– Has estado actuando de forma extraña durante estos últimos meses. ¿Qué te pasa?
– Nada.
Ella se irguió en su asiento.
– ¡No me vengas con esas! ¿Tienes problemas en el trabajo?
– No, Franny, no tienes que preocuparte.
Cario empezaba a preocuparla. Se había arriesgado al contarle a Cario su relación con Brett, en parte por aquel puñetazo que él le había dado hacía unas semanas. Pero necesitaba hablar con alguien y en ese momento no podía contar con Elise.
Miró a su hermano y suspiró.
– Tal vez tenía que haber hablado con Elise.
Algo turbó la mirada de Cario.
Un extraño pensamiento entró en la mente de Francesca. No podía ser.
Pero Cario había empezado a estar extraño en el momento en que empezaron los preparativos de la boda de Elise No podía ser. Conocía a Elise y a David desde niños. Él no…
– Cario – dijo, tomando a su hermano de las manos-, eres uno de los mejores amigos de David.
– Afirmativo -respondió, en tono frío y policial.
– Ellos son muy felices -continuó Francesca
– Son perfectos el uno para el otro.
– Afirmativo -dijo él, de nuevo, sin que su expresión cambiara en absoluto
Francesca empezaba a sentir algo de desesperación. Quería creer que algo así no podía pasar.
– La quieres -dijo Francesca, forzando las palabras a salir de su boca-. Quieres a Elise.
Nada cambió en la cara de Cario.
– Con toda la fuerza de mi corazón.
– ¡Oh, Cario! Cario la miró.
– Pero tiene que quedar entre nosotros, ¿lo entiendes, Franny? No quiero cargar a David o a Elise con esto.
Ella asintió. Cario amaba a Elise. Elise amaba a David. No, no, no.
– ¿Por qué? ¿Por qué me dices esto ahora? Cario levantó las cejas.
– Para ver si puedes encontrarle algún sentido. Ella había huido de Brett medio enfadada, medio herida. Había elegido a Cario para que le hablara con un poco de sentido común o al menos para que la ayudara a entender la desconfianza de Brett en el amor. Cario la ayudaría a planear algo porque… porque estaba enamorada y quería que la amaran.
Cario amaba a Elise, Elise amaba a David, Francesca amaba a Brett y Brett no quería enamorarse.
– Pensé que todo serían flores y champán, sábanas de raso y anillos.
– Lo sé -dijo Cario.
¡Pero eso era lo que ella había deseado siempre! Era su sueño por el cual había salido de sus vaqueros y sus deportivas. Tenía que estar en algún lado.
Francesca suspiró.
– El amor es mucho más complicado que rosas y paseos en limusina, ¿no? Te puede romper el corazón.
– Eso es lo que Brett acaba de descubrir -dijo Cario.
Y ella pensaba que los hombres querían seguir siendo solteros porque no querían recoger su ropa sucia. Qué tonta había sido. Aceptando su derrota, Francesca se hundió aún más en su silla.
Capítulo 11
DESDE su banco, Brett alargaba el cuello para ver mejor a las damas de honor. «Maldición», pensó mientras se masajeaba el cuello dolorido por el esfuerzo.
¿Qué estaba haciendo? ¿A quién pretendía ver? No podía ser a Francesca. Ella ya había decidido y él no tenía nada que objetar. No tenía nada que ver con eso el que no hubiera dormido nada las dos últimas noches, el problema no era el tremendo espacio vacío que ella había dejado en su cama.
Se giró para ver mejor a Cario. Vestido con un frac oscuro, estaba acompañando a una señora mayor a su asiento, en el banco detrás de donde se sentaba Brett. Cuando la mujer se sentó, Cario le apretó el hombro.
– ¿Qué tal estás? -preguntó.
Brett lo miró con desconfianza.
– Bien. Relajado. Descansado -todo mentiras.
Cario levantó una ceja.
– ¿Ah, sí?
– Sí -los Milano no tenían nada que ver con su mal humor.
– Pensaba que estarías… mal.
Sí, pero si se le ocurriese contarle a Cario que su hermana era la causa de ese malestar, Brett podía estar seguro de volver a recibir un cariñoso saludo del puño de Cario.
– Esto bien, Cario.
Su única queja real era la falta de sueño.
Cario volvió a apretarle el hombro y volvió a la parte de atrás de la iglesia.
Brett se masajeó un poco el hombro dolorido por la «caricia» de Cario mientras empezaba el cortejo nupcial. David y sus acompañantes estaban frente al altar, como en el ensayo, y la música empezó a sonar. Salió la primera dama de honor, llevando un vestido blanco.
¿Era habitual que las damas llevasen vestidos blancos? Debía haberlo elegido Elise, porque las dos siguientes damas también iban de blanco. Miró hacia atrás, para comprobar el color del vestido de la cuarta dama.
¡Francesca!
Cuando la vio, sus ojos sintieron como un fogonazo. Llevaba dos días fuera de su vida y ya se le había olvidado lo guapa que era. El vestido blanco sin mangas revelaba la perfección de sus hombros, de las curvas de sus pechos y sus caderas y su delgadez.
Cerró los ojos y una extraña sensación se apoderó de él, pero intentó ignorarla pensando en una cerveza fría y una siesta cuando llegara a casa.
No necesitaba abrir los ojos para saber que ella ya había pasado al lado de su banco. Lo supo cuando notó el olor de su perfume. La sensación se incrementó.
El resto de la ceremonia pasó en un santiamén. Elise y David dijeron lo que tenían que decir y acabaron pronto. Brett se levantó e intentó avanzar con el resto de la gente hacia la salida de la capilla.
Tal vez no se quedara al banquete, pero aun así no estaba seguro de poder dormir. Probablemente no podría, así que se puso en la fila para felicitar a los novios.
Allí estaba la dama de honor número cuatro, y pudo apreciar cómo se habían esmerado en su maquillaje.
– Francesca -le dijo con voz tensa.
– Brett. ¿Qué tal?
No tenía ni idea de lo que podía estar pensando detrás de esos preciosos labios y pestañas. Sin querer, cerró las manos.
– Genial. Muy bien.
Ella sonrió y miró a otra persona. Ya había acabado con él.
Al diablo con todo.
Encontró el bar y pidió un whisky. Mejor así.
Todo siguió como estaba previsto: comida, baile… Brett bebió.
El padrino utilizó el micrófono de la orquesta para hacer un brindis en honor de los novios, y Francesca, como dama de honor, lo imitó. Cuando empezó a hablar, el micrófono se acopló y emitió unos chirridos terribles. Todo el mundo se rió, menearon la cabeza y después se calmaron para escuchar el breve discurso de Francesca.
Brett no podía escucharla. Aún sentía pitidos en los oídos por el ruido del micrófono y aquella sensación cada vez le pesaba más en el pecho. Tal vez fuera la gripe.
Después vino el lanzamiento de la liga para los hombres solteros. Brett se mantuvo al margen y pidió otro whisky.
Elise se preparó para lanzar el ramo y una fila de chicas risueñas y alborotadoras se dispusieron a buscar su oportunidad de ser la siguiente novia. Elise miró al grupo de chicas y vio algo que no le gustó, porque abandonó su puesto y se fue. Unos segundos más tarde, ya estaba de vuelta con Francesca de la mano. Mirando hacia arriba, Francesca se soltó y se colocó entre el resto de chicas, sin mucho interés en atrapar el ramo.
Brett se acercó un poco más sin darse cuenta. Sólo para tener una perspectiva mejor. Entonces Elise lanzó el ramo.
Obviamente, Elise no sería la que pasara genéticamente a sus hijos las habilidades deportivas. El ramo voló muy alto y lejos, cerca de Brett, y ninguna de las chicas, con sus vestidos largos y tacones, tenía ninguna oportunidad de atraparlo. Pero había una que se había criado entre cuatro hermanos y cuyo espíritu competitivo era imposible de contener. Una que se había cambiado de zapatos y llevaba unas zapatillas más cómodas.
Francesca saltó muy cerca de él y Brett intentó retirarse para dejarle espacio, pero tenía la retirada cortada por las mesas y sillas del bar. El ramo aún seguía volando, directo a la pared, pero Francesca se estiró un poco más, con un estilo muy deportivo, y este aterrizó entre sus brazos. Y Francesca aterrizó en los brazos de Brett, que empezó a caer hacia atrás.