¿Cómo habían conseguido retratarla como a una juez liberal que apoyaba el matrimonio entre homosexuales?
La habitación daba vueltas a su alrededor. Con la llegada de la siguiente pausa publicitaria, se puso tensa y se preparó para el siguiente asalto, pero no emitieron nada, solo el graznido de un vendedor de coches y los apremios de un comerciante de muebles de rebajas.
Sin embargo, quince minutos después volvieron a pasar el anuncio. Sheila levantó la cabeza y miró incrédula las mismas imágenes, seguidas de la misma voz.
Sonó el teléfono. Al ver en la pantallita de quién se trataba, decidió no contestar. Se duchó y se vistió a toda prisa y a las ocho y media entraba en las oficinas de la campaña con una amplia sonrisa y deseando buenos días a todos. Los cuatro voluntarios estaban alicaídos. Tres televisores emitían tres programas distintos. Nat estaba en su despacho, gritándole a alguien por teléfono. Estampó el auricular, le hizo un gesto para que entrara y cerró la puerta detrás de ella.
– ¿Lo has visto? -preguntó.
– Dos veces -contestó ella, con toda calma.
Aparentemente, no estaba desconcertada. Todos estaban nerviosos, por lo que era importante intentar transmitir tranquilidad.
– Es una saturación de manual-dijo Nat-. Jackson, la costa, Hattiesburg, Laurel, cada quince minutos en todas las cadenas. Además de la radio.
– ¿De qué son los zumos?
– De zanahoria -contestó Nat, abriendo la pequeña nevera-. Despilfarran dinero como si nada, lo que por descontado significa que les entra a raudales. La típica emboscada: esperar hasta elIde octubre para pulsar el botón y empezar a imprimir billetes. Ya lo hicieron el año pasado en Illinois y Alabama. Y hace dos años en Ohio y Texas.
Nat sirvió dos vasos mientras hablaba.
– Siéntate y relájate, Nat -dijo Sheila, aunque él no le hizo caso.
– Los ataques publicitarios deben responderse del mismo modo -dijo-, y rápido.
– No estoy segura de que sea un ataque publicitario. No mencionan mi nombre.
– No hace falta. ¿Cuántos jueces liberales se presentan a las elecciones junto al señor Fisk?
– Ninguno, que yo sepa.
– Querida, desde esta mañana eres oficialmente una jueza liberal.
– ¿ De verdad? Pues me siento igual.
– Tenemos que responder, Sheila.
– No voy a dejarme arrastrar a un intercambio de ataques personales por el matrimonio entre homosexuales.
Nat al final tomó asiento y se calló. Se bebió el zumo y se quedó mirando al suelo hasta recuperar un ritmo de respiración pausado.
– Es fatídico, ¿ no? -preguntó Sheila, con una sonrisa, dándole un sorbo al suyo.
– ¿El zumo?
– El anuncio.
– Potencialmente, sí, pero estoy trabajando en algo.
– Nat rebuscó en una montaña de papeles junto a su mesa y sacó una carpeta muy fina-. Escucha esto: el señor Meyerchec y el señor Spano alquilaron un apartamento el 1 de abril de este año. Tenemos una copia del contrato de alquiler. Esperaron treinta días, tal como exige la ley, y luego se inscribieron en el censo. Al día siguiente, el 2 de mayo, solicitaron el carnet de conducir en Mississippi, hicieron el examen y aprobaron. El departamento de Tráfico emitió los carnets el 4 de mayo. Pasaron un par de meses, durante los cuales no se tiene constancia oficial de que buscaran trabajo, tramitaran alguna licencia empresarial ni nada que pudiera indicar que trabajaban aquí. Recuerda que aseguran ser ilustradores autónomos, sea lo que sea eso. -Hojeaba las páginas rápidamente, comprobando los datos aquí y allí-. Después de preguntar a los ilustradores que anuncian sus servicios en las páginas amarillas, descubrimos que nadie conoce ni a Meyerchec ni a Spano. Su piso está en una urbanización bastante grande, con muchos bloques de apartamentos y muchos vecinos, pero nadie recuerda haberlos visto por allí. Ah, y en los círculos gay, ni una sola persona de todas con las que nos hemos puesto en contacto admite conocerlos.
– ¿Quién se ha puesto en contacto con ellos?
– Espera, ahora voy a eso. Luego intentan obtener una licencia de matrimonio y el resto de la historia puedes seguirla en los periódicos.
– ¿Quién se ha puesto en contacto con ellos? Nat ordenó los papeles de la carpeta y la cerró.
– Aquí es donde se pone interesante. La semana pasada recibí una llamada de un joven que se presentó como estudiante gay de Derecho, aquí en Jackson. Me dio su nombre y el de su pareja, otro estudiante de Derecho. No están en el armario, pero tampoco preparados para el desfile del orgullo gayo El caso Meyerchec-Spano les llamó la atención, y cuando se convirtió en un tema de campaña, ellos, igual que otros muchos con dos dedos de frente, empezaron a sospechar. Conocen a muchos de los gays que viven aquí, en la ciudad, y les preguntaron por Meyerchec y Spano. Nadie los conoce. De hecho, la comunidad gay empezó a sospechar de ellos desde el momento en que se presentó la demanda. ¿Quiénes son estos tíos? ¿De dónde salen? Los estudiantes de Derecho decidieron encontrar la respuesta. Han llamado a los teléfonos de Meyerchec y Spano cinco veces al día, a horas distintas, y jamás les han contestado. Llevan treinta y seis días intentándolo sin obtener respuesta. Han hablado con los vecinos: no los han visto nunca. Nadie les vio trasladarse. Han llamado a la puerta y han mirado por las ventanas. El piso apenas está amueblado y no tienen nada colgado en las paredes. Para convertirse en verdaderos ciudadanos, Meyerchec y Spano pagaron tres mil dólares por un Saab de segunda mano, a nombre de los dos, como un matrimonio de verdad, y luego compraron una matrícula del estado. El Saab está aparcado delante del piso, pero nadie lo ha tocado en treinta y seis días.
– ¿ Adónde nos lleva todo esto? -preguntó Sheila.
– Estoy llegando. Nuestros estudIantes ele derecho los han localizado en Chicago, donde Meyerchec tiene un bar gay y Spano trabaja de diseñador de interiores. Los estudiantes están dispuestos a volar a Chicago, quedarse allí varios días, pasarse por el bar, infiltrarse y recabar información, a cambio de algo de dinero.
– Información ¿para qué?
– Información que, con un poco de suerte, demuestre que no residen en el estado, que su presencia aquí era una farsa, que alguien los está usando para explotar la cuestión del matrimonio entre homosexuales y que tal vez ni siquiera sean pareja en Chicago. Si podemos demostrar eso, entonces iré a The Clarion-Ledger, al Sun Herald de Biloxi y a todos los periódicos del estado para darles la noticia. No podemos ganar una pelea en este asunto, querida, pero desde luego lo que sí podemos hacer es contraatacar.
Sheila apuró el vaso de zumo y sacudió la cabeza, no demasiado convencida.
– ¿Crees que ese Fisk es tan listo?
– Fisk es un peón, pero, sí, los que mueven los hilos son muy listos. Hay que tener una mente retorcida, pero brillante. Aquí nadie piensa en el matrimonio entre homosexuales porque jamás ocurrirá y, de pronto, no se oye hablar de otra cosa. Noticia de portada. Todo el mundo se asusta. Las madres esconden a sus hijos. Los políticos calientan motores.
– Pero ¿por qué iban a usar a dos homosexuales de Chicago?
– No creo que sea fácil encontrar a dos homosexuales en Mississippi que quieran este tipo de publicidad. Además, los gays de aquí, sensibilizados con la tolerancia, saben cómo puede ser de virulenta la reacción del mundo heterosexual. Lo peor que podrían hacer es exactamente lo que han hecho Meyerchec y Spano.