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Primera cuestión: tenían tres niños pequeños. Jackson, sede del tribunal supremo estatal, estaba a una hora de camino, y la familia no iba a irse de Brookhaven. Ron calculaba que solo tendría que pasar un par de noches a la semana en]ackson, a lo sumo. Haría el trayecto todos los días, la carretera era buena. Además, podría trabajar desde casa. En el fondo, para él, la idea de alejarse de Brookhaven un par de noches a la semana tenía su atractivo. En el fondo, para ella, la idea de tener la casa para sí sola de vez en cuando era un alivio.

Segunda cuestión: la campaña. ¿Cómo iba a dedicarse a la política durante el resto del año mientras seguía ejerciendo la abogacía? Estaba convencido de que su bufete lo apoyaría, pero no sería fácil. Sin embargo, quien algo quiere algo le cuesta.

Tercera cuestión: el dinero, aunque tampoco era una de las grandes preocupaciones. El aumento era significativo. El tanto por ciento que le correspondía del reparto de beneficios anual del bufete aumentaba cada año, pero no contaba con que le concedieran grandes incentivos. Los salarios judiciales de Mississippi subían periódicamente con cada legislatura. Además, el estado ofrecía un plan de pensiones y un seguro médico mejores.

Cuarta cuestión: su carrera. Después de catorce años haciendo lo mismo, y sin visos de cambio, encontraba estimulante la idea de dar un súbito giro profesional a su carrera. La perspectiva de dejar de ser uno entre un millón y convertirse en uno entre nueve era emocionante. Pasar del juzgado comarcal a la cima del sistema legal estatal de un solo salto mortal era tan excitante que le entraban ganas de echarse a reír. Doreen no reía, pero estaba muy contenta y totalmente volcada en la cuestión.

Quinta cuestión: el fracaso. ¿y si perdía? ¿y si la derrota era aplastante? ¿Los humillarían? A pesar de su humildad, no dejaba de repetirse lo que Tony Zachary había dicho: «Tres millones de dólares garantizan ganar la carrera y nosotros conseguiremos el dinero».

Lo que les llevaba a la cuestión más importante de todas: ¿quién era Tony Zachary? y ¿podían confiar en él? Ron se había pasado una hora entera navegando por internet buscando información sobre Visión Judicial y el señor Zachary. Todo parecía legal. Llamó a un amigo de la Facultad de Derecho, un hombre de carrera que trabajaba en la oficina del fiscal general, en Jackson, y tanteó sobre Visión Judicial sin revelarle el verdadero motivo de su llamada. Su amigo creía haber oído hablar de ellos, pero no sabía mucho más. Además, él se encargaba de los derechos de extracción de crudo más allá de la costa y se mantenía al margen de la política.

Ron había llamado a la oficina de Visión Judicial en Jackson y cuando al final consiguieron pasarle con la secretaria de Zachary, esta le informó de que su jefe estaba fuera, de viaje, por el sur de Mississippi. Después de colgar, la secretaria llamó a Tony y le informó de la llamada recibida.

Los Fisk se encontraron con Tony para comer al día siguiente en el Dixie Springs Café, un pequeño restaurante cerca de un lago, a unos quince kilómetros al sur de Brookhaven, lejos de los curiosos que podrían encontrarse en los restaurantes de la ciudad.

Zachary adoptó una postura ligeramente diferente para la ocasión. Ese día sería el hombre abierto a otros candidatos. El trato era el que era, o lo tomaba o lo dejaba, porque tenía una larga lista de jóvenes abogados blancos y protestantes con quienes hablar. Se mostró educado y encantador, sobre todo con Doreen, a quien no le costó superar sus recelos iniciales.

El señor y la señora Fisk habían llegado, cada uno por su lado, a la misma conclusión en algún momento de la noche que habían pasado en vela. Llevarían una vida mucho más holgada en su pequeña ciudad si el abogado Fisk se convertía en el juez Fisk. Su posición social mejoraría considerablemente. Estarían por encima de los demás y, aunque no buscaban ni el poder ni la fama, el atractivo era irresistible.

