baker. Les resultaría mucho más barato que intentarlo con los treinta y uno a la vez. El de Jeannette era el más conmovedor, ya que había perdido a toda su familia en un lapso de ocho meses. En estos momentos parecía que habían acertado con su decisión.

Wes y Mary Grace odiaban aquellas reuniones. Sería difícil encontrar a un grupo de gente más triste. Habían perdido hijos, maridos y esposas. Padecían enfermedades terminales y debían vivir con terribles dolores. Hacían preguntas que carecían de respuesta, una y otra vez, con ligeras variaciones porque no había dos casos idénticos. Unos querían abandonar y otros estaban dispuestos a seguir luchando. Unos querían dinero y otros únicamente deseaban que Krane fuera imputado por su responsabilidad. Siempre había lágrimas y palabras duras, y por eso el pastor Ott asistía a esas reuniones, para tranquilizarlos con su presencia.

Ahora, con el conocido veredicto del caso Baker, los Payton sabían que el resto de sus clientes tenían expectativas mucho más elevadas. Seis meses después de la sentencia, los clientes estaban más ansiosos que nunca. Llamaban al despacho a todas horas y mandaban cada vez más cartas y correos electrónicos.

La reunión estaba dominada por la tensión añadida del funeral, celebrado tres días antes, de Leon Gatewood, un hombre despreciado por todos. Habían encontrado su cadáver en una pila de broza a unos cinco kilómetros de su barca de pesca volcada. Carecían de pruebas que demostraran que se trataba de un crimen, pero todo el mundo lo sospechaba. El sheriff se ocupaba de la investigación.

Las treinta familias estaban representadas en la reunión.

En la libreta que Wes les fue pasando había sesenta y dos nombres, nombres que conocía muy bien, incluido el de Frank Stone, un albañil sarcástico que apenas hablaba durante esos encuentros. A pesar de no contar con pruebas de ningún tipo, todos daban por hecho que si alguien había sido el causante de la muerte de Leon Gatewood, Frank Stone sabía algo.

Mary Grace empezó con una calurosa bienvenida. Les agradeció su presencia y su paciencia. Les habló de la apelación del caso Baker y, con un toque dramático, sacó el voluminoso escrito reunido por los abogados de Krane como prueba de las muchas horas que estaban invirtiendo en lo tocante a la apelación. La revisión de los escritos se haría en septiembre, momento en que el tribunal supremo decidiría cómo enfocar el caso. También tenía la opción de derivarlo a un tribunal inferior, el de apelación, para una revisión inicial, o bien podía aceptarlo. Un caso de aquella magnitud acabaría fallándose en el tribunal supremo y tanto Wes como ella eran de la opinión que evitaría los tribunales inferiores. Si eso ocurría, se programarían las exposiciones orales para finales de año o para principios del siguiente. Ellos calculaban que en un año tendrían una sentencia definitiva.

Si el tribunal confirmaba el fallo, se abrirían diferentes posibilidades. Krane se hallaría bajo una enorme presión para llegar a un acuerdo en el resto de las demandas, lo cual, por descontado, sería un resultado extremadamente favorable. Si Krane se negaba a pactar, Mary Grace creía que el juez, Harrison reuniría los demás casos y los juzgaría en un solo proceso colectivo. Si eso llegara a suceder, el bufete contaría con los recursos necesarios para seguir adelante. Confió a sus clientes que habían pedido prestados más de cuatrocientos mil dólares para llevar el caso Baker a juicio y que no podían volver a hacerlo salvo que el primer veredicto fuera confirmado.

Por pobres que fueran sus clientes, no estaban tan al borde de la ruina como sus abogados.

– ¿Y si el tribunal desestima el veredicto? -preguntó Eileen Johnson.

Estaba calva por culpa de la quimioterapia y pesaba menos de cuarenta y cinco kilos. Su marido no le había soltado la mano en lo que llevaban de reunión.

– Es una posibilidad -admitió Mary Grace-, pero confiamos en que eso no va a suceder. -Lo dijo con mayor seguridad de la que sentía. Los Payton tenían un buen pálpito respecto a la apelación, pero un abogado en su sano juicio no daría nada por sentado-. Si eso ocurre, el tribunal lo devolverá para que se repita el juicio, en parte o en su totalidad. Es difícil de predecir.

Mary Grace siguió adelante, impaciente por no seguir hablando de una posible derrota. Les aseguró que sus casos seguían recibiendo toda la atención de su bufete. Cientos de documentos se procesaban y se clasificaban cada semana. Seguían buscando expertos. Estaban en un compás de espera, pero seguían trabajando con ahínco.

– ¿Y qué pasa con esa demanda conjunta? -preguntó Curtis Knight, el padre de un adolescente que había muerto hacía cuatro años.

La pregunta pareció despabilar a los presentes. Había otros, con menos méritos, que estaban invadiendo su territorio.

– Olvidad eso -contestó Mary Grace-. Esos demandantes van al final de la cola. Solo ganan si se llega a un acuerdo, y cualquier acuerdo deberá satisfacer primero vuestras reclamaciones. Controlamos el acuerdo. No estáis compitiendo con esa gente.

La respuesta pareció tranquilizarlos.

Wes tomó la palabra para advertirles. La sentencia había aumentado la presión sobre Krane más que nunca. Seguramente habían enviado investigadores a la zona para que vigilaran a los demandantes mientras trataban de reunir información que pudiera perjudicarles. Les aconsejó que tuvieran cuidado de con quién hablaban, que desconfiaran de los extraños y que les informaran de cualquier cosa que les resultara remotamente fuera de lo normal.