Aun así, Brett no se imaginaba a Franny poniéndose falda para nadie, pero…
Para nadie.
Nada de aquello era asunto suyo.
Desde luego, Cario era idiota por haber organizado aquello, pero Franny parecía más que contenta con todo el asunto de la apuesta. Eso tampoco le gustaba.
– ¿Y bien? -dijo ella impaciente -. Dime qué te parece claramente.
El sacudió la cabeza mientras echaba un vistazo a la oleada de sensualidad extendida sobre el sillón.
– Los hombres no tendrán escapatoria.
La sonrisa de Francesca no podía brillar más.
– Gracias, Brett -su expresión se volvió traviesa-. Podrás comprobarlo mañana por la noche.
«Oh, no». Era lo último que quería. Quería estar fuera de los asuntos de los Milano, de los asuntos de Franny.
– Vamos a salir todos juntos. Cario, Nicky y los demás. David Lee y Elise también vienen.
Ella tendría a sus hermanos para vigilarla.
– No creo que…
– Voy a ponerme esto -sacó un vestido ligero y ajustado del montón. Era violeta, con pequeños puntitos brillantes en la tela, y muy corto.
Por supuesto, había sido uno de sus hermanos el que había empezado con este peligroso asunto.
– Mañana por la noche…
– No tienes nada más que hacer. Venga, te vendrá bien salir, Brett.
– No…
Francesca le agarró del brazo. Por un momento, él se quedó en blanco. Hacía mucho que no le tocaba una mujer. Más de dieciocho meses y cuatro días.
– Ven conmigo -dijo Franny.
Ella podía haber dicho «nosotros», pensó él. Podía negarse… pero el «conmigo» le hizo pensar en el vestido violeta que se ajustaría a su pecho y acariciaría sus piernas.
– Sí -dijo él.
Capítulo 2
RODEADA por la multitud que no paraba de entrar y salir de la sala de fiestas del club de campo, Francesca escuchaba las melodías de rock que se colaban por la puerta.
Se trataba de una cena benéfica patrocinada por dos emisoras de radio y algunas empresas locales entre las que se encontraba el bufete para el que trabajaba David. Había mucha gente y, en un descuido, Francesca se vio separada de los demás. Poniéndose de puntillas, localizó a sus hermanos Nicky y Joe, que ya habían pedido dos mesas para ellos ocho.
Francesca se sentó en el último sitio vacío, entre Brett y Cario que, a juzgar por sus serias expresiones, no iban a ser los compañeros de mesa más animados.
Suspiró. No entendía el mal humor de Cario, pero se sentía responsable del de Brett. Según le habían dicho, seguía muy afectado por la trágica desaparición de Patricia; su prometida. Tal vez haberle obligado a salir esa noche no había sido tan buena idea.
El prometido de Elise, David y Nicky estaban quejándose de la falta de camareros. Desde la otra mesa, Elise dirigía miraditas cómplices a Francesca y después indicaba con los ojos al grupo de hombres sentados de la barra.
«De acuerdo». Ella no estaba allí para preocuparse por Brett, sino para preocuparse por sí misma y por encontrar a un hombre con el que ganar la apuesta a finales de mes.
Elise había sugerido ir a esa cena para poner a Francesca en circulación. En caso de que se sintiera insegura llevando un vestido nuevo, maquillaje y tacones, tendría a sus hermanos y amigos como apoyo.
Francesca se inclinó para ver mejor al hombre que Elise le había señalado. Tenía la edad perfecta y no estaba bebido. Dos puntos muy importantes.
– ¿Te traigo algo para beber? -la voz de Brett la sobresaltó -. Hemos desistido de esperar al camarero.
– Sí, claro. Una copa de vino tinto -dijo Francesca buscando su monedero.
Brett sonrió.
– No te preocupes por el dinero. Paga Cario.
Ella le devolvió la sonrisa y los dos hombres se levantaron. Cario llevaba una lista escrita en una servilleta con lo que quería cada uno y Brett iba detrás mientras Francesca los seguía con la mirada.
Cario tenía el atractivo aspecto italiano que compartían todos los hermanos Milano. Un tipo de belleza muy conocida para Francesca, pero Brett era de una especie diferente. Era muy alto, esbelto y rubio. Llevaba vaqueros claros y una camiseta deportiva de manga corta de un color que hacía juego con sus ojos, de un azul escandinavo.
– ¿Te gusta alguno? -Elise se había deslizado hasta el sitio de Cario, ahora vacío-. ¿Quién?
– El peor candidato de todos -murmuró Francesca.
– ¿Cómo? -Elise se acercó más -. ¿Quién?
Francesca no se decidía a confesarse.
– No hay ninguno que me guste… por eso me quejo
La vuelta de Cario y Brett libró a Francesca de más preguntas. Tras decirle que se pusiera «manos a la obra», Elise volvió con su novio. Francesca asintió y trató de centrar su atención, obediente, en los hombres de las otras mesas.
La llevó más de media copa de vino darse cuenta de que eran dos mujeres y seis hombres, y además ella estaba colocada entre los dos más imponentes, y que los hombres no sentían muchos deseos de acercarse a ella.
Las sillas estaban colocadas alrededor de la mesa en frente de la banda. Cuando su hermano Nicky se levantó de su sitio para buscar otra cerveza, Francesca se pasó a su silla, que estaba en uno de los extremos del grupo. Ese sitio estaba más cerca de la pista de baile y no tenía a nadie a su izquierda.
Un par de mesas más lejos, un chico bastante guapo con pantalones color caqui la estaba mirando. Francesca sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Ella sonrió tímidamente y volvió la mirada, esperando que él se acercara para hablar con ella o para sacarla a bailar.
¡Tal vez eso de salir con alguien no fuera tan difícil al fin y al cabo!
Decidió centrar su atención en la copa de vino, pero con el rabillo del ojo seguía vigilando a «Caqui». Este se levantó lentamente de su silla y el corazón de Francesca empezó a palpitar con rapidez.
¿Tenía que mirar hacia él? ¿Sonreír, acaso? ¿Hacer como si no lo viera hasta que no estuviera delante de ella?
– Aquí tienes, Brett – Nicky acababa de volver con una cerveza en cada mano.
Brett se levantó para tomar la bebida y ella quedó rodeada por los dos hombres de pie, como dos rascacielos cubriendo el sol. Ante la visión de los dos hombres, Francesca presenció como «Caqui» se daba la vuelta y se alejaba.
Nicky se agachó y le dijo:
– Creo que te acabo de salvar de bailar con un niñato. Ese tío se dirigía hacia aquí.
Francesca lo miró.
– Creo que puedo decirles que no a los niñatos yo sólita, gracias.
– No mientras yo esté delante, hermanita -y Nicky le guiñó un ojo.
Francesca creyó ver un gesto de satisfacción en la cara de Brett mientras Joe asentía a Nicky.
No había pensado en que sus hermanos pudieran suponer un problema, pero no iba a dejar que le hicieran perder la apuesta. Francesca se levantó y se dirigió a la barra, donde estaba «Caqui». Una vez allí, pediría un refresco y esperaría su oportunidad para hablar con él.
Mientras andaba entre las mesas, apareció en el escenario el grupo principal de la noche, y el público enloqueció. El ritmo del rock invadió los pies de Francesca y le hizo tomar una determinación. Iba a bailar con ese chico.
El camarero le sirvió la bebida y ella se acercó a la pista de baile tomando pequeños sorbitos. Cuando miró hacia donde estaba Caqui, él la respondió con una sonrisa. Su corazón empezaba a latir más deprisa mientras él se acercaba. El volumen de la música estaba tan alto que tendrían que acercarse mucho para entablar una conversación.
Cuando estaban a un metro de distancia, Joe y Tony se levantaron de un salto. Joe tomó el vaso de Francesca y Tony la llevó hasta la esquina de la pista de baile más alejada de Caqui. Francesca se despidió con la mano del desconocido, pero él ya se había dado la vuelta.
Cuando el baile terminó, Tony la agarró por el brazo y la llevó hasta la mesa.
– No tengo quince años, Tony -le dijo entre dientes-, dame un respiro.