– ¿Cuál es vuestra mayor preocupación? -les preguntó Tony, al cabo de un cuarto de hora de conversación banal. -Bueno, estamos en enero -empezó Ron- y durante los siguientes once meses estaré liado con la planificación y la puesta en marcha de la campaña, es normal que me preocupe mi carrera de abogado.

– Tenemos la solución para eso -dijo Tony, sin vacilar.

Tenía soluciones para todo-. Visión Judicial es el producto de una labor conjunta muy bien coordinada y concertada. Contamos con muchos amigos y adeptos, y podemos derivar trabajo hacia tu bufete. Madera, energía, gas natural, clientes importantes con intereses en esta parte del estado. Tu bufete tendría que contratar un par de abogados más para que llevaran los asuntos mientras tú te ocupas de otras cosas, lo que también aliviaría la carga. Si decides presentarte a las elecciones, no tendrás que preocuparte por la parte económica. Todo lo contrario.

Los Fisk se miraron. Tony untó una galleta salada con mantequilla y le dio un mordisco.

– ¿Clientes legítimos? -preguntó Doreen, aunque deseó haber mantenido la boca cerrada.

Tony frunció el ceño mientras masticaba.

– Doreen, todo lo que hacemos es legal-dijo, con dureza, cuando hubo tragado-o Para empezar, somos completamente honrados, nuestra misión es la de limpiar los tribunales, no la de arrojar más basura. Además, todo lo que hagamos será examinado con lupa. Estas elecciones van a ser muy reñidas y atraerán mucha atención. Nosotros no damos traspiés.

Escarmentada, Doreen levantó el cuchillo y abrió un panecillo.

– Nadie puede cuestionar el trabajo legítimo y los honorarios pagados por los clientes -continuó Tony-, ya sean grandes o pequeños.

– Por descontado -dijo Ron, anticipándose a la maravillosa reunión que iba a mantener con sus socios, imaginando el nuevo caudal de negocio para el bufete.

– No me veo como esposa de un político -objetó Doreen-. Ya sabes, todo eso de salir de campaña y dar discursos. Nunca me lo había planteado.

Tony sonrió, desbordando encanto. Incluso se permitió una risita.

– Puedes participar en la medida que tú prefieras. Yo diría que estarás más que ocupada con tres niños pequeños.

Mientras daban cuenta de sus bagres y sus tortas de maíz fritas, acordaron volver a verse al cabo de unos días, durante uno de los viajes de Tony por la zona. Se reunirían una vez más para comer y tomarían una decisión. Noviembre quedaba muy lejos, pero había mucho trabajo por hacer.

12

Antes solía sonreírse cuando tenía que someterse al odioso ritual de subirse a la bicicleta estática al amanecer y empezar a pedalear con rumbo a ninguna parte mientras el sol se alzaba poco a poco e iluminaba su pequeño gimnasio. Para una mujer cuya cara pública era la de un rostro severo sobre una intimidante toga negra, le divertía imaginar qué pensaría la gente si la viera en esa bicicleta, con sus pantalones de chándal viejos, despeinada, los ojos hinchados y sin maquillar. Pero de eso hacía mucho tiempo. Ahora se limitaba a completar el ejercicio sin detenerse a pensar en el aspecto que tenía o en lo que nadie pudiera pensar. Lo que en esos momentos le preocupaba era haber subido dos kilos durante las vacaciones y cinco desde el divorcio. Tenía que empezar a dejar de ganar para poder empezar a perder, y con cincuenta y un años, los kilos se aferraban a sus carnes y se negaban a quemarse tan rápido como cuando era más joven.

Sheila McCarthy no era una persona mañanera. Odiaba tener que madrugar, odiaba tener que levantarse de la cama antes de haber dormido suficiente, odiaba las voces alegres del televisor y odiaba el tráfico de camino a la oficina. No desayunaba porque aborrecía lo que la gente suele desayunar. Detestaba el café, y en lo más hondo de su ser le repateaban los que disfrutaban con sus proezas mañaneras: los que salían a correr, los forofos del yoga, los adictos al trabajo y las madres entregadas e hiperactivas. Como uno de los jueces más jóvenes del juzgado de distrito de Biloxi, muchas veces tenía causas programadas a las diez de la mañana, una hora intempestiva. Sin embargo, era su juzgado y ella acataba sus propias normas.