– Sería una tremenda equivocación -dijo él, separándose.
Amy se sentó, soltando un gemido, y se quitó el pelo de los ojos.
– No te conozco mucho, Brendan Quinn, pero nunca imaginé que fueras tan mojigato.
Amy se preguntaba qué tipo de hombre dejaría pasar una oportunidad así. Se levantó de la cama como si no hubiera pasado nada.
– Si no vamos a hacer el amor, me imagino que deberíamos trabajar -dijo, quitando la ropa de cama-. Levántate. Tengo que vestirme y para eso tienes que salir de mi habitación.
Brendan se echó a reír.
– ¿Quién es ahora la mojigata? ¿Hace un momento querías acostarte conmigo y ahora no puedes vestirte delante de mí?
– De acuerdo. Después de todo, ya me has visto, ¿no?
De un salto, Brendan salió de la cama y la agarró por la cintura.
– Sabes que este juego es muy peligroso, ¿verdad? -dijo, apretándola contra sí.
– A lo mejor me gusta el peligro. Él la miró casi enfadado.
– ¿Quién eres? -preguntó, agarrando su rostro entre las manos y pasándole el dedo pulgar por el labio inferior.
– Yo soy quien tú quieres que sea.
– Quiero saber quién eres realmente – dijo-. No quiero hacer el amor con una ilusión.
Y tan fácilmente como la había agarrado, la soltó. Luego salió del dormitorio y cerró la puerta. Amy no se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que tuvo que tomar aire. Se sentó despacio en la cama y se llevó la mano al pecho. El corazón le latía con tanta fuerza, que casi podía oírlo.
Un suspiro escapó de su boca. Cuando le había dicho adiós a su modo de vida anterior, se había prometido vivir a su antojo, disfrutando de cada día como si fuera una aventura. Pero hacer el amor con Brendan Quinn, a pesar de que era tentador, también le planteaba dudas de lo que podría pasar después.
No podía negar que él la atraía. Además, ella sentía mucha curiosidad por saber lo que sería dejarse llevar por la pasión. Pero no estaba segura de que se conformara con una noche o dos. Brendan era el tipo de hombre al que resultaría difícil olvidar. Y ella, en ese momento, no estaba preparada para hipotecar su felicidad futura por otro hombre.
También estaba el dinero. ¿Qué pasaría cuando él descubriera que era rica? Aunque la mayoría de la gente pensaba que el dinero daba la felicidad, Amy no era tonta. A ella tener tanto dinero no la había hecho feliz. La gente la miraba de diferente manera porque era Amelia Aldrich Sloane. No la veían como era en realidad, sino por el dinero que heredaría.
Pues bien, Brendan Quinn nunca iba a mirarla como a una heredera. No iba a preguntarse nunca cuánto valía en términos económicos. No iba a permitir que conociera ese aspecto de su vida. La Amy a la que había sacado aquel día del Longliner era la verdadera Amy. Se quedaría con él el tiempo que quisiera y luego seguiría su camino. Pero mientras estuviera allí, trataría de disfrutar al máximo y de aprovechar todos los placeres que le salieran al encuentro, incluyendo el placer de besar a Brendan Quinn cuando le apeteciera.
Capítulo 4
Brendan estaba en la cocina de El Poderoso Quinn, sentado a la mesa, tratando de concentrarse en las correcciones de su libro. Había estado toda la mañana tratando de corregir un capítulo que no le convencía. Para acabarlo, necesitaba entrevistar a la viuda de un capitán de barco que había desaparecido hacía dos años. Pero la mujer se negaba a hablar con él.
Miró a Amy, que estaba sentada en un sofá del pequeño salón. Estaba pasando a máquina las correcciones que él había hecho.
Durante los últimos días, la tensión entre ellos había aumentado. No era una tensión nacida de la rabia o la frustración. Era la tensión provocada por la incertidumbre de cuándo sería el próximo beso. Y aunque Amy no había ido de nuevo a la cama de él, tampoco había mantenido una distancia profesional.
De vez en cuando, mientras trabajaban juntos, le tocaba la mano, el brazo o el hombro. En algunos momentos, Brendan había sentido el mismo deseo que cuando la había tenido en sus brazos. ¿Cómo era posible que reaccionara así cuando ella seguía siendo un enigma para él?
¿Quién era? ¿Y de qué estaría escapando? Había intentado una y otra vez adivinar su pasado y se le ocurrían todo tipo de ideas descabelladas. Pero, a pesar de sus dudas y reservas, seguía fantaseando con ella. Por la noche, permanecía despierto, imaginándola en su cama, segura bajo las mantas… el pelo esparcido por la almohada como una madeja dorada, su piel caliente y suave. Era en esos momentos cuando más echaba de menos su cuerpo. Era entonces cuando tenía que luchar contra la tentación de levantarse e ir a su cama.
– Esto está bien -dijo ella, sacándolo de sus pensamientos.
– ¿El qué? -preguntó Brendan.
– Este capítulo -contestó, levantando varios folios.
– ¿Pero?
Brendan sabía que siempre había un inconveniente. Ella era una juez implacable. En realidad, Amy podría llegar a ser una buena editora.
– No hay peros.
– Tú siempre tienes alguno.
– De acuerdo. Pero sería mejor si pudieras añadir la opinión de la esposa.
Brendan sonrió. Algunas veces se preguntaba si Amy podía adivinarle el pensamiento.
– He intentado entrevistarla, pero se niega a hablar conmigo.
– Podría intentarlo yo también -sugirió Amy-. A lo mejor estaría dispuesta a hablar con una mujer. Además, conozco a muchas de esas mujeres del Longliner y quizá una amiga pueda presentármela.
Brendan se levantó de la mesa, medio molesto. Pero lo que le había enfadado no era la sinceridad de Amy. Lo que le irritaba era que cada vez que ella se ponía a criticarle un libro, quería tomarla en sus brazos y besarla hasta que perdiera el sentido. Trazar un sendero de besos entre su boca y su cuello, y luego hasta su hombro, hasta que Amy se rindiera en sus brazos.
– Voy a dar un paseo. Necesito despejarme.
Amy se levantó.
– Voy contigo -afirmó alegremente-. Llevo encerrada todo el día y me apetece dar una vuelta.
Aunque a Brendan no le apetecía su compañía, no tenía ninguna excusa para disuadirla. Sabía que cuando Amy Aldrich tomaba una decisión, era imposible hacerle cambiar de opinión.
Así que la vio ponerse las botas y la chaqueta y salió detrás de ella. Saltó él primero al muelle y luego la ayudó a saltar a ella. Amy colocó las manos en sus hombros y él la agarró por la cintura. Así permanecieron un rato, mirándose.
Sería tan sencillo inclinarse y besarla… y retirarse después. Pero Brendan sabía que no se conformaría con tan poco. Así que esbozó una sonrisa incómoda y bajó las manos que tenía en su cintura.
– Vamos.
Ella asintió y se pusieron a caminar. Gloucester era una ciudad extraña. Los pescadores que vivían en el muelle contrastaban con el ambiente turístico del verano. Pero en invierno, todo estaba más tranquilo, casi sereno. Los barcos de pesca se dirigían hacia aguas más cálidas y los turistas también iban a otros climas más benignos. A Brendan le gustaba mucho la calma y muchas veces salía a pasear por la noche cuando se sentía inquieto.
Pasaron al lado de las tabernas y las tiendas, bajo las farolas decoradas para la navidad. Amy levantó la cara y dejó que la nieve se le posara en el cabello y las pestañas. Brendan la miró, convencido de que era la mujer más guapa que había conocido jamás.
– Me encanta la navidad. Es mi época favorita del año -aseguró Amy.
Era la primera vez que hablaba de algo personal.
– ¿Por qué?
– Porque es mágica. Siempre recuerdo cuando de pequeña me despertaba, bajaba las escaleras y me encontraba con un gran árbol de navidad que habían dejado por la noche, completamente decorado con bolitas y luces. Luego, debajo, estaban los regalos, envueltos en papeles preciosos. Mi corazón empezaba a latir a toda velocidad y seguía así hasta la mañana de navidad.