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– Tengo agua y jabón.

Francesca se echó hacia atrás, en dirección a su casa.

– Mi casa… tal vez más tarde.

– No, Francesca -dijo, sacudiendo la cabeza. Después, sin dejarla ir, abrió la puerta y la condujo directamente al baño.

En un segundo ajustó la ducha y la miró.

– Ya… -dijo ella, haciendo un gesto hacia la puerta- ya te avisaré cuando acabe.

El sonrió mientras sus manos tiraban de la camiseta hacia arriba.

– Estoy seguro de ello.

La camiseta cayó al suelo y entonces se dirigió al botón de sus pantalones.

Mientras le quitaba la ropa le quitó también el deseo de resistirse. Ya sin ropa, le acarició todo el cuerpo y, después de haberse desnudado él, entró en la ducha con ella y la enjabonó entera.

Después le lavó el pelo dándole un masaje hasta que ella gimió de placer. Cuando el agua empezaba a enfriarse, la empujó contra los azulejos y persiguió con sus manos los dos torrentes que se precipitaban al vacío desde sus pezones y navegó por el río que se formaba en su ombligo en dirección a su entrepierna hasta que, como le había prometido, Francesca gritó.

Ella volvió a gritar de placer de nuevo sobre la cama, con Brett dentro de ella y con todos los miedos y dudas ahogados por aquella riada de sensaciones carnales y emocionales.

Capítulo 10

FRANCESCA intentaba que no se le notara en la cara el regalo que había recibido.

Cada día que estaba con Brett después del día de la barbacoa era un regalo para ella. Tal vez tuviera que pagar por ello cuando le rompiera el corazón, pero por ahora no iba a pensarlo.

Se movió un poco sobre el colchón de Brett para acomodarse mejor contra su hombro. Cuando él llegó de trabajar se la había encontrado en la entrada del aparcamiento haciendo una reparación, y le había dicho que tenía que mostrarle algo de su casa. Ella lo había seguido para acabar haciendo el amor apasionadamente.

Francesca aún tenía las deportivas y la camiseta puesta, y el sujetador desabrochado bajo ella. Pasándole la mano sobre el pecho desnudo le dijo.

– ¿Qué querías enseñarme?

Él estaba a punto de quedarse dormido.

– ¿Qué?

– En el aparcamiento me dijiste que tenías que mostrarme algo aquí – le recordó ella.

Él abrió los ojos del todo.

– Francesca, cariño -dijo, moviendo la cabeza de un lado a otro contra la almohada-, eres una monada. -¿Qué?

– Te dije eso porque… -se echó a reír- creía que sabías por qué.

Francesca empezaba a no entender nada.

– Lo único que sé es que estoy aquí medio desnuda y tú estás riéndote de mí.

Él intentó ponerse serio, pero no lo consiguió del todo y volvió a sonreír.

– Te he traído aquí para enseñarte… mis herramientas.

Empezaba a anochecer.

– ¿Herramientas?

Él intentaba contenerse, pero las carcajadas afloraban de nuevo a sus brillantes ojos azules.

– Sí, ya sabes… mis herramientas…

Las mejillas de Francesca estaban empezando a enrojecer.

– Creo que lo voy pillando -dijo, alejándose de Brett-. Debo parecerte muy inocente.

Otras mujeres hubieran entendido la broma inmediatamente. Él se acercó.

– Eres «muy» bonita -dijo, acariciándole la mejilla-, e inocente.

Ella apenas notó su caricia. Se miró de arriba abajo inspeccionando su ropa. Su camiseta era enorme, casi le llegaba a las rodillas, pero tenía un agujero a la altura del ombligo, y luego estaban las deportivas… Otras mujeres hubieran ido con un hombre a la cama subidas en brillantes sandalias que hubieran podido desabrocharse sin complicaciones. Ella, con las prisas, se había quitado los pantalones cortos y las braguitas sin desatarse las deportivas.

Se sintió a disgusto ante su propia falta de cuidado, que le cayó encima como un jarro de agua fría. Ella tiritó y se apartó de Brett. Sólo quería irse a casa cuando antes.

Pero la mano de él la detuvo agarrándola por el hombro.

– ¿Dónde vas?

– Yo…

Brett la retuvo contra él. – ¿Qué ocurre?

– Creo que me voy a ir a casa. Brett le apartó el pelo de la cara. – ¿He dicho algo que te haya ofendido? Ella negó con la cabeza.

– Sí. No te gustó que me riera de ti.

– Soy inocente – susurró Francesca.

Él la puso sobre su cuerpo y la retuvo así.

– Eres inocente, y eso me encanta.

Ella se encogió de hombros.

– Francesca, es verdad.

Pero ¿qué pensaba él de las deportivas que aún llevaba puestas? ¿Qué pensaba del agujero de su camiseta?, ¿y acerca de que, en un gesto no muy femenino, casi le gana al uno contra uno?

Esa inseguridad no era extraña para ella. Aunque Brett y ella habían pasado juntos cada noche desde entonces, ella no se lo había dicho a nadie, ni a sus hermanos ni a Elise, como si fuese algo sin importancia. Ella se decía a sí misma que era para que nadie pudiera interferir entre los dos. Pero eran mentiras.

Ella no había dicho nada porque no sabía qué tipo de relación tenía con él. Ella lo amaba y se había entregado a él porque le había parecido que merecía la pena. Pero ahora ya no estaba tan segura de ello.

– Francesca -él la sacudió entre sus brazos, girándole la cabeza para obligarla a mirarlo -. Háblame.

– Tal vez no deberíamos vernos más -las palabras le salieron sin más.

Brett parpadeó. Se sentó y la miró un momento en silencio.

– ¿Por qué? -dijo finalmente.

Ella se encogió de hombros, intentando no pensar en lo arrebatador que le resultaba sentir el batir de su corazón contra el suyo.

– No lo sé. Voy a estar muy ocupada estos días con el ensayo de la boda, el ensayo de la cena y la boda de verdad.

Francesca vio que él había levantado una ceja.

– No sé si te acordarás de que soy dama de honor.

En un abrir y cerrar de ojos sus posiciones cambiaron.

– No lo he olvidado -dijo Brett, casi enfadado-. Exactamente ¿qué parte de ser dama de honor hace que no tengas tiempo para mí?

Francesca casi no podía respirar. Le deseaba demasiado, le deseaba para siempre. Tragó saliva.

– Tengo cosas que hacer -«como proteger mi corazón. Mejor tarde que nunca», pensó ella.

– ¿Por qué no podemos hacerlas juntos? -preguntó él -. Yo también estoy invitado a la boda.

Francesca no sabía qué responder. ¿Estaba sugiriendo que fueran juntos a la boda? ¿Cómo una pareja?¿Delante de Pop y de todo el mundo?

– Bueno, hum…

– ¿Y el ensayo de la cena? ¿No es habitual que los participantes acudan con una pareja?

– ¿Quieres decir, cómo un novio o como una pareja?

– Exacto -dijo él -. Justo como una pareja.

«Como una pareja. Delante de Pop y de todo el mundo».

Ella se acercó para besar a Brett. Ni llevando su tiara se hubiera sentido más como una princesa. Su princesa.

• Brett entró en la capilla donde Elise y David se casarían tres días más tarde y echó un vistazo al interior, donde el ensayo ya había comenzado. David y sus acompañantes, uno de los cuales era Cario, ya estaban esperando junto con el sacerdote, pero no había ni rastro de Elise ni de sus damas de honor.

El sacerdote hizo un gesto al pianista, que comenzó a tocar algo suave y sentido. Del fondo de la capilla salió una chica muy guapa andando con pasitos cortos y llevando en la mano un manojo de cintas de colores. Él no debía ser el único espectador masculino porque, un poco más lejos, una mujer le explicaba a un hombre que el manojo de cintas imitaba al ramillete. Otra chica empezó a andar hacia el altar, después otra y por último Francesca,

Brett se inclinó hacia delante en el banco de madera. Francesca, cosa inhabitual, llevaba un vestido corto y tacones, ofreciendo una vista poco habitual de sus largas piernas. Su corazón se lanzó al ataque contra su pecho.