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– Cariño -dijo, acomodándose a su lado.

Sus labios se encontraron y ella los separó para él mientras lo abrazaba por el cuello. El calor de la boca de Francesca sólo era comparable al de la sangre de Brett.

Continuaron besándose profundamente, con hambre el uno del otro, y Brett empezó a recorrer la sedosa piel de su brazo con los dedos. Ella tembló cuando llegó a la curva superior de su sujetador, pero después, él se detuvo en el profundo valle entre sus pechos y lentamente introdujo dos dedos en él.

Ella gimió en su boca.

La piel suave y cálida de Francesca atrapaba sus dedos como lo hacía su boca a la lengua de él. Francesca volvió a gemir y giró las caderas hacia él.

El sonido de su pasión, el dulce sabor de su boca y el calor de su piel acabaron con todos los buenos propósitos de Brett. Utilizando los dedos como ganchos, le bajó las copas del sujetador para revelar completamente sus pechos.

Brett dejó de besarla para mirar su obra; sus generosos pechos coronados por unos pezones rosados y pequeños como el ramillete que aún llevaba en la muñeca. La mano decorada con las flores voló hacia sus pechos.

– No -dijo él rápidamente, atrapando la mano en el aire -. Déjame mirar. Eres tan bonita, Francesca.

Con devoción y reverencia siguió el círculo de uno de sus pezones con el dedo.

– ¿Brett? -aquel nombre temblaba en sus labios.

– Sí -respondió él.

Y sabiendo que ella quería lo mismo que él necesitaba, se inclinó para chupar la cálida piel de sus pechos. El cuerpo de Francesca se arqueó, acercándose más aún a su boca, y cuando succionó ligeramente el pezón, el olor a rosas se mezcló con el olor de Francesca.

Él tembló cuando ella acarició su pelo y fríos pétalos de rosa acariciaron su cuello.

El deseo se acumulaba en su ingle y le producía un ligero pero insistente dolor en la zona lumbar. Pasó una pierna sobre la de Francesca y notó cómo sus manos le quitaban la camisa del todo mientras él se acercaba al otro pezón. Lo mordió suavemente, no pudo evitarlo, y volvió a temblar cuando la oyó gemir llena de deseo.

– Brett…

Ella también estaba excitada y hambrienta, y sus manos recorrían insistentemente la espalda de Brett. Él levantó la cabeza.

– Pronto, cariño, pronto.

Con manos temblorosas le quitó las braguitas y le besó los pechos de nuevo mientras le acariciaba la tripa y los muslos, deseando cada vez más llegar al clímax. Con cada beso, con cada caricia, él notó cómo la languidez tomaba su cuerpo. Las piernas de ella se habían relajado y se habían separado un poco y él no dudó en el momento de acariciarla allí también. Suavemente pero con seguridad, hizo una ligera presión entre sus pliegues.

Estaba caliente. Caliente y lista para él. Francesca se giraba reaccionando a sus caricias y acercándose más a él. Brett se retiró un momento, para hacerla esperar, para que se volviera loca, para que lo deseara del mismo modo que él la deseaba a ella.

– ¿Qué es esto? -preguntó ella.

Él volvió a entrar dentro de ella con el dedo, más profundamente esta vez, dulce y cálidamente encerrado como antes lo habían encerrado sus pechos.

– Esto es pasión -dijo él-. ¿Estás lista?

Brett ya sabía la respuesta. Estaba húmeda e hinchada y ahora sus piernas estaban abiertas para él. Ella le acarició los pezones con el pulgar y él se sobresaltó.

Con un movimiento rápido se apartó de ella, se quitó los pantalones y los calzoncillos, y lanzó lejos zapatos y calcetines para volver cuanto antes a su lado. Con toda la delicadeza que pudo, dirigió su boca hacia uno de los pechos y volvió a tocarla entre las piernas. Las caderas de Francesca buscaban sus manos y sus caricias.

– Francesca -murmuró él.

Alargó la mano a ciegas para sacar un condón de! cajón de la mesilla. Ella se levantó sobre los codos para mirarlo.

Brett ardía. Los músculos de sus piernas estaban tensos cuando se arrodilló entre las piernas de ella. Él las apartó, intentando ser dulce, intentando mantener el control, pero la oscuridad de sus ojos era puro deseo. La pasión lo invadía, y la pasión le indicaba que tenía que mantener sus muslos abiertos con las manos para ver cómo entraba dentro de ella.

Entró lentamente dentro de ella.

Notó algo haciendo resistencia, escuchó su respiración rápida, pero después la miró a los ojos y vio un deseo sexual igual al suyo.

– Quiero poseerte, Francesca -dijo él, y perdió la noción de su cuerpo en la oscuridad cuando empujó hacia su interior.

Ella gritó. Pero después su cuerpo se arqueó y el brillo de las lágrimas no pudo enfriar la pasión ardiente de sus ojos.

– ¿Estás bien? -preguntó él, apretando los dientes para controlarse.

– Estás dentro de mí -dijo ella, y había una sombra de duda en su voz mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.

– Y tú estás dentro de mí -respondió él, inclinándose para lamer la lágrima, dándole confianza, sin saber muy bien lo que significaba, pero seguro de que era verdad.

Después sintió cómo sus músculos internos lo buscaban y tuvo que moverse, obligándose a controlarse y a ir despacio. Más y más, penetró en su interior, vigilándola mientras se apretaba más y más a él hasta que una leve presión de su dedo y una larga penetración les mostraron a los dos cómo transformar a Francesca en una mujer.

Francesca estaba acurrucada contra el cuerpo de Brett, intentando recuperar el aliento e ignorar el pánico que empezaba a sentir. ¡Aquello no iba bien!

Hacía unos minutos que había hecho el amor con el hombre con el que siempre había soñado. Se supone que se tenía que sentir satisfecha, saciada, contenta y femenina, y así había sido durante unos instantes. Pero ahora la vergüenza y la duda la invadían, no en vano estaba totalmente desnuda excepto por el sujetador retorcido que aún le estrangulaba la caja torácica.

Había algo más, algo en su interior en lo que no quería pensar y que tendría que soportar.

– Francesca -Brett se inclinó sobre un codo y la miró-, ¿estás bien?

Estaría mucho mejor si pudiera pensar en una forma inteligente de huir hasta su casa sin tener que mirar a Brett a los ojos. Preferiblemente, vestida.

Las mariposas volvieron a revolotear en su estómago. En las revistas femeninas había millones de artículos sobre la mañana después, pero no sobre «el momento» después. Especialmente sobre el momento después con un hombre al que anhelabas y que te aterraba a la vez.

– ¿Francesca? -dijo él de nuevo, con voz preocupada.

Ella tragó saliva.

– Estoy bien -dijo, esperando que su voz sonara alegre y despreocupada.

Una de sus grandes manos le acarició el hombro.

– No tan bien.

La cara de Francesca enrojeció y el pánico y la ansiedad la invadieron de nuevo. Sí, había ocurrido algo irrevocable, y deseaba con desesperación ir a su casa y ocultar sus nuevos sentimientos a todo el mundo.

Ella midió la distancia de la cama a la puerta a ojo. ¿Cómo se suponía que iba a poder salir dignamente de allí? El vestido estaba en el salón, así que tendría que salir de la habitación de Brett desnuda excepto por el sujetador. Su mirada se centró en la lamparita de la mesilla. Por lo menos, si la apagaba, la oscuridad sería de gran ayuda.

Ella se alejó unos milímetros de la cálida curva de su cuerpo, lo que hizo que el sujetador se enrollara aún más.

Brett le colocó una mano sobre el brazo.

– ¿Dónde vas?

Ella se quedó helada bajo el tacto abrasador de sus manos. «Donde pueda pensar, donde no puedas tocarme».

– Pensaba apagar la lámpara -dijo tragando saliva.

– Déjame a mí.

La esperanza de que se levantara de la cama y ella pudiera quitarse el sujetador sin que se notara, nació y murió en el mismo instante. Él se inclinó sobre su cuerpo y con un clic la luz de la habitación cambió, pero no se hizo la oscuridad. La luz de la luna entraba a raudales por la ventana de la habitación.