Una vez restablecida su amistad, disfrutaron de una comida rápida en el Cápitol Grill y luego Ron y Doreen volvieron a casa. Estaban orgullosos de no haber cedido terreno y ansiosos por retomar la campaña. Ya olían la victoria.
Barry Rinehart llegó a Jackson el mediodía del lunes y estableció su base en la suite más grande de un hotel del centro. No se iría de Mississippi hasta después de los comicios.
Esperó impaciente a que Tony llegara con la noticia de que todavía tenían un candidato en las elecciones. Para un hombre que se vanagloriaba de mantener la calma por mucha presión a la que estuviera sometido, las últimas veinticuatro horas habían puesto a prueba sus nervios de acero. Barry apenas había dormido. Si Fisk se retiraba, la carrera de Rinehart no se vería gravemente afectada, sino arruinada por completo.
Tony entró en la suite con una amplia sonrisa y ambos por fin rieron. Poco después repasaban los espacios reservados de publicidad y sus planes para seguir anunciándose. Contaban con el dinero para saturar el distrito con anuncios televisivos, y si el señor Fisk solo quería los positivos, que así fuera.
La reacción del mercado en relación con el anuncio de la ruptura de las negociaciones del acuerdo fue rápida e implacable. Krane abrió a quince dólares con veinticinco y al mediodía se cotizaba a doce con setenta y cinco. Carl Trudeau seguía la caída, satisfecho, mientras su valor neto se desplomaba. Por si el miedo y el caos no fueran suficientes, organizó una reunión entre la cúpula directiva de Krane y los abogados de la compañía especializados en quiebras y luego filtró la noticia a un periodista.
El martes por la mañana, la sección de economía de The New York Times publicaba un artículo donde se citaba a uno de los abogados: «Seguramente presentaremos una solicitud de declaración de quiebra esta semana». Las acciones cayeron en picado hasta los diez dólares y acabaron cotizándose a alrededor de los nueve con cincuenta por primera vez en veinte años.
Meyerchec y Spano llegaron a Jackson en un jet privado el mediodía del martes. Los recogió un coche con conductor que los llevó al despacho de su abogado, donde se encontraron con un periodista de The Clarion-Ledger de Jackson. En una entrevista de una hora, criticaron el artículo de Gilbert, reafirmaron su nueva ciudadanía y hablaron largo y tendido de la importancia de su caso, el cual todavía estaba pendiente de celebrarse en el tribunal supremo de Mississippi. No se soltaron la mano durante toda la entrevista y posaron para un fotógrafo del periódico.
Mientras tanto, Barry Rinehart y Tony Zachary estudiaban minuciosamente los resultados arrojados por la última encuesta. La ventaja de dieciséis puntos de Fisk había quedado reducida a cinco, la caída más brusca en setenta y dos horas que Barry había visto en toda su vida. Sin embargo, estaba demasiado curtido para dejarse dominar por el pánico. Por el contrario, Tony era un manojo de nervios.
Decidieron reorganizar los anuncios televisivos. Descartaron el de Darrel Sackett, que había servido de ataque, y otro en el que aparecían inmigrantes ilegales cruzando la frontera. Durante los siguientes tres días se concentrarían en el matrimonio entre homosexuales y en la glorificación de las armas. El fin de semana pasarían a los anuncios reconfortantes y dejarían a los votantes con una sensación amable y difusa sobre Ron Fisk y su imagen de persona honrada.
Entretanto, los ajetreados carteros del sur de MississippI entregarían varias toneladas de propaganda de Fisk cada día hasta que la campaña acabara de una vez por todas.
Todo con la aprobación previa del señor Fisk, por supuesto.
Denny Ott dio por finalizada la carta después de varios borradores y le pidió a su mujer que la leyera. Cuando esta le dio el visto bueno, Ott la llevó a la estafeta de correos. La carta decía:
Apreciado hermano Ted:
He escuchado una grabación de tu sermón del pasado domingo, emitido por la emisora de radio WBMR durante tu hora de predicación. N o sé si llamarlo sermón pues se parecía más a un discurso electoral. N o dudo que la condena a los homosexuales forme parte de tus prédicas habituales desde el púlpito, y nada tengo que decir al respecto. Sin embargo, tu ataque contra los jueces liberales, a nueve días de las elecciones, no fue más que una diatriba contra Sheila McCarthy, cuyo nombre, por descontado, no se mencionó en ningún momento. Atacándola a ella, es evidente que apoyabas a su oponente.
La ley prohíbe expresamente este tipo de discursos políticos, específicamente las regulaciones de Hacienda. Como organización sin ánimo de lucro recogida por el epígrafe 501 (C) (3), Templo de la Cosecha no puede dedicarse a actividades políticas. De hacerlo, se arriesga a perder su designación como tal, algo catastrófico para cualquier iglesia.
He oído de fuentes fidedignas que otros pastores del lugar, miembros de tu Coalición de Hermanos, están participando en esta campaña, tanto ellos como sus iglesias. Estoy convencido de que todo forma parte de un intento bien coordinado para ayudar a la elección de Ron Fisk y no dudo de que este domingo, tanto tú como los demás, utilizaréis el púlpito para animar a vuestros feligreses a votar por él.
El señor Fisk está siendo utilizado a favor de los intereses del gran capital para llenar nuestro tribunal supremo con jueces que protejan a los empresarios que cometan algún delito, mediante la limitación de su responsabilidad. Solo sufrirán los que nada poseen: tu gente y la mía.
Deseo hacerte saber que este domingo estaré atento a tu sermón y no vacilaré en avisar a Hacienda si prosigues con tus actividades ilegales.
Que el Señor esté contigo,
DENNY OTT
El jueves al mediodía, el bufete de los Payton se reunió después de una comida rápida para dar un último repaso a su contribución tardía a la campaña. En una de las paredes de pladur del Ruedo, Sherman había dispuesto en orden cronológico la propaganda impresa que Fisk había utilizado hasta la fecha. Había seis anuncios a toda página insertados en diarios y cinco folletos de publicidad por correo. Últimamente, la colección se actualizaba a diario porque las imprentas de Fisk trabajaban a destajo.
La exposición era imponente y bastante deprimente. Ayudándose de un callejero de Hattiesburg y de una lista de votantes censados, Sherman repartió los barrios que rodeaban la universidad. Él iría con Tabby de puerta en puerta, Rusty con Vicky y Wes con Mary Grace. Tenían doscientas puertas por delante a las que llamar durante los próximos cinco días. Olivia accedió a quedarse en el despacho para responder al teléfono. Tenía demasiada artritis para patear las calles.
Los demás grupos, muchos de ellos de las oficinas de abogados litigantes del lugar, harían campaña por el resto de Hattiesburg y por las urbanizaciones de la periferia. Además de repartir material de McCarthy, la mayoría de los voluntarios distribuirían folletos del juez Thomas Harrison.
La idea de llamar a cientos de puertas fue muy bien recibida, al menos por Wes y Mary Grace. El ánimo en el despacho era fúnebre desde el lunes. El fiasco del acuerdo había minado los ánimos. Los constantes rumores de que Krane podría incoar un procedimiento concursallos asustaba. Estaban distraídos e irritables y ambos necesitaban unas vacaciones.
Nat Lester organizó el último empujón. Todos los distritos electorales de los veintisiete condados estaban asignados y Nat tenía los números de móvil de todos los voluntarios. Empezó a llamarlos el jueves por la tarde y los perseguiría hasta entrada la noche del lunes.
La carta del hermano Ted se entregó en mano en la iglesia de Pine Grove. Rezaba así:
Apreciado pastor Ott: