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– Me parece a mí que eres muy exigente -bromeó él, mordisqueándole la oreja-. Y me obligas a hacer cosas que no quiero. Me obligas a hacer travesuras.

– No seas tan mojigato. Él le revolvió el pelo y luego, de pronto, se puso serio.

– ¿Sabes, Amy? Se te da muy bien.

Ella se sonrojó.

– Pues tampoco tengo mucha experiencia con los hombres.

– No me refería al sexo -aseguró él-, aunque eso también se te da muy bien. Me estaba refiriendo a lo mucho que me estás ayudando con el libro. Cuando acabemos con él, te aconsejo que busques trabajo en una editorial. Podrías empezar como lectora y, con el talento que tienes, seguro que no tardarías en ascender.

Se la quedó mirando fijamente a los ojos mientras le acariciaba la cabeza.

– Seguro que antes de lo que te imaginas podrías convertirte en redactora -le aseguró él-. Yo podría recomendarte a mi editor.

– ¿De verdad crees que se me daría bien? -le preguntó Amy, halagada por el cumplido.

Sus padres parecían pensar que el único trabajo para el que servía era para ser la esposa de su marido y darles nietos.

– De verdad.

Ella soltó un suspiro.

– Me lo pensaré. La verdad es que me gustaría vivir en Nueva York.

– ¿En Nueva York?

– No me puedo quedar aquí siempre – comentó ella, apartándose el pelo de los ojos-. Después de que acabes el libro, no me necesitarás y tendré que mudarme. Pero siempre me acordaré de este trabajo. He disfrutado mucho trabajando para ti.

– Trabajando conmigo.

En ese momento, ella se dio cuenta de que estaba desnuda y, soltando una risita, se tapó los senos con la manta.

– Me había olvidado de que estaba con mi jefe en la cama. Por cierto, ¿te arrepientes de lo que ha pasado esta noche? ¿No cambiará esto nuestra relación?

Brendan la agarró por la cintura y la hizo rodar sobre la cama hasta colocarse encima de ella. Luego, se apoyó sobre el codo y comenzó a jugar con su pelo.

– No me arrepiento en absoluto -dijo, besándola-. De hecho, espero que repitamos pronto, aunque no durante los próximos cinco minutos.

– En cualquier caso, quiero que sepas que no tiene por qué significar nada -insistió ella-. No creas que espero nada de ti por lo que ha pasado.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Brendan, frunciendo el ceño.

Amy se forzó a sonreír. No quería empezar el día con una discusión acerca de los sentimientos del uno por el otro. De hecho, no estaba segura de lo que sentía hacia él. Por un lado, sabía que en esos momentos no estaba en situación de enamorarse de nadie, pero, por otro, era difícil no enamorarse de un hombre como Brendan.

– Me refiero a que no espero que me prometas casarte conmigo. Hemos pasado la noche juntos y ha sido estupendo, pero eso no nos compromete a nada.

Brendan se sentó en la cama y se la quedó mirando fijamente durante un buen rato. Pareció que iba a contradecirla, pero luego sacudió la cabeza.

– Tienes razón. No nos compromete a nada.

– Es que yo ahora mismo no puedo comprometerme con nadie -explicó-. Pero de hacerlo, te aseguro que tú serías el primero con el que me comprometería.

Él soltó una maldición.

– No quiero que me prometas nada – aseguró Brendan, levantándose y comenzando a buscar sus vaqueros-. Voy a preparar café.

Ella se quedó observando su cuerpo. Sus anchos hombros, su estrecha cintura y su bonito trasero. De pronto, sintió un escalofrío.

Cuando Brendan encontró sus vaqