Empujé la puerta de mi habitación y fui hasta el rellano, desde donde podía otear el vestíbulo sin que nadie me viera. Sonó el timbre; papá se dirigió rápidamente a la entrada y abrió. Era mamá, pero no miró a mi padre a los ojos y tampoco al suelo. Era como si tuviera la vista fija en un punto de la pared, detrás de él, y fuera a quedarse mirándolo para siempre.
La acompañaban dos policías. Uno de ellos se quitó el casco y un montón de cabello rubio se le desparramó sobre los hombros; entonces comprendí que era una mujer policía. Todo el mundo parecía muy serio.
No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que algo malo había sucedido.
Capítulo 2
– Rachel -dijo papá mirándolos de uno en uno.
– Señor Delaney, ¿podríamos entrar, por favor? -pidió el policía.
Papá asintió con la cabeza y se hizo a un lado para dejarlos pasar al vestíbulo.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó, al tiempo que cerraba la puerta. Yo estaba de rodillas con la cara contra la balaustrada, tratando de permanecer muy quieto para que nadie me descubriera-. ¿Ha habido un accidente? ¿Tu coche ha sufrido una avería?
Los agentes se miraron entre ellos y luego a mamá, que no parecía mamá en absoluto.
– ¿Va a hacer alguien el favor de decirme qué está sucediendo? -insistió papá al cabo de unos instantes-. ¿Agente?
– ¿Confirma usted que esta señora es su esposa, señor Delaney? -preguntó el policía, quitándose también el casco. Llevaba la cabeza afeitada y no parecía mucho mayor que Pete, lo que de alguna manera me calmó. La agente me recordaba a la protagonista de una teleserie.
– Sí, por supuesto que es mi esposa. Rachel, ¿a qué viene todo esto? ¿No puede alguien explicarme simplemente…?
– Si hace el favor de tranquilizarse, señor -interrumpió el policía-, se lo contaremos todo.
– ¿Que me tranquilice? Mi esposa desaparece durante horas y luego llega a casa en un coche de policía… ¿y quieren que me tranquilice? ¿Dónde has estado? ¿Qué ha pasado?
– Quizá podríamos sentarnos -sugirió la mujer policía-. Su esposa ha sufrido una gran impresión, y una taza de té le vendría muy bien.
– De acuerdo. Vayamos a la cocina y pondré agua a hervir. Pero quiero saber qué ha ocurrido, ¿me oyen?
– Por supuesto, señor -respondió la mujer.
Primero dejé de oírlos y luego desaparecieron de la vista, excepto el joven policía, que se quedó en el vestíbulo y dejó el casco en la mesilla antes de mirarse en el espejo. Movió la cabeza hacia la izquierda, después hacia la derecha y a continuación tiró del dobladillo de la chaqueta para alisar las arrugas. Al volverse, alzó la mirada y me vio. Quise echar a correr, pero se limitó a dirigirme una sonrisa triste y negó con la cabeza antes de entrar en la cocina para reunirse con los demás.
Fue entonces cuando empecé a preocuparme por Pete. Llevaba un par de días sin llamar, desde la vez en que anunció que se iba de viaje y que no pensaba quedarse encerrado tres meses en la tienda de papá mientras sus amigos andaban por ahí pasándolo bien. Mamá había dicho en el desayuno que, si no había telefoneado para cuando hubiese acabado Coronation Street, lo llamaría ella.
– No sé para qué te molestas -había respondido papá-. Menudo niñato desagradecido.
Quizá le había ocurrido algo a mi hermano, la policía había venido a contárselo a mamá y ella había ido a la comisaría para encontrarse con Pete metido en algún lío. O peor aún: tal vez le hubiera sucedido algo malo, y yo ni siquiera había podido hablar por teléfono con él la otra noche, porque todos se habían peleado tanto que no me habían dejado.
Bajé sin hacer ruido por la escalera, pero las voces no se oían demasiado bien. El casco del policía seguía en la mesita del teléfono. Lo cogí y me puse a estudiarlo.
Era uno de esos cascos tradicionales, alto y duro, con una insignia de la policía de Norfolk en la parte delantera. Pesaba bastante y al ponérmelo me sentí como si me coronasen rey. Me iba enorme, tanto que me tapaba los ojos, de modo que me pregunté cómo podría el agente llevarlo todo el santo día.
Entonces se abrió la puerta de la cocina y al volverme vi que papá, incluso más rojo que antes, salía al vestíbulo seguido por los dos policías. Los tres se detuvierony me miraron fijamente. Sentí vergüenza porque sólo llevaba el pijama y aquel casco.
– Disculpe, agente -dijo papá, quitándomelo-. Danny, sube a tu habitación ahora mismo.
Salí disparado escaleras arriba y cerré la puerta de mi cuarto, pero no entré, sino que volví a ocupar mi puesto ante la balaustrada.
Mi padre abrió la puerta de entrada y los policías salieron.
– Si tienen más noticias… -dijo papá.
– Nos pondremos de inmediato en contacto con usted, por supuesto -lo cortó la mujer policía con tono muy serio-. Pero necesitaremos volver a hablar con ella mañana. Supongo que se hace cargo, ¿no?
– Desde luego. Es un asunto terrible.
– Son los trámites habituales, señor Delaney. No tardaremos en comunicarnos con usted.
Los oí marcharse y a papá cerrar la puerta, pero durante unos instantes no se movió. Permaneció allí de pie, mirando la pared, y luego se frotó los ojos mientras soltaba un hondo suspiro. Entonces volvió a la cocina, cerró tras de sí y todo quedó en silencio.
Cuando mamá se acostó, papá subió a hablar conmigo. Aunque estaba tumbado, me senté en cuanto entró en mi habitación.
– Aún estás despierto -dijo.
– No podía dormir. ¿Qué ha pasado? ¿Pete está bien?
– ¿Pete? Sí, está bien. Oh, supongo que será mejor que lo llame también. Bueno, mañana. Puede esperar hasta entonces.
– ¿Qué ha pasado?
– Ha habido un accidente -contestó con calma-. Pero no quiero que te preocupes. Un niño pequeño ha pasado corriendo por delante de tu madre. Por delante del coche de tu madre, quiero decir. Verás, parece que ha salido de la nada. No es culpa de nadie.
Lo miré fijamente sin saber qué decir. Parpadeé varias veces y esperé a que continuara.
– Ahora se encuentra bien -explicó-. Bueno, en realidad está bastante mal, pero lo han llevado al hospital, que por ahora es el mejor sitio donde puede estar, desde luego. Allí recibirá el tratamiento más adecuado y se recuperará, estoy seguro.
– ¿Cómo puedes estar seguro?
– Porque tiene que curarse -replicó con firmeza-. No te preocupes, ¿me oyes? Todo saldrá bien. Ahora duerme un poco y por la mañana trata de no armar mucho jaleo y de no molestar a tu madre. Está muy afectada.
Asentí con la cabeza. Él salió de la habitación y se alejó por el pasillo, pero no me tendí hasta que oí cerrarse la puerta de su dormitorio. Entonces apreté los párpados y pensé en aquel niño, confiando que se pusiera bien, pero algo me dijo que no sería así y que en casa nada volvería a ser como antes.
Capítulo 3
Al día siguiente desperté temprano. Cuando bajé, mi padre ya estaba en la cocina, pero no había ni rastro de mamá.
– Se quedará en la cama esta mañana -me explicó-. Anoche apenas consiguió dormir. Si puedes, mantente en un discreto segundo plano.
Claro que podía, sobre todo porque me daba miedo verla. No habría sabido qué decirle. Sin embargo, un poco más tarde, cuando subí a la habitación a buscar mi David Copperfield, ella salió del baño y al verme se echó a llorar.
– ¡Por el amor de Dios, Danny! -exclamó papá subiendo a toda prisa por la escalera-. Te he pedido que no causaras problemas.
– Y no lo he hecho. Sólo subía por esto -contesté blandiendo el libro.