Pero no iba a librarse de él.
No, se había asignado la tarea de cuidar de ella esa noche. Cualquier hombre que quisiera a Francesca iba a tener que pasar por su filtro.
Uno de los hombres que se le habían acercado se inclinó hacia ella. Francesca sonrió y le dirigió una mirada misteriosa. Su pelo oscuro acariciaba el brillante vestido y un segundo hombre se acercó a ella.
A Brett le ardían las entrañas. Maldición. Ella era candida y preciosa y él quería mantenerla a salvo.
– Hola -una voz femenina interrumpió sus pensamientos. Una chica alta y rubia se sentó frente a él -. ¿Está ocupada?
Negó con la cabeza. Con el rabillo del ojo miró de nuevo a Francesca. Seguía bailando rodeada por aquellos dos tipos.
– ¿Lo estás pasando bien? -el largo pelo rubio de la chica le recordaba al de Patricia.
Se le formó un nudo en la garganta, pero logró esbozar una sonrisa.
– Claro que sí.
– Acaban de dejarme tirada -dijo la chica. De un solo trago acabó con la mitad de su copa de martini.
La canción había terminado y Francesca estaba aplaudiendo al igual que los dos hombres que tenía al lado. Ambos la sonreían.
Brett parecía tener la mirada pegada a ellos. La rubia seguía hablando.
– Era un cerdo, pero un cerdo generoso. Ya sabes, flores, joyas -movió la mano libre, llena de anillos y Brett se dio cuenta de que ya tenía otra copa en la mano.
Ella levantó las cejas, haciendo un gesto hacia la copa.
– ¿Quieres tomar algo? Es vodka con martini.
– No, gracias.
El primer hombre que se había dirigido a Francesca, con pelo largo y vaqueros ajustados, se inclinó hacia ella. Brett los observaba mientras Francesca afirmaba y sonreía una vez más.
– Como te estaba diciendo -otra vez la rubia-, me tenía atontada. Decía las palabras adecuadas. Todo era perfecto. Incluso me regaló un anillo de diamantes.
Brett mantuvo la boca cerrada. No podía creer que esa chica estuviera confiando en él de ese modo. No era el tipo de hombre que tenía amigas íntimas.
Francesca volvió a asentir y sonreír mientras el hombre de pelo largo le hablaba.
La chica rubia acabó con el segundo martini en dos tragos y Brett se dio cuenta de que eran el vodka y el vermouth los que le soltaban la lengua.
– Cuéntame -dijo ella, insistente -. Tú eres un hombre. ¿Por qué hizo eso?
Brett miró a la rubia. Los hombres realmente hacían daño a las mujeres.
Aquel tío podía jugarle una mala pasada a Francesca. Cualquiera que conociera esa noche podía romperle el corazón. ¿Lo harían? ¿Podrían? Estaba claro que sí.
Él sabía que la vida no era fácil, aunque tuvieras juventud y belleza de tu lado.
Aquel pensamiento lo asustó y volvió a mirar hacia Francesca. El hombre de pelo largo cada vez estaba más cerca y cada vez se sonreían más.
La mano sudorosa de Brett apretó aún más la botella de cerveza.
– ¿Quién es ella? – dijo la rubia señalando la pista de baile-. No puedes quitarle los ojos de encima.
– Una amiga – ¿le molestaría a ella que se acercara?
La rubia se rió.
Francesca también se reía mientras le ponía la mano sobre el brazo a aquel hombre. Él la correspondió colocando su mano sobre la de ella.
Brett se levantó. Sólo se presentaría y le dejaría claro a ese cerdo en potencia que Francesca tenía quien la cuidase. En el momento en que avanzó un paso, el cerdo saludó a Francesca con la mano y se alejó. El otro tío que había estado con ella le siguió.
Ya podía tranquilizarse, ya podía volver a su sitio frente a la rubia para que le recordara cuan peligroso podía ser el amor. O… también podía dar un primer paso del plan que se estaba forjando en su mente para ayudar a Francesca a ganar su apuesta.
¿Por qué no? Por orgullo, por el dinero o por ambos, Francesca estaba decidida a ganar la apuesta el día de la boda de Elise y David. Pero con un plazo tan corto, una chica inocente podía acabar metiéndose en problemas o pasándolo mal.
La banda empezó a tocar una canción lenta, y Brett se imaginó a Francesca entre los brazos del cerdo de pelo largo, con las manazas sobre su cuerpo.
Brett se dirigió hacia ella, que no le había visto acercarse. La tomó por la misma mano que antes le había tocado el cerdo y la llevó hasta la pista de baile. Después la estrechó entre sus brazos.
Dios… aquellos misteriosos ojos oscuros lo miraban tan fijamente que él hubiera querido responder a todas sus preguntas. Diría lo que fuera con tal de hacerla sonreír.
– Parecías… -«perdida».
Querría entrar de nuevo en su vida, como lo había estado años antes, y hacer que todo fuera mejor. Se detuvo un momento para sentir a Francesca entre sus brazos. Respiró profundamente y notó el perfume que ella le había enseñado la noche anterior.
Todo su cuerpo se endureció.
La reacción no lo sorprendió. Había pasado más de un año y medio desde la última vez que había abrazado a una mujer. No quiso asustar a Francesca por una reacción física natural y la apartó un poco de él.
Le pareció oírla suspirar.
Manteniéndola a unos centímetros de su cuerpo, empezó a mover los pies al ritmo de la música. Otra vez le llegó el olor dulce y picante del perfume, esta vez junto con otro olor cálido, el de su piel, tal vez. De repente se notó ligeramente mareado por el olor del perfume y el brillo de su vestido.
– Francesca.
La miraba asombrado, como un hombre que tiene en sus manos un tesoro inesperado. Ella levantó la mirada y sus pupilas se dilataron al ver aquella cara. ¿Qué vio en él? ¿Deseo, sorpresa, aquel sentimiento de que todo seguía en su sitio?
Brett tenía la mano sobre el hombro de ella y las suaves puntas de su pelo le rozaban los nudillos con un suave cosquilleo.
– ¿Por qué haces esto, Brett? -preguntó ella. ¿Bailar? ¿Sentirse así?
– Porque quiero salir contigo algún día. ¿Qué te parece?
Capítulo 3
EN la cocina de Francesca, Elise tomó una servilleta y se limpió las manos de las migas del sándwich.
– ¿Cómo? -dijo Elise con impaciencia-. ¿Qué me estás contando?
Francesca recogió los platos y los llevó al fregadero. – ¿Qué se supone que tenía que decir?
– ¡Francesca!
– Vale, vale -Francesca acababa de confesar el secreto que llevaba quince horas acunando-. Cuando Brett me pidió que saliéramos algún día, le dije que sí.
Elise se quedó mirándola, sorprendidísima.
– ¿Francesca Milano saliendo con Brett Swenson?
Tal vez debiera ofenderse por la incredulidad de su amiga pero, para ser sincera, a ella también le había sorprendido mucho la idea.
– Me salió sin pensar -explicó ella-. Pensaba «de ningún modo», pero mi…
– ¡Tu sentido común se fue de viaje a Tahití!
– Elise…
– ¡Francesca! -Elise se hundió en la silla, en actitud de desánimo-. Tendrías que reflexionar un poquito más.
Francesca llenó el lavavajillas con rapidez mientras pensaba que Elise tenía razón, la idea de que la chicazo Francesca saliera con el guapo de Brett Swenson rayaba en lo imposible, pero había quedado como deslumbrada. La luz de las bombillitas, la intensidad de la mirada de Brett, la fuerza de sus brazos y el casi doloroso palpitar que sintió cuando él la acarició. Siempre había pensado que si la tocaba, se quedaría sin respiración. En vez de eso, se quedó sin sentido.
Tragó saliva, y se dirigió a Elise:
– Ya sé que es como el bello y la bestia, pero…
– ¡No es eso lo que quiero decir! -Elise señaló a Francesca con el dedo -. Sigues olvidando mirarte al espejo.
– Pero…
– Nada de peros. Brett Swenson o cualquier otro tendrían mucha suerte si pudieran estar contigo. El problema es que Brett Swenson no está buscando a nadie ahora.
¿Por qué esas palabras le resultaban tan dolorosas?