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– ¿Y qué cantidad es esa? -preguntó Wes, con una carcajada desesperada.

– Ahora no, Wes, tal vez más tarde. Voy a pedir a todos los abogados que rellenen un formulario estándar para cada cliente. Si nos los devuelven antes del viernes, eso que tendremos ganado. Me llevaré a todo mi equipo, Wes. Litigantes, ayudantes, expertos, contables, incluso habrá un tipo de Krane con bastante carácter. Además, cómo no, los habituales de las aseguradoras. Tal vez os iría bien alquilar una sala grande para los vuestros.

Wes estuvo a punto de preguntar con qué dinero. Estaba seguro de que Kurtin estaba enterado de su bancarrota. -Buena idea -acabó diciendo.

– Una cosa más, Wes, la privacidad es muy importante para mi cliente. No es necesario que haya publicidad. Si se filtra algo, los demandantes, sus abogados y todo el pueblo de Bowmore se harán ilusiones y ¿ qué ocurriría luego si las negociaciones no llegaran a ninguna parte? Lo mejor es llevarlo con la máxima discreción.

– De acuerdo.

Qué idiotez. Kurtin estaba a punto de enviar una carta a no menos de veinte bufetes. Babe, la de la cafetería de Bowmore, sabría lo de la reunión para llegar a un acuerdo antes de empezar a servir el desayuno.

A la mañana siguiente, The Wall Street Journal publicó un artículo de portada sobre el inicio de las negociaciones de Krane Chemical. Una fuente anónima que trabajaba para la compañía había confirmado los rumores. Los expertos metieron cuchara y cada uno expuso su opinión, pero en general se consideraba un paso positivo para la compañía. Los acuerdos son calculables, el pasivo es divisible. Wall Street entiende los grandes números y odia lo imprevisible. Existe una larga lista de compañías maltrechas que apuntalaron sus futuros financieros gracias a grandes acuerdos que, aunque costosos, consiguieron acabar con los procesos.

Krane abrió a doce con setenta y cinco y subió dos dólares con setenta y cinco en un día de gran volumen de operaciones.

A media tarde del miércoles, los teléfonos de Payton amp; Payton, así como los de otros bufetes, no dejaban de sonar. Tanto en la calle como por internet había corrido la voz de un acuerdo.

Denny Ott llamó y habló con Mary Grace. Un grupo de ciudadanos de Pine Grave se había congregado en la iglesia para rezar, cotillear y esperar un milagro. Le dijo que era como una vigilia. Como era de prever, circulaban versiones distintas de la verdad: que ya se había negociado un acuerdo y que el dinero estaba en camino; que no, que eso no sería hasta el viernes, pero que el viernes seguro; que no, que no había acuerdo que valiera, que solo era una reunión de abogados. Mary Grace le contó lo que sucedía y pidió a Denny que se lo transmitiera a los demás. Al final comprendió que o bien ella o bien Wes tendrían que acercarse por la iglesia para hablar con sus clientes.

Babe's estaba abarrotada de cafeteros nerviosos en busca de noticias. ¿Obligarían a Krane a limpiar los vertidos? Alguien que aseguraba saber muy bien de qué hablaba dijo que sí, que sería una de las condiciones del acuerdo. ¿A cuánto ascenderían las indemnizaciones por fallecimiento? Otra persona había oído que cinco millones por cada uno. La discusión se volvió acalorada. Los expertos salieron a la palestra, aunque pronto los hicieron callar a gritos.

F.Clyde Hardin se acercó hasta allí, después de salir de su despacho, e inmediatamente pasó a ser el centro de atención.

Mucha gente del lugar se había burlado de su demanda conjunta y lo habían acusado de montarse en el carro de los Payton con un puñado de clientes oportunistas. Él y su amiguito de Filadelfia, Sterling Bintz, aseguraban que su demanda conjunta incluía a cerca de trescientos «afectados de manera grave y permanente». Desde que la habían presentado en enero, no había ido a ninguna parte. Sin embargo, ahora, F.Clyde se había convertido en alguien importante de la noche a la mañana. Cualquier acuerdo tendría que incluir a «su gente». El viernes tendría un asiento en la mesa, explicó a la silenciosa multitud. Estaría allí sentado junto a Wes y Mary Grace Payton.

Jeannette Baker estaba detrás del mostrador de una pequeña tienda al sur de Bowmore cuando recibió la llamada de Mary Grace.

– No te emociones -le recomendó su abogada, muy seria-. Puede que sea un proceso lento y largo, y la posibilidad de llegar a un acuerdo es remota.

Jeannette tenía muchas preguntas, pero no sabía por dónde empezar. Mary Grace estaría en la iglesia de Pine Grave a las siete de la tarde para discutir lo que quisiera y verse con los demás clientes. Jeannette le prometió que allí estaría.

Con una sentencia de cuarenta y un millones, el caso de Jeannette Baker sería el primero que se pondría sobre la mesa.

La noticia del acuerdo se extendió descontroladamente por Bowmore. En las pequeñas oficinas del centro, agentes inmobiliarios, de seguros y secretarias no hablaban de otra cosa. El lánguido comercio de Main Street se detuvo en seco puesto que a amigos y vecinos les resultaba imposible pasar por el lado de alguien sin detenerse a comparar lo que sabía cada uno. Los secretarios judiciales del juzgado del condado de Cary recogían rumores, los corregían, embellecían unos, reducían otros y luego volvían a ponerlos en circulación. En los colegios, los docentes se reunían en la sala de profesores e intercambiaban información. Pine Grave no era la única iglesia donde los fieles y los esperanzados se congregaban en busca de oración y guía. Muchos pastores de la ciudad se pasaron la tarde al teléfono escuchando a las víctimas de Krane Chemical.

Un acuerdo cerraría el capítulo más desgraciado de la ciudad y le permitiría empezar de nuevo. La inyección de dinero compensaría a los que habían sufrido. El dinero se gastaría una y otra vez en la ciudad e impulsaría la moribunda economía. Krane estaría obligada a limpiar lo que había contaminado y una vez que se hubieran eliminado todos los vertidos, tal vez el agua volvería a ser segura. Bowmore con agua limpia… Un sueño casi imposible de creer. La comunidad por fin podría quitarse la etiqueta de condado del Cáncer.

Un acuerdo era un final rápido y definitivo a la pesadilla. Nadie quería repetir un litigio largo y desagradable. Nadie quería otro juicio como el de Jeannette Baker.

Nat Lester llevaba un mes despotricando de los directores de periódicos y los periodistas. Estaba furioso por la publicidad engañosa que había inundado el sur de Mississippi y aún más con los directores de esas publicaciones por no haber arremetido contra ella. Redactó un artículo en el que recogía los anuncios de Fisk -enviados por correo y publicados en la prensa, radio, internet y televisión- y los diseccionaba; destacaba las mentiras, las medias verdades y todo lo que estuviera manipulado. También estimó, tomando como referencia el coste de los anuncios en los medios de comunicación y la publicidad por correo, la cantidad de dinero que entraba en la campaña de Fisk. Calculaba que rondaba los tres millones y predecía que la gran mayoría procedía de fuera del estado. No había modo de comprobarlo hasta después de las elecciones. Envió el artículo por correo electrónico de un día para el otro a todos los periódicos del distrito, seguido de vehementes llamadas telefónicas. Lo actualizaba a diario, volvía a enviarlo y se hacía aún más odioso por teléfono. Al final surtió efecto.

Para su asombro, y gran satisfacción, los tres periódicos más importantes del distrito le informaron, por descontado extraoficialmente, de que tenían planeado publicar editoriales incisivos sobre la campaña de Fisk en las ediciones dominicales.

La suerte de Nat continuó. La cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo atrajo la atención de The New York Times y enviaron a un periodista a Jackson para investigar. Se llamaba Gilbert y no tardó en presentarse en el cuartel general de la campaña de McCarthy, donde Nat lo puso al día, extraoficialmente. Además, le proporcionó el teléfono de dos estudiantes gays de Derecho que estaban siguiendo a Meyerchec y Spano.