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– Ya lo sé -contestó Francesca con sinceridad-. Pero fue él quien me lo pidió.

Elise se mordió el labio inferior

– Lo cual me inquieta un poco, pero me alegra ver que no te estás haciendo ilusiones.

Nada de hacerse ilusiones. No tenía ni siquiera una mínima esperanza, sólo que…

– Ya sé que podía haber dicho que no -la idea había cruzado su mente por un milisegundo.

– ¿Y? -replicó Elise -. Ya sabes que no deberías estar perdiendo el tiempo con imposibles.

Era cierto. La boda era a finales de mes y necesitaba ganar la apuesta. Por otro lado, también necesitaba, en lo más profundo de su ser, enamorarse por fin.

– Pero… -Francesca también desconocía la razón por la que había dicho que sí, así que seguía buscando excusas- tal vez pensé que a los dos nos gustaría probar.

Elise levantó las cejas en un arco perfecto y Francesca empezó a notar un sudor frío.

– Oye, con la experiencia que tengo en esto de salir con hombres, no me lo puedes reprochar -dijo Francesca rápidamente -. Además Brett… tal vez quiera probar a salir con mujeres de nuevo.

Elise se cruzó de brazos.

– Mientras sólo sea probar.

– Venga -sonrió Francesca-, tengo ya a cuatro hermanos diciéndome eso. Alégrate por mí, por una vez no me voy a quedar en casa con mi gato viendo la tele.

Su mejor amiga le puso un dedo sobre la naricita y le dijo:

– No intentes darme penita.

– ¿Penita? Anda, ayúdame a decidir que me voy a poner esta noche.

Elise se levantó de un salto.

– ¡Genial! Me encanta rebuscar en los armarios. ¿Dónde va a llevarte?

Francesca se detuvo a tiempo antes de morderse una uña.

– Me dejó elegir a mí y yo decidí ir al centro de juegos recreativos.

Elise parecía estar a punto de sufrir un ataque al corazón.

– ¿Juegos recreativos?, ¿mini golf?, ¿coches de choque?, ¿esas maquinitas que hacen ding-ding-ding? ¿Ahí?

– Maquinas de Pinball, Elise. Sí, ahí -Francesca se preparó para la explosión inminente de su amiga por su tonta elección.

– Uf -con un gesto teatral, Elise se pasó el brazo por la frente y se dejó caer de nuevo en su silla-. Tenías que haber empezado por ahí. No te imaginas lo aliviada que estoy.

Ahora era Francesca la que estaba sorprendida. – ¿Cómo?

– Cariño -dijo Elise -, estaba muy preocupada por que Brett te rompiera el corazón. Pero eres una chica lista.

A Francesca le gustó oír eso, pero no pudo reprimir un segundo:

– ¿Cómo?

– Ir a los juegos recreativos no es una cita -declaró Elise-, eso es una noche de diversión con amigos.

«Diversión con amigos». Las palabras de Elise seguían resonando en la mente de Francesca mientras se miraba en el espejo. Con un pequeño lamento se quitó la gorra y la tiró sobre la cama. Vaqueros, deportivas y una sudadera serían suficiente. Suficiente para una juerga de amigos.

Cuanto más lo pensaba más claro lo tenía; seguro que Brett se refería a eso. De acuerdo, había dicho que se había convertido en una mujer preciosa, pero eso io quería decir que le hubiera pedido una cita de verdad.

Estaba claro, el pobre acababa de llegar a la ciudad vivía casi al lado. Probablemente quisiera compañía, probablemente ya se lo hubiera propuesto a Nicky, Joe, Tony y Cario. Incluso a Pop. Pero los jueves por la noche todos los hombres de su familia estaban ocupados con entrenamientos de baloncesto y cosas así. Además había bingo en la iglesia, y Pop siempre se llevaba a alguno de los inquilinos mayores y al menos a uno de sus hermanos.

Francesca era la única disponible para «salir» esa noche.

Había sido una buena idea sugerir los juegos recreativos, lo primero que se le ocurrió, en vez de un restaurante con vistas al mar o un picnic al lado de una hoguera en la playa.

Sí, Brett y ella, dos buenos amigos que iban a pasar la tarde divirtiéndose y jugando. Juegos de niños, no juegos de adultos.

Si iba en deportivas, con sus segundos mejores vaqueros y la sudadera que Nicky le había regalado en navidades, le dejaría claro que entendía la relación de amistad, de ser uno más del grupo. Pensándolo mejor, volvió a ponerse la gorra. Así quedaría aún más claro.

Se colocó la gorra ante el espejo y se prometió a sí misma no volver a cometer el error de pensar que aquello era una cita.

Sonó el timbre. Con un suspiro final, corrió a la puerta y la abrió con la mejor de sus sonrisas, que se le borró de inmediato. Intentó volver a sonreír, lo intentó de verás, pero Brett estaba tan guapo.

Llevaba mocasines de ante, vaqueros y una camisa deportiva amarillo claro. Su mirada subió un poco más hasta su ancha sonrisa y aquellos ojos nórdicos. Las chicas italianas debían tener debilidad por el azul.

– Hola, chaval -«amigos, uno más del grupo».

– Hola -Brett la sonreía con la mirada.

Mientras andaban hacia el coche acabaron con el tema de cómo les había ido el día. Cuando llegaron al Jeep de Brett, Francesca se vio peleando con él por abrir la puerta. Le costó un momento darse cuenta de que quería abrirle la puerta «a ella». ¡Como en una cita de verdad!

– ¡No! No hace falta.

– Claro que sí -Brett le colocó la mano bajo el codo para ayudarla a acomodarse en el asiento. Después cerró la puerta y se dirigió hacia la suya mientras Francesca notaba que se le ponía el vello de punta. Algo no iba del todo bien.

Muy pronto, Brett estuvo dentro del coche y Francesca pudo oler una fragancia fresca con un toque de limón. Todos sus hermanos utilizaban un jabón de naranja antibacterias que hacía que olieran… desinfectados. Cerró los ojos para apreciar más el aroma.

– ¿Francesca?

Brett la estaba mirando, expectante.

Ella le devolvió la mirada, como alucinada. ¿Se habría olvidado de algo?

– ¿Uh? -le contestó, en una exhibición admirable de su coeficiente intelectual.

Él levantó las cejas.

Le había abierto la puerta, la había ayudado a sentarse, le había abrochado el cinturón de seguridad… No se podía imaginarse a Brett haciendo todo eso por Cario, no eran cosas que un chico hacía por otro. Francesca se pasó la lengua por los labios revisando su teoría. ¿Se trataba entonces de una cita? Se aclaró la garganta y se dispuso a probar si se había equivócalo o no.

– Supongo -empezó, con un ligero carraspeo-, supongo que mis hermanos están ocupados esta noche.

Si él era capaz de decir lo que estaban haciendo, ella sabría que había intentado quedar con ellos primero.

Brett frunció el ceño y la miró.

– Francesca -por su voz parecía sorprendido y algo divertido -, no estarás intentando decirme que nadie te esperará levantado esta noche, ¿no?

Francesca casi se atragantó.

– ¡No! ¡Sí!

Las preguntas con una doble negación siempre la confundían.

– No quería decir nada en absoluto -sus mejillas enrojecieron-. Nada de nada.

Bajó la mirada rápidamente y se fijó en sus fuertes manos mientras giraban la llave de contacto. Estaba muy tensa, así que tomó una bocanada de aire para intentar tranquilizarse. Se sentiría mejor en cuanto supiese cuales eran las expectativas de Brett para aquella tarde.

Cuando salían del parking, ella volvió a la carga, dando un gran rodeo, por supuesto.

– Creo que lo pasaremos genial esta tarde en los recreativos, ¿no crees? -dijo ella animadamente.

Si él afirmaba con vehemencia sabría que lo consideraba una tarde de diversión entre amigos.

Él se encogió de hombros.

¿Y eso qué quería decir? A Francesca casi se le escapó un quejido. ¿Por qué no se había esforzado más en tener citas anteriormente? Tenía tan poca experiencia que no se veía capaz de interpretar todos esos signos. Se llevó una mano a la sien.

– Francesca -su voz parecía ligeramente preocupada-, ¿te ocurre algo? ¿En qué piensas?