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Un nuevo pleito relacionado con un hogar de ancianos, donde habían encontrado a un paciente prácticamente abandonado por el personal, medio desnutrido, tendido en sus propias heces, cubierto de úlceras, sin medicación y desvariando. La empresa dueña del centro había reportado grandes beneficios, lo que sorprendió mucho al jurado, teniendo en cuenta, tal como quedó demostrado, lo poco que se invertía en la atención de los pacientes. El maltrato que sufrían los ancianos en esa residencia era tan flagrante que Ron se sintió asqueado solo de leerlo.

– Sí, sí lo es. Trágico -dijo Calligan, como si fuera capaz de sentir compasión.

– Y supongo que queréis revocar la sentencia.

– No veo responsabilidad, y la indemnización por daños es desorbitada.

En los tres meses y medio que Ron llevaba en el tribunal, el juez Calligan jamás había sido capaz de ver responsabilidad en ningún caso de fallecimiento o lesiones. Calligan creía que los jurados eran estúpidos y que se dejaban manipular fácilmente por elocuentes abogados litigantes; sin olvidar que también creía que era su sagrada responsabilidad corregir cualquier injusticia (sentencia a favor del demandante) desde la comodidad de su sillón.

– Deja que lo consulte con la almohada -insistió Ron. La llamada empezó a irritar a Doreen.

– Sí, buena idea. Si pudiéramos dar carpetazo a estos dos casos, Ron, podrías tomarte un corto permiso.

La decisión de tomarse un permiso, corto o largo, solo competía a cada juez. Ron no necesitaba la aprobación de Calligan. Le agradeció la llamada y colgó.

La cocina de los Fisk estaba llena de comida que habían llevado sus amigos, sobre todo de pasteles, tartas y guisos. Lo dispusieron todo en una de las encimeras y cenaron con Zeke, Clarissa, dos vecinos y los padres de Doreen.

Durmieron seis horas seguidas y luego volvieron al hospital.

A su llegada, encontraron a Josh en medio de un ataque prolongado, el segundo en la última hora. Se le pasó y sus constantes vitales se estabilizaron, pero fue un paso atrás en su lenta recuperación. El jueves por la mañana volvía a estar despierto, aunque irritable, intranquilo, incapaz de concentrarse, no recordaba nada del accidente y estaba muy agitado. Uno de los médicos les explicó que aquel estado era sintomático del síndrome posconmocional.

El jueves por la noche, el entrenador de los Rockies, el antiguo socio del bufete de Ron, se acercó hasta Jackson para hacerles una nueva visita. Ron y él cenaron en el restaurante del hospital, donde repasaron sus notas mientras daban cuenta de la sopa y la ensalada.

– He investigado un poco -dijo el entrenador-. Win Rite dejó de fabricar ese tipo de bates hace seis años, seguramente en respuesta a las quejas por las lesiones que ocasionaban. De hecho, la industria se ciñó a un menos cuatro y no subió de ahí. Con los años, la aleación de aluminio se vuelve más ligera, pero también se endurece. La pared del cilindro del bate absorbe la pelota al entrar en contacto con esta y luego la lanza de nuevo cuando la pared recupera su forma original. El resultado es un bate más ligero, pero también mucho más peligroso. Los abogados preocupados con la seguridad llevan años quejándose de estos bates y se han hecho muchos estudios. En una de las pruebas, una máquina lanzapelotas lanzó una pelota rápida a casi ciento cincuenta kilómetros por hora y esta salió disparada del bate a casi doscientos. Hay registradas dos muertes, una en un instituto y otra en una universidad, pero existen cientos de lesionados de todas las edades. Por eso, la liga de béisbol infantil y otras organizaciones juveniles decidieron prohibir cualquier bate por encima del menos cuatro. El problema es obvio. Win Rite y los demás fabricantes tienen un millón de bates viejos en circulación que siguen usándose, y uno de ellos acabó apareciendo en el partido del pasado viernes.

– ¿No los retiraron? -preguntó Ron.

– Por lo visto, no. y saben de sobra que son peligrosos.

Sus propias pruebas lo demuestran. -Ron mordisqueó una galleta salada, consciente de la dirección que tomaba la conversación y reacio a ayudar que así fuera-. Seguramente el equipo de los Rolling Fork es responsable, pero no vale la pena las molestias. También podría responsabilizarse al ayuntamiento de Russburg porque el árbitro, que por cierto es funcionario, no comprobó el equipo; pero el pez grande es sin duda Win Rite. Beneficios de dos millones. Seguro que están bien cubiertos con sus pólizas de seguros. Es un caso claro de responsabilidad. Daños indeterminados, pero considerables. En general, un buen caso, salvo por un pequeño problema: nuestro tribunal supremo.

– Pareces un abogado litigante.

– No siempre están equivocados. Si quieres saber mi opinión, yo presentaría una demanda por producto defectuoso.

– No recuerdo haber pedido tu opinión. Además, no puedo presentar una demanda, sería el hazmerreír del estado.

– Y el próximo niño, ¿qué, Ron? ¿Qué me dices de la próxima familia que tenga que vivir la misma pesadilla? Las demandas han retirado del mercado muchos productos defectuosos y han protegido a muchas personas.

– Ni hablar.

– ¿Por qué el estado de Mississippi y tú tenéis que pagar millones de dólares en gastos médicos cuando Win Rite está ganando miles de millones? Fabricaron un producto defectuoso, pues que paguen.

– Eres un abogado litigante.

– No, soy tu antiguo socio. Ejercimos juntos durante catorce años y el Ron Fisk que yo recuerdo tenía un gran respeto a la ley. El juez Fisk parece dispuesto a cambiar eso.

– Vale, vale, ya he oído suficiente.

– Lo siento, Ron. No debería haber…

– No pasa nada. Vamos a ver cómo está Josh.

Tony Zachary regresó a Jackson el viernes, momento en que se enteró de la noticia de Josh Fisk. Se dirigió directamente al hospital y finalmente encontró a Ron dormitando en el sofá de la sala de espera. Estuvieron c1íarlando una hora sobre el accidente, la operación y también sobre la salida de pesca que Tony había hecho a Belice.

Tony estaba muy preocupado por el pequeño Josh. Esperaba que se recuperara pronto y por completo, aunque lo que realmente quería saber y no se atrevía a preguntar era cuándo zanjaría la apelación del caso Krane.

En cuanto subió al coche, llamó a Barry Rinehart con la alarmante noticia.

Una semana después de ingresar en el hospital, trasladaron a Josh de la UCI a una habitación privada, que quedó inmediatamente inundada de flores, peluches, cartas de sus compañeros de clase, pelotas y suficientes dulces para alimentar a todo un colegio. Colocaron un catre junto a la cama para que uno de sus padres pudiera quedarse a dormir.

Aunque la habitación sirvió en un principio para levantar el ánimo, las cosas se torcieron casi de inmediato. El equipo de neurólogos llevó a cabo exámenes exhaustivos. No había parálisis, pero sí un deterioro de la coordinación motriz, junto con graves pérdidas de memoria e incapacidad para concentrarse. J osh se distraía con facilidad y tardaba en reconocer los objetos. Le habían quitado los tubos, pero hablaba con evidente lentitud. Cabía la posibilidad de una ligera mejoría en los meses siguientes, pero era bastante probable que los daños fueran permanentes.

Sustituyeron los gruesos vendajes de la cabeza por unos más ligeros. Le dejaron levantarse para ir al lavabo. Ron le ayudó, intentando reprimir las lágrimas ante la visión descorazonadora de su hijo arrastrando los pies con torpeza y avanzando con paso lento e inseguro.

Su pequeña estrella del béisbol había jugado el último partido.

37

El doctor Calvin Treet fue a Russburg y concertó una visita con el médico de urgencias que había valorado el TAC. Después de estudiar ambos escáneres, el de Josh y el del otro paciente, discutieron brevemente antes de que el medico admitiera que, aquella noche, urgencias había sido un caos, que no disponían de suficiente personal y que sí, que se habían cometido errores. No podía haber nada peor que haberla pifiado en el diagnóstico del hijo de un juez del tribunal supremo.