– Samantha, ya nos lo han explicado. No fue del todo culpa suya.
– Pero ¿qué estás diciendo? ¿Que fue culpa de Andy? ¿Estás culpándolo de lo ocurrido?
– Por supuesto que no. Sólo digo que…
– ¡Es absolutamente ridículo! -exclamó la madre-. Esa mujer, esa maldita mujer sin noción alguna del bien y el mal actúa de ese modo y sale impune. Bueno, pues no pienso tolerarlo. Si tengo que ir en persona a…
No pude resistirlo más. Salí a rastras de debajo de la cama y estuve a punto de golpearme la cabeza contra el somier de metal. El padre de Sarah gritó por la sorpresa y la madre retrocedió de un brinco como si hubiese visto un ratón.
– ¡No fue ella! -les espeté al tiempo que enrojecía de rabia-. Fue Sarah. ¿Por qué no le preguntan a ella qué ocurrió en realidad? Entonces sabrán… -Me contuve.
Nos miramos unos a otros, sin saber qué decir. Sólo podía hacer una cosa.
Eché a correr.
Capítulo 9
– Danny -dijo papá esa misma tarde, al entrar en mi habitación sin llamar siquiera-. Dime que no lo hiciste.
– ¿Que no hice qué? -pregunté, mirándolo como si no lo entendiera.
– Lo sabes muy bien. Y por tu expresión sé que lo hiciste. Pero ¿cómo demonios se te ocurrió?
– No sé de qué me hablas. Yo…
– Por favor, no te hagas el tonto. Acabo de tener una conversación con unos policías que han venido y me ha costado mucho convencerlos para que me dejaran hablar contigo, en vez de hacerlo ellos. Por lo visto, los señores Maclean te han denunciado por entrar sin autorización en la habitación de su hijo en el hospital. Dime que no es verdad, por el amor de Dios. Dime que se han confundido.
Agaché la cabeza, avergonzado. Por un instante consideré la posibilidad de decir que sí, que estaban muy equivocados, que ni siquiera me había acercado al hospital. Después de todo, ¿por qué iba a ir allí? Además, probablemente conseguiría que Luke me proporcionara una coartada si de verdad la necesitaba. Sin embargo, no me quedaba alternativa. Tenía que confesar.
– No es lo que parece… -empecé.
– ¡No puedo creerlo! -exclamó, alzando los brazos en un gesto de frustración-. ¿No te parece que ya he recibido bastantes malas noticias de la policía para toda una vida? ¿Cómo demonios se te ocurrió? Y ¿qué hacías allí?
– Quería verlo. Sarah dijo que le gustaría que lo viera y…
– ¿Sarah? -preguntó sorprendido-. ¿Quién diantre es esa chica? Nunca te he oído mencionarla.
– Sarah Maclean. La hermana de Andy.
– La hermana de… -Reflexionó un instante, se sentó en la cama y negando con la cabeza soltó una risita-. ¿Eres amigo de la hermana de ese niño? ¿Y no me lo habías dicho?
– No somos amigos. Antes de todo esto no la conocía de nada. Vino aquí hace un par de semanas.
– ¿A nuestra casa?
– Esperó ahí fuera, en la calle. La vi observándome. Hablamos un poco y después nos encontramos en el parque y volvimos a hablar. Y entonces pasó por aquí después de mi fiesta de cumpleaños. -Lo mencioné con la esperanza de despertar su comprensión, teniendo en cuenta cómo había acabado aquella noche. Y sin saber muy bien por qué, añadí-: Es muy simpática.
– No me importa que sea simpática o no. No tiene que aparecer por aquí, como tú tampoco tienes que visitar a su hermano en el hospital. ¿Cómo crees que se sentiría tu madre si se la encontrara y descubriera quién es?
– Ese comentario no me parece muy adecuado -respondí.
– No te las des de listo conmigo -me espetó poniéndose en pie y señalándome con el dedo. Parecía muy enfadado, así que me arrepentí de haberlo dicho-. ¿Cómo crees que se sintieron los padres de ese pobre niño al verte salir de debajo de la cama?
– ¡Oh, ya estoy harto de él! -grité-. ¿No está todo el mundo harto de él? Ojalá se muriera de una vez, si es que ha de morirse, y dejara de…
No acabé la frase, porque papá me dio una bofetada. Parpadeé, incrédulo. Mi padre jamás me había pegado. Me quedé mirándolo y tratando de no llorar.
– Danny -dijo en voz baja, y retrocedió; me pareció que estaba tan impresionado como yo-. Danny, lo siento…
No quise seguir escuchándolo. Cerré los ojos, no dije nada y esperé hasta que se marchó. Ya no deseaba seguir viviendo en aquella casa.
Una hora después llamaron a la puerta, y me pareció que era mi imaginación la que me hacía oír la voz de Sarah en el piso de abajo. Bajé corriendo y me encontré a papá hablando con ella.
– Danny, vuelve a tu cuarto, por favor -dijo con tono de agotamiento.
– ¿Qué está pasando?
– He venido a disculparme -respondió Sarah, de pie en el vestíbulo-. Mis padres también se han puesto como energúmenos. Creen que estoy en mi habitación, pero escapé por la ventana.
– Oh, esto pinta cada vez mejor -ironizó papá, soltando una risita de frustración-. Sarah, no sé qué decirte. De verdad que no deberías estar aquí. Si tus padres lo descubren…
– No les importará -contestó ella-. Total, sólo piensan en Andy.
– Porque está en el hospital -replicó mi padre pasándose la mano por la cara-. Por supuesto que van a estar pensando constantemente en él mientras siga tan enfermo.
– ¿Puede subir Sarah a mi habitación para hablar conmigo? -pregunté.
– ¡No! ¡Por supuesto que no!
– Pero ¿por qué?
– Porque se supone que tiene que estar en su casa. Sus padres se preocuparán. Y no hay motivos para que haya venido aquí. -Entonces nos miró, primero a uno y después al otro-. Y vosotros no tenéis por qué ser amigos. Sarah, no es nada personal contra ti, pero dada la actual situación de nuestra familia, no ayuda mucho que estés aquí. ¿Lo comprendes? Y tampoco es de ninguna ayuda que Danny vaya a visitar a tu hermano o se esconda debajo de su cama. ¿Por qué os resulta tan difícil entenderlo?
– Sólo quería hablar con él -murmuró ella-. Quería explicárselo.
– Vete a casa, Sarah -ordenó papá.
Ella miró hacia la escalera como si quisiera subir, pero mi padre se interpuso en su camino y negó con la cabeza.
– Vete a casa -repitió-. Por favor, haz lo que te pido. Si Rachel vuelve y…
– No te vayas, Sarah -rogué.
Ella me miró y negó con la cabeza.
– Lo siento. Será mejor que me vaya.
– Gracias -repuso papá en voz baja.
Ella se dirigió hacia la entrada.
– ¡Te llamaré! -exclamé-. Seguiremos en contacto.
– No, no lo haréis -sentenció papá, y cerró la puerta detrás de Sarah.
Entonces me di la vuelta y subí a la carrera a mi habitación. Mi padre me llamó, pero no contesté y me encerré en mi cuarto. Me acerqué corriendo a la ventana para llamar a Sarah. Sin embargo, en ese instante vi algo que hizo que el estómago se me revolviera de celos.
Sarah ya había llegado al final del sendero, pero no estaba sola, sino hablando con Luke, que le estaba diciendo algo muy deprisa. Ella negó con la cabeza y sonrió, y a continuación se echó a reír. Mi bici estaba tirada en el sendero; Luke la señaló y siguió hablando, y Sarah volvió a hacer un gesto negativo. Entonces él añadió algo y ella asintió. Mi amigo se dirigió corriendo a su casa y desapareció de mi vista.
Fruncí el ceño. No sabía qué ocurría, pero no tenía buena pinta. No me gustaba nada que Luke hablara con Sarah. Fui a abrir la ventana, pero en ese momento reapareció Luke con su propia bicicleta. Pasó una pierna por encima y con los pies en el suelo se quedó con la barra entre las piernas. Sarah se acercó y se apoyó en su brazo para subir detrás. Él cimbreó un poco al principio, pero consiguió controlar la bici y entonces se alejó pedaleando calle abajo. Se detuvo un momento en la esquina, antes de doblar a la derecha y desaparecer.