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– ¿Sabes? Es la primera vez que has hablado de tu niñez. Estaba empezando a preguntarme si habías sido niña alguna vez.

Amy soltó una carcajada y le dio un golpe en el hombro.

– Claro que tuve infancia. Y fue estupenda.

– ¿Entonces qué ha cambiado?

– ¿Cambiado?

– Me dijiste que no hablabas con tu familia apenas. Me pareció que os habíais peleado o algo así. ¿Por qué?

– En realidad, por nada -contestó, mirando al cielo-. Creo que esta noche va a caer una buena nevada. Huele a nieve.

Caminaron otro rato en silencio y la rabia de Brendan fue en aumento. Pero entonces a Amy le llamó la atención algo de un escaparate y agarró de la mano a Brendan.

– Mira -gritó, señalando unas cajas de adornos navideños-. Llevémonos algo para el barco.

– Yo no soy muy navideño -contestó Brendan.

– ¡Será divertido! Como si fuera una noche veneciana. Recuerdo unas navidades que mis padres y yo pasamos en… -se detuvo bruscamente-. Ya sabes lo que quiero decir, cuando decoran las barcas con luces y hacen un desfile.

Brendan la miró durante un rato y notó en ella un gesto de preocupación. Como si hubiera dicho algo que no quería y quisiera poder borrarlo. Él sabía que no había barcas decoradas con luces en el sur de Boston ni en Gloucester en diciembre. Ese tipo de cosas solo se podían ver en Palm Beach, o en Santa Bárbara, o claro está, en Venecia.

– No sé si voy a quedarme en navidad – dijo Brendan.

– ¿Dónde vas a estar?

– No lo sé. El libro estará terminado para entonces. Probablemente las pasaré en Boston con mi familia y luego me tomaré unas vacaciones. ¿Tú dónde vas a pasarlas?

Ella se dio la vuelta y volvió a mirar los adornos navideños apilados en la tienda.

– Me imaginaba que seguiría trabajando para ti. No tienes que entregar el libro hasta enero y pensé que después… no importa. Sí, lo mejor será que vayas a pasarlas con tu familia -añadió sin dejar de mirar el escaparate.

Brendan se quedó pensativo.

– A lo mejor me quedo aquí. Mi familia nunca ha celebrado demasiado la navidad. Quizá por eso soy así. ¿Y quién sabe? Quizá no haya terminado el libro todavía para entonces.

– Creía que todo el mundo celebraba la navidad.

– Todos menos la familia Quinn. Cuando era pequeño, mi padre nunca estaba y nosotros éramos muy pobres para creer en Santa Claus. Aunque eso sí, Conor siempre nos llevaba a la Misa del Gallo, que nos encantaba. Allí nos daban un regalo a cada uno y lo abríamos en casa. Cuando crecimos, dejamos de ir. Nos parecía ridículo.

– ¿Y tu madre?

– Ella tampoco estaba -hizo una pausa y le vino una imagen vaga de su madre-. Fiona McClain Quinn nos dejó cuando yo tenía cuatro o cinco años. No me acuerdo de ella. Aunque sí recuerdo que una vez nos puso un árbol de navidad con luces y un ángel en lo alto. O quizá solo sean imaginaciones mías.

– Pues este año sí vas a celebrar la navidad. Podemos hacer pastas y cocer mazorcas de maíz. También podemos comprar música navideña. Ya verás como eso despierta en ti el espíritu navideño.

Brendan hizo un gesto negativo.

– No creo. Pero si quieres irte a casa de tu familia, deberías hacerlo. Puedo prestarte dinero. Hasta puedo ayudarte a pagar el billete de avión.

– No, no es por el dinero, es… que no puedo y ya está -soltó un suspiro profundo-. Siento lo de tu madre.

– Yo siento ser tan serio.

– No creo que lo seas. Además, voy a hacer todo lo posible por cambiarlo. Ya verás. Para el veinticinco de diciembre, te sabrás de memoria la letra de varios villancicos.

Brendan se echó a reír y le pasó un brazo por los hombros.

Poco después, él se agachó y agarró un puñado de nieve. Hizo una bola y la tiró delante de él. Amy abrió los ojos de par en par y esbozó una sonrisa traviesa. Luego salió corriendo y gritando, resbalándose sobre el suelo cubierto de nieve fresca. Brendan le tiró una bola de nieve y le dio en el cuello. Ella gritó y corrió a esconderse detrás de una esquina.

Brendan se aproximó despacio. Sabía que ella lo estaba esperando con una bola de nieve, así que decidió sorprenderla. Contó hasta treinta, tomó aire y dio la vuelta a la esquina gritando al límite de sus pulmones.

Amy abrió mucho los ojos sorprendida, y gritó de nuevo. Se llevó las manos a la boca y se dio con la bola que había hecho en la cara. Brendan la agarró por la cintura riéndose y viendo cómo la nieve le caía por la cara. Pero su risa se apagó cuando vio los ojos de Amy.

Dando un gemido, se acercó a su boca, que Amy abrió para recibirlo. Sus lenguas se enredaron. Al principio vacilantes, pero luego con desesperación, como si llevaran mucho tiempo deseándose. Brendan la acorraló contra el muro de ladrillo del edificio.

– Tienes la cara mojada y fría.

Amy gimió y se limpió la cara con las manos. Él se las agarró y las apartó suavemente. Luego secó el agua con los labios y la lengua, explorando así su rostro. Se olvidó de la promesa que se había hecho de mantenerse alejado de ella.

Mientras acariciaba su cara con los labios, ella le abrió la chaqueta y metió las manos dentro para tocar su pecho. Luego le desabrochó los botones de la camisa y acarició su piel caliente con las palmas de las manos. Él entonces soltó un gemido. Ninguna mujer le había afectado hasta ese momento como lo hacía Amy. Ninguna mujer lo había excitado tanto como ella.

Brendan perdió la noción de dónde estaban y dejó de importarle, tanto los transeúntes que pasaban a su alrededor, como el viento helado que los golpeaba. De repente, era como si estuvieran solos. Brendan se inclinó hacia ella y la besó.

– ¿Por qué me haces esto? -susurró él, muy excitado, mientras seguían besándose.

– Me gusta torturarte -aseguró ella, mordisqueándole el labio inferior.

– Veo que te gusta torturarme en todos los sentidos.

Ella sonrió mientras pasaba la lengua por donde antes le había mordido.

– ¿Es que no te alegras de haberme contratado? Estoy trabajando mucho para hacerme indispensable para ti.

En ese momento, se oyó un silbido.

– ¡Eh, váyanse a una habitación! -les gritó alguien.

Amy miró por encima del hombro y vio a cuatro hombres detrás de ellos.

– Será mejor que nos vayamos antes de que nos arresten.

– No estamos haciendo nada ilegal -aseguró Brendan, hundiendo su cabeza en el cuello de ella.

O quizá sí lo fuera, pero en ese momento le daba igual.

– Quizá todavía no -bromeó ella, apartándose de él-, pero supongo que lo que podría pasar a continuación sí que es ilegal. Creo que se considera como escándalo público.

Así que siguieron paseando. Ella de vez en cuando le tiraba alguna bola de nieve, que él tenía que esquivar. De pronto, a Brendan le vino a la memoria la noche en que había sacado a Amy en volandas de aquel bar.

Entonces había pensado que aquel simple hecho cambiaría su vida para siempre. Y en ese momento, completamente cautivado por Amy Aldrich, estaba empezando a darse cuenta de que había estado en lo cierto.

Aunque ella seguía siendo una total desconocida para él y una pequeña voz en su interior le decía que debería alejarse, era totalmente incapaz de resistirse a ella.

El barco estaba en silencio y era mecido ligeramente por el viento que soplaba afuera. Amy observaba a través de los ojos de buey cómo la nieve caía sobre la cubierta. Brendan se había marchado temprano aquella mañana para ir a una entrevista en Boston. Ella se había acostumbrado tanto a estar con él, que no se sentía segura si Brendan no estaba cerca.

La noche anterior, cuando habían vuelto al barco, la situación había sido bastante tensa. Porque una cosa era un beso en medio de una calle nevada y otra muy distinta dar rienda suelta a su pasión en el barco.

Al principio, Amy había pensado que una o dos noches de pasión con Brendan podrían ser una experiencia emocionante. Pero eso era cuando él no era más que un hombre guapo, con un cuerpo irresistible.