– Si Meyerchec y Spano son gays, ¿por qué iban a hacer algo que perjudicara su causa?
– Por dos razones. Primera, porque no viven aquí. y segunda, por dinero. Alguien paga las facturas: el alquiler del piso, el coche de segunda mano, el abogado y unos cuantos miles de dólares por su tiempo y los inconvenientes.
Sheila ya había oído suficiente.
– ¿Cuánto necesitan? -preguntó, mirando el reloj.
– Dinero para gastos: el avión, el hotel, lo básico. Dos mil.
– ¿Los tenemos? -preguntó, echándose a reír.
– Lo pongo yo de mi bolsillo. Por ahora que no aparezca en los libros. Solo quería que supieras lo que estábamos haciendo.
– Tienes mi aprobación.
– ¿Y la disensión de Frankie Hightower?
– Estoy en ello. Puede que necesite otro par de meses.
– Ahora estás hablando como una verdadera jueza del tribunal supremo.
Denny Ott recibió una invitación indirecta a la concentración cuando se le escapó a un colega, mientras tomaban un café una mañana en Babe's. No estaban invitados todos los pastores de la ciudad. Había algunos específicamente excluidos, como dos de la iglesia metodista y uno de la presbiteriana, pero daba la impresión de que todos los demás serían bienvenidos. En Bowmore no había iglesia episcopal, y si en la ciudad quedaba un solo católico, él o ella todavía no había dado la cara.
Se celebró un jueves por la tarde, en una sala adjunta de una congregación fundamentalista llamada Templo de la Cosecha. El moderador era el pastor de la iglesia, un joven apasionado al que se conocía como hermano Ted. Después de una breve oración, dio la bienvenida a sus colegas predicadores, dieciséis en total, incluidos tres pastores negros. Miró con recelo a Denny Ott, pero no dijo nada acerca de su presencia.
El hermano Ted fue directamente al grano. Había entrado a formar parte de la Coalición de Hermanos, un grupo recién formado de predicadores fundamentalistas del sur de MisSISsippi. Su objetivo era hacer todo lo posible, discreta y metódicamente, para que Ron Fisk saliera elegido con la ayuda de Dios y, de paso, acabar con cualquier posibilidad de que los matrimonios entre personas del mismo sexo pudiesen darse en Mississippi. Despotricó contra los males de la homosexualidad y su creciente aceptación en la sociedad estadounidense. Citó la Biblia cuando le pareció oportuno y alzó la voz con indignación cuando lo creía necesario. Hizo hincapié en la urgencia de contar con hombres devotos en todos los cargos públicos y auguró un gran futuro a la Coalición de Hermanos en los años venideros.
Denny escuchó sin inmutarse, aunque con creciente alarma. Había mantenido varias conversaciones con los Payton y sabía qué era lo que se estaba jugando de verdad en aquella campaña. La manipulación y el marketing de Fisk le ponían enfermo. Miró a los demás pastores y se preguntó cuántos funerales habrían celebrado por culpa de Krane Chemical. El condado de Cary debería ser el último lugar que apoyara la candidatura de alguien como Ron Fisk.
El hermano Ted demostró toda la beatería de la que era capaz al tocar la cuestión de Sheila McCarthy. Era una católica de la costa, lo que en los círculos cristianos rurales equivalía a ser una mujer de moral disoluta. Estaba divorciada. Le gustaba ir de fiesta y se rumoreaba que tenía amantes. Era una liberal empedernida, se oponía a la pena de muerte y no se podía confiar en ella cuando había que tomar decisiones relacionadas con el matrimonio entre homosexuales, la inmigración ilegal y cuestiones por el estilo.
Al término del sermón, alguien comentó que tal vez las iglesias no deberían meterse tanto en política, comentario que topó con la desaprobación general. El hermano Ted contraatacó con una breve homilía sobre las guerras culturales y el valor que debían tener para luchar por Dios. Es hora de que los cristianos abandonen las bandas y entren en el campo de juego. Aquello condujo a una acalorada discusión sobre la pérdida de valores. Se echó la culpa a la televisión, a Hollywood y a internet. La lista se alargó y empezó a ser alarmante.
¿Qué estrategia debían seguir?, preguntó alguien. ¡Organización! Los devotos superaban a los infieles en el sur de Mississippi y debían movilizar las tropas. Necesitaban voluntarios para la campaña, para ir de puerta en puerta, para las mesas electorales. Debían difundir el mensaje de iglesia en iglesia, de casa en casa. Solo quedaban tres semanas para las elecciones. Su movimiento se extendía como un reguero de pólvora.
Al cabo de una hora, Denny Ott se había hartado. Se excusó, volvió en coche al despacho de la iglesia y llamó a Mary Grace.
Los directores de la ALM celebraron una reunión urgente dos días después de que la campaña de Fisk emitiera sus anuncios contra el matrimonio entre homosexuales. El estado de ánimo era sombrío. La pregunta era obvia: ¿cómo había podido salir a la palestra un tema como aquel? y ¿qué podía hacer la campaña de McCarthy para contrarrestar el ataque?
Nat Lester estaba presente y resumió sus planes para las tres últimas semanas. McCarthy contaba con setecientos mil dólares para seguir luchando, mucho menos que Fisk. La mitad del presupuesto ya estaba invertido en anuncios televisivos que empezarían a emitirse en veinticuatro horas. Lo que quedaba estaba destinado a la publicidad por correo y a algún que otro anuncio de último momento para la radio y la televisión. Después de eso, ya no tenían más dinero. Llegaban pequeños donativos de organizaciones laboralistas, conservacionistas, defensores del buen gobierno y algunos de los grupos de presión más moderados, pero el 92 por ciento de los fondos de campaña de McCarthy los aportaban los abogados litigantes.
Nat les resumió la última encuesta. Por ahora los dos candidatos estaban empatados con un 30 por ciento de los votos, y el mismo número de votantes indecisos. Coley seguía con un 10 por ciento. Sin embargo, la encuesta se había realizado la semana anterior, por lo que no reflejaba el efecto de los anuncios del matrimonio entre homosexuales, por culpa de los cuales tendría que realizar una nueva encuesta durante el fin de semana.
Como era de esperar, todos tenían opiniones distintas y fundamentadas sobre lo que había que hacer. Nat tuvo que recordarles una y otra vez que todas sus ideas eran caras. Les dejó discutir. Algunos tenían proposiciones sensatas, otras eran radicales. La mayoría daba por sentado que sabían más acerca de las campañas que los demás, y todos asumían que, decidieran lo que decidiesen, la campaña de McCarthy lo acataría de inmediato.
Nat no compartió con ellos algunos rumores que les habrían minado la moral. Un periodista del diario de Biloxi le había llamado esa mañana para hacerle algunas preguntas. Estaba investigando una historia acerca del tema candente del momento, el de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Durante la conversación de diez minutos que mantuvieron, le contó a Nat que la mayor cadena de televisión de la costa había reservado un espacio a la campaña de Fisk en horario de mayor audiencia durante las tres semanas restantes por un millón de dólares. Se decía que nunca hasta entonces se había pagado aquella cantidad por un espacio de propaganda electoral.
Un millón de dólares en la costa equivalía a invertir lo mismo, como mínimo, en el resto de mercados.
La noticia era tan preocupante que Nat se planteó si comentárselo a Sheila. En esos momentos se inclinaba por guardárselo para sí y, desde luego, lo que no iba a hacer era compartirlo con los abogados litigantes. Aquellas sumas eran tan pasmosas que podían desmoralizar a Sheila.
El presidente de la ALM, Bobby Neal, al final consiguió acordar un plan, no con poco esfuerzo, que apenas requeriría inversión. Enviaría un correo electrónico urgente a los ochocientos miembros, en el que les detallaría la crítica situación y les solicitaría su colaboración. Se pediría a todos los abogados litigantes que 1) confeccionaran una lista de un mínimo de diez clientes que pudieran permitirse enviar un cheque de cien dólares y estuvieran dispuestos a hacerlo, y 2) que confeccionaran otra lista de clientes y amigos a los que pudiera convencerse para que trabajaran en la campaña, ya fuera yendo de puerta en puerta o para estar en las mesas electorales el día de los comicios. El apoyo de las bases era primordial.