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Desde luego, ella no era quien aparentaba ser. No era la princesa que Brendan había rescatado del Longliner. Pero si le dijera la verdad, ¿seguiría siendo su princesa? ¿O sus mentiras la convertirían en la bruja que había abandonado a Tadleigh a su suerte?

– ¿Has pasado ya a limpio esas notas? – preguntó Brendan mientras buscaba una hoja entre sus papeles.

Amy y él habían pasado todo el día trabajando.

– Te dije que las necesitaba para esta noche.

Amy levantó la vista del ordenador y suspiró con impaciencia.

– Estoy tratando de descifrar tu letra. Deberías haberlo grabado en una cinta.

– A algunas personas no les gusta que se las grabe mientras hablan -comentó Brendan-. ¿Cuándo crees que lo puedes tener terminado? Me gustaría acabar este capítulo esta misma noche.

Ella se lo quedó mirando fijamente.

– ¿Por qué no te vas a dar un paseo?

– No tengo ganas de darme ningún paseo -dijo él, enfadado.

Brendan cada vez estaba más irritado porque no podía sacarse a Amy de la cabeza. Y eso no le dejaba concentrarse en su libro. Por si fuera poco, aquel día iba vestida de un modo especialmente provocativo, con una falda corta, un jersey ajustado y unas medias que le llegaban por la rodilla. Parecía una colegiala.

– Pues échate una siesta, tómate una cerveza, o ponte a hacer punto. Pero deja de molestarme.

– Te recuerdo que soy tu jefe.

– Sí, pero hasta un jefe tiene que descansar -dijo ella, apagando el ordenador-. Ya está bien por esta noche.

– Eso lo tendré que decidir yo.

– De eso nada -respondió ella-, he decidido hacer huelga.

– Pues, si haces huelga, te despediré.

– Con lo que me pagas, no puedes despedirme. Más bien, soy yo la que presento mi renuncia -dijo, yendo por una botella de vino que tenían refrescándose-. Así que, ¿por qué no nos tomamos una copa de vino? Después de eso, podrás rogarme que vuelva a trabajar para ti. Aunque quizá deberías subirme el sueldo.

– ¿Y por qué crees que voy a pedirte que vuelvas? -dijo él, todavía enfadado, a pesar del intento de calmarlo de ella.

– Porque soy la mejor ayudante que has tenido nunca.

– De hecho, eres la única ayudante que he tenido. Y me las arreglaba muy bien sin ti.

– Conque sí, ¿eh? -Amy fue hacia el portátil-. ¿Y qué te parecería si lo tirara al mar con todas las notas que te he pasado a limpio?

Brendan se acercó hasta donde estaba ella.

– Si yo fuera tú, no lo haría.

– Ah, ¿no? Pues discúlpate ahora mismo por no reconocer que te estoy ayudando.

– No te debo ninguna disculpa. Has sido tú la que has empezado.

– Muy bien. Veo que no aprecias mi trabajo, así que me voy -dijo ella, agarrando su chaqueta y dirigiéndose a la puerta que daba a la cubierta.

Brendan, al ver que estaba hablando en serio, echó a correr y la alcanzó ya en la cubierta. La agarró por la muñeca.

– Está bien, lo siento. Sí que te estoy agradecido.

Ella se volvió hacia él, arqueando una ceja.

– ¿Qué has dicho? No te he oído bien.

– Que te estoy agradecido -afirmó, tirando de ella y besándola.

De inmediato, Brendan se sintió mucho mejor y se dio cuenta de que había estado aplazando lo que era inevitable. Amy y él estaban destinados, desde el principio, a tener una aventura.

Brendan le agarró el rostro entre las manos y comenzó a besarla en la barbilla. Luego, bajó por el cuello y continuó hacia la oreja. Ella no intentó resistirse y, cuando él se apartó, vio que estaba sonriendo.

– Creo que deberíamos volver dentro – aseguró él.

– No, tengo calor -murmuró, metiendo la mano en el interior de la chaqueta de él-. Y tú también. Así que, ¿por qué no nos quedamos aquí?

Brendan metió las manos bajo el jersey de ella y acarició su piel desnuda. Mientras tanto, Amy comenzó a desabrocharle los botones de la camisa. Luego acercó la cabeza y comenzó a lamerle los pezones.

Brendan siempre había sido bastante imaginativo en sus encuentros amorosos, pero lo cierto era que nunca se le hubiera ocurrido hacer el amor al aire libre en una noche de invierno. Aunque tampoco debería sorprenderle, ya que desde el principio Amy le había parecido una chica poco convencional. En ese momento, ella bajó la cabeza hasta su ombligo y comenzó a lamérselo. Él le agarró la cabeza y soltó un gemido.

Amy comenzó a subir poco a poco hasta su cuello y él volvió a besarla en la boca. Luego, metió las manos de nuevo bajo el jersey y le acarició los senos por encima del sujetador. Al jugar con sus pezones estos se pusieron duros.

– Tienes frío -murmuró él.

– No -dijo ella, desabrochándole el botón de los vaqueros-, estoy muy caliente.

Brendan le desabrochó el sujetador y comenzó a acariciar sus senos desnudos. El hecho de no poder ver su cuerpo y tener que imaginárselo le pareció de repente increíblemente excitante.

Como estaban apoyados en la pared exterior del camarote principal, la luz de este iluminaba la mitad del rostro de ella, dejando la otra mitad en sombra.

– Eres preciosa -murmuró él.

Entonces, se inclinó hacia delante y metió las manos bajo la falda. Las curvas de Amy se amoldaban perfectamente a sus manos. Cuando las metió en sus braguitas, Amy soltó un gemido.

Al mismo tiempo, ella bajó las manos hasta su miembro erecto. En ese momento él agradeció el frío, ya que estaba tan excitado que, en caso contrario, difícilmente podría haberse controlado. Se moría de ganas de hacerla suya.

– Creo que necesitamos… alguna protección -murmuró ella.

Él se sacó la cartera del bolsillo de atrás de los pantalones y extrajo un preservativo. Rasgó el envoltorio con los dedos entumecidos por el frío y le dio el contenido a Amy. Ella entonces se lo puso con delicadeza, excitándolo aún más.

– Hazme el amor -le dijo ella, mirándolo a los ojos.

– No hasta que me lo digas.

– ¿Que te diga el qué?

– Que no hay ningún otro -le susurró él al oído.

– No hay ningún otro -le aseguró ella.

Entonces él no pudo contenerse más. La levantó en brazos mientras ella le rodeaba la cintura con las piernas. Su miembro erecto quedó contra las braguitas de ella y, después de apartárselas, la penetró delicadamente.

Brendan sintió un calor exquisito y ella comenzó a moverse sinuosamente, haciéndole sentir un gran placer.

También él comenzó a moverse y, en cada acometida, estaba más y más cerca del climax. Nunca había sentido un deseo tan intenso. Y entonces se dio cuenta de que no solo deseaba el cuerpo de Amy, que había algo más allá de lo meramente físico.

A medida que sus movimientos se fueron haciendo más rápidos, fue perdiendo todo contacto con la realidad. Ella comenzó entonces a gemir y a gritar, y él se dio cuenta de que estaba cerca.

Y un momento después, ella se abandonó por completo mientras dejaba escapar un suspiro. Entonces él también se dejó ir y alcanzó el climax.

Después de haber luchado tanto para no enamorarse de ella, Brendan se dio cuenta que estaban destinados a estar juntos.

Se quedaron abrazados unos instantes, pero pronto empezaron a sentir frío.

– Será mejor que entremos -murmuró ella, besándolo en el cuello-. Me estoy helando.

Entonces él la llevó en brazos hasta su camarote. Amy ya no volvería a dormir en el camarote de la tripulación. De ahí en adelante, compartiría su cama.

Capítulo 5

– Deberíamos levantarnos -murmuró Amy, subiéndose a horcajadas sobre Brendan.

Él soltó un gemido. Se habían pasado toda la noche haciendo el amor y se habían quedado dormidos al amanecer, completamente exhaustos.

– Son más de las doce -murmuró ella, dándole un beso en el pecho-, y te recuerdo que querías tener pasado a limpio la primera mitad del libro antes de empezar con el capítulo diez.