Cuando el piso estuvo en silencio y los niños en la cama, Wes y Mary Grace se tumbaron en el sofá, cada uno con la cabeza en un extremo y las piernas entrelazadas, y dejaron vagar sus pensamientos. Durante los últimos cuatro años, a medida que sus finanzas entraban en barrena y se veían obligados a hacer frente una humillación tras otra ya ir perdiéndolo todo, el miedo se había convertido en una compañía habituaL Miedo a perder su hogar, luego el despacho, después los coches. Miedo a no ser capaces de alimentar a sus hijos. Miedo a que surgiera alguna urgencia médica que no cubriera su seguro. Miedo a perder el caso Baker. Miedo a ir a la quiebra si el banco los presionaba demasiado.
Desde el fallo del jurado, el miedo se había convertido más en una molestia que en una amenaza constante. Estaba siempre allí, pero poco a poco lo iban controlando. Llevaban seis meses seguidos pagando dos mil dólares mensuales al banco, dinero ganado con mucho esfuerzo, que quedaba después de haber satisfecho otras facturas y gastos. Apenas cubría los intereses y no hacía más que recordarles hasta qué punto estaban endeudados, pero era simbólico. Estaban abriéndose paso entre los escombros y ya empezaban a ver la luz.
Ahora, por primera vez en años, había un cojín, una red de seguridad, algo a lo que agarrarse si caían. Cogerían la parte del acuerdo que les tocaba y, cuando volvieran a sentir miedo, los reconfortaría su tesoro enterrado.
A las diez de la mañana del día siguiente, Wes se pasó por el banco y encontró a Huffy en su mesa. Le hizo prometer que guardaría silencio y luego le contó la buena noticia al oído. Huffy estuvo a punto de abrazarlo. Tenía al señor Kirkabrón encima de nueve a cinco, exigiéndole un poco de acción.
– Deberíamos recibir el dinero en un par de semanas -dijo Wes, orgulloso-. Te llamaré en cuanto llegue.
– ¿Cincuenta de los grandes, Wes? -repitió Huffy, como si acabara de salvar el empleo.
– Lo que has oído.
A continuación, Wes se dirigió al despacho. Tabby le comunicó que Alan York había llamado. Lo de siempre, se dijo, seguramente algún detalle que quedaba por concretar.
Sin embargo, la voz de York había perdido su cordialidad habitual.
– Wes, hay un pequeño contratiempo -dijo lentamente, como si buscara las palabras.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Wes.
Se le había hecho un nudo en el estómago.
– No lo sé, Wes, esto es muy desconcertante, estoy confuso. Nunca me había pasado, pero bueno, en fin, el caso es que Littun Casualty ha dado marcha atrás al acuerdo. Ya no está sobre la mesa, lo han retirado. Son unos cabrones de cuidado. Llevo gritándoles toda la mañana. Esta firma lleva dieciocho años representando a esa compañía y nunca habíamos tenido un problema similar, pero desde hace una hora están buscando otro bufete. He mandado al cliente a hacer puñetas. Os di mi palabra y ahora mi cliente me deja con el culo al aire. Lo siento, Wes. No sé qué decir.
Wes se pinzó el puente de la nariz e intentó no gemir.
– Bueno, Alan, esto no me lo esperaba -dijo, después de que se le quebrara la voz unos instantes.
– Ni yo tampoco, pero sinceramente, esto no afecta para nada al caso. De lo único que me alegro es de que no haya sucedido el día antes del juicio o algo por el estilo. No te puedes fiar de la gente de las alturas.
– N o se pondrán tan gallitos en el juicio.
– Tienes toda la razón, Wes. Espero que machaquéis a esos tipos con otra indemnización de las que hacen historia.
– Lo haremos.
– Lo siento, Wes.
– No es culpa tuya, Alan. Sobreviviremos y presionaremos para llegar a juicio.
– Hacedlo.
– Ya hablaremos.
– Claro. Esto, Wes, ¿tienes el móvil a mano?
– Lo tengo aquí mismo.
– Pues apunta mi número. Cuelga y llámame.
– Esto no te lo he dicho yo, ¿de acuerdo? -dijo York, una vez que ambos hubieron colgado el teléfono fijo y volvían a hablar por el móvil.
– De acuerdo.
– El jefe de los abogados de la empresa es un tipo llamado Ed Larrimore. Fue socio del bufete Bradley amp; Backstrom de Nueva York durante veinte años. Su hermano también es socio de esa firma. Bradley amp; Backstrom se dedican a los peces gordos y uno de sus clientes es KDN, la compañía petrolífera cuyo mayor accionista es Carl Trudeau. Ahí tienes la conexión. No he hablado nunca con Ed Larrimore, no ha habido motivo, pero el abogado con el que suelo hablar me pasó el chivatazo de que la decisión de parar el acuerdo ha venido desde lo más alto.
– Una pequeña represalia, ¿eh?
– Eso parece. No es ni ilegal ni va contra la ética. La compañía aseguradora decide no llegar a un acuerdo y prefiere ir a juicio. Ocurre todos los días. No puedes hacer nada, salvo machacarlos en el juicio. Littun Casualty obtiene beneficios de veinte millones, así que no les preocupa un pequeño jurado del condado de Pike, Mississippi. Yo creo que lo alargarán lo que puedan hasta llegar a juicio y entonces intentarán obtener un acuerdo.
– No sé qué decir, Alan.
– Siento que haya ocurrido, Wes. Yo ya no pinto nada en este asunto, y recuerda que yo no te he dicho nada.
– No te preocupes.
Wes se quedó mirando la pared largo rato y luego consiguió reunir las fuerzas y la entereza necesarias para levantarse, echar a caminar, salir de la oficina e ir a buscar a su mujer.
25
Puntual como un reloj, Ron Fisk se despidió de Doreen con un beso en la puerta de entrada a las seis en punto del miércoles por la mañana y a continuación le tendió su bolsa para una noche y el maletín a Monte. Guy estaba al volante del monovolumen. Ambos ayudantes saludaron a Doreen con la mano y luego partieron a toda velocidad. Era el último miércoles de septiembre, la vigesimoprimera semana de la campaña y el vigesimoprimer miércoles consecutivo que se había despedido de su mujer con un beso a las seis de la mañana. Tony Zachary no podría haber encontrado un candidato más disciplinado.
En el asiento de atrás, Monte le tendió el programa del día, que uno de los subordinados de Tony preparaba en Jackson por la noche y enviaba por correo electrónico a Monte a las cinco en punto de la mañana. La primera página era el programa, la segunda era una descripción de los tres grupos a los que se dirigiría ese día, junto con los nombres de la gente importante que asistiría a los actos.
La tercera página era una actualización de las campañas de sus oponentes. En su mayoría no eran más que rumores, pero aun así seguía siendo su parte preferida. La última vez que se había visto a Clete Coley había sido dirigiéndose a un pequeño grupo de ayudantes de sheriff en el condado de Hancock; luego se había retirado a las mesas de blackjack del Pirate´s Cave. Ese día se suponía que McCarthy estaría trabajando y que no habría actos de campaña.
La cuarta página era el resumen financiero. Hasta el momento, las contribuciones ascendían a un total de un millón setecientos mil dólares, el 75 por ciento de las cuales procedía de donantes del estado. Los gastos subían a un millón ochocientos mil dólares, pero no había que preocuparse por el déficit. Tony Zachary sabía que el dinero de verdad llegaría en octubre. McCarthy había recibido un millón cuatrocientos mil dólares, prácticamente todo de los abogados litigantes, y se había gastado la mitad. En el bando de Fisk todos eran de la opinión de que a los abogados litigantes ya no les quedaba un centavo.