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Durante años, los hombres de su familia la habían tratado como a un hermanito pequeño, pero por la expresión de sus caras, acababan de darse cuenta de que ella era una mujer.

– Jo, Franny… -parecía que Joe iba recuperando el aliento.

Tony parecía incapaz de decir nada.

En la cara de Cario, con una ceja levantada, se reflejaban la sospecha y la duda.

A su izquierda, Nicky tomó su servilleta y se la colocó encima del escote. La servilleta se mantuvo allí un momento y luego cayó hasta su regazo.

Francesca se la lanzó furiosa antes de atreverse a mirar a su padre. Su expresión era impenetrable, y de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Su mano buscó un pañuelo en su bolsillo y se secó los ojos. Después sonrió.

– Bella. Preciosa. Eres una mujer preciosa igual que tu madre.

– ¿Una mujer? ¿Franny? -Tony intentaba seguir la broma.

Pop levantó la mano.

– ¡Muestra un poco de respeto a tu hermana! – dijo, mirando con seriedad al resto de los hermanos-. Ya está bien. Seguid comiendo.

Hasta que no oyó de nuevo el ruido de los tenedores y cuchillos contra los platos, Francesca no osó mirar a Brett.

Él aún no había tocado sus cubiertos. De hecho, ella no lo había visto moverse desde que dejó caer el delantal al suelo. Ella se agachó para recogerlo, pero la mano de Brett fue más rápida y sus miradas se encontraron.

– Bella -susurró él.

Francesca se quedó sin aliento. Se pasó la lengua por los labios para intentar recuperarse y él siguió el movimiento con sus ojos: «Bella, preciosa».

A falta de una respuesta mejor, Francesca le sonrió.

Él sonrió también y se incorporó.

Para poder recuperarse de aquella mirada y aquella palabra, se quedó agachada bajo la mesa un momento más. Después, decidida, se sentó y se dedicó por completo a su cena. O al menos eso intentó. Porque con el rabillo del ojo veía las fuertes y morenas manos de Brett manejando hábilmente los cubiertos. Nunca se había fijado en cómo agarraban sus hermanos los cubiertos, pero los movimientos de Brett la tenían fascinada.

Decidió centrarse en la lasaña y la ensalada, aunque con todas esas mariposas revoloteando en su estómago, había muy poco sitio para la comida. Probó con un sorbo de vino y después con otro, pero aquel delicioso cabernet no ayudaba mucho en ese sentido. Lo que sí hizo fue darle coraje suficiente para mirar a Brett una vez más.

Él tenía la mirada fija en ella.

El mido de la mesa fue quedando en segundo plano. En la distancia ella aún podía oír las risas de sus hermanos, a uno de ellos pidiendo más lasaña y a otro preguntando por el vino. Aquella melodía familiar quedaba relegada a música de fondo frente al mensaje a toda potencia que provenía de los ojos de Brett: «Me gusta lo que estoy viendo».

A pesar de que podía estar malinterpretándolo, no pudo evitar que un escalofrío le recorriera los hombros y el pecho. Ella se dio cuenta de que su reacción no le había sido indiferente. Brett agarraba con tanta fuerza el tenedor que los nudillos se le pusieron blancos y abrió las aletas de la nariz en un movimiento que a Francesca le pareció tan sensual que se quedó lívida. Rápidamente tomó su copa y apuró el vino que quedaba en ella.

«Un hermano, un hermano», pensaba, intentando resucitar su intención inicial.

¿Pero cómo podía una mujer pensar en un hombre como si fuera su hermano si este la trataba como a una reina?

Cuando por fin acabó la cena, Francesca logró recuperar todo su sentido común y alejarse de los hombres. Les tocaba a Tony, Nicky y Joe fregar los platos y ella les cambió esa tarea por un lavado de su coche al día siguiente. De nuevo en la cocina, con el delantal y guantes amarillos de goma para proteger su nueva manicura, Francesca recuperó la perspectiva y el control de la situación.

Un vestido no cambiaba nada; la mona vestida de seda, seguía siendo una mona… Y algo así no podría atraer la atención de Brett mucho tiempo.

En cualquier momento él se marcharía o, si decidía quedarse a ver la tele con los demás, sería ella la que se marcharía a su casa sin más. Lejos de Brett se sentiría más cómoda consigo misma.

Con ese pensamiento en mente, intentó no preocuparse cuando Brett abrió la puerta de la cocina con una montaña de platos entre las manos.

Precavida, mantuvo la mirada fija en el chorro de agua que empezaba a llenar el fregadero. Con un dedo enguantado de amarillo, señaló la encimera:

– Ponlos aquí, por favor -dijo alegremente, esperando que siguiera su indicación y luego saliese de la cocina.

En lugar de eso, él se detuvo un momento después de dejar los platos.

Ella podía sentir su presencia, su respiración, pero ella estaba decidida a no mirarlo y continuó aclarando platos y colocándolos en el lavavajillas.

Por fin habló:

– ¿Dónde están los trapos de cocina? -preguntó

Incapaz de contener su asombro, Francesca se giró.

– ¡Un hombre pidiendo un trapo! ¡Voy a desmayarme de la sorpresa!

– ¡Bien! Yo te tomaré en mis brazos.

Su cómica cara la hizo reír primero y después ponerse un poco nerviosa.

– No, no. Nada de eso. Tú eres el invitado, nada de ayudar a fregar ni de tomar a la cocinera en brazos.

Él sacudió la cabeza

– ¡Lo consideraría un honor!

¿El qué? ¿Fregar los platos o tomarla en brazos? Francesca decidió no preguntar, y mientras él se acercaba no se le ocurría nada que decir. Quería alejarse, pero tenía detrás el fregadero reteniéndola. Entonces levantó las manos, como en advertencia, pero con aquellos guantes amarillos el gesto perdió toda su seriedad. Él tiró de las puntas de los dedos de goma y se los sacó rápidamente diciendo.

– Ya has acabado.

Desde luego que había acabado… se había acabado el juego de intentar considerarle un hermano y se había acabado lo de mantener el control de sus reacciones hacia él. Se había acabado el intentar evitar que su corazón batiera con tal fuerza que le hiciera daño hasta en los oídos.

Ella lo miró a los ojos azules; en ellos podía verse reflejada y por primera vez se dio cuenta de que no era la misma. En los ojos de Brett se vio como una mujer con un sexy pelo ondulado y una sonrisa sensual en los labios. Este reflejo la llenó de confianza en sí misma. Tal vez fuera así como él la veía, como ella era para él.

Esta idea le dio valor para hacer lo que su cuerpo deseaba y, como sí él le hubiera descubierto las manos sólo para esto, ella deslizó sus brazos alrededor de sus hombros y lo atrajo hacia sí para besarlo.

Al principio sólo le tocó la mejilla con los labios, pero en cuanto encontró los de él, el beso explotó. Ella lo besaba con fuerza y él la respondía. Su boca se abrió contra la de él. La mujer a la que había visto en sus ojos le estaba dando un beso verdaderamente femenino. Fue ese mismo instinto el que hizo que ella se acercara más, que levantara una pierna y la pusiera alrededor de la de Brett.

Justo entonces, cuando la temperatura entre los dos había empezado a subir de verdad, una presencia masculina, de Cario esta vez, hizo que Brett se separara de ella para después darle un buen puñetazo de hermano mayor en la mandíbula.

Capítulo 5

ASOMBRADO, en la cocina de Pop, Brett había quedado tan maltrecho por el beso de Francesca como por el puñetazo de Cario. Hubiera podido reírse ante el cuadro que presentaban los tres en ese momento si no le doliera tanto la cara. Cario como un toro enrabietado y Francesca con los ojos saliéndose de las órbitas. Por su parte, Brett se veía como el malo de la película.

Francesca fue la primera en reaccionar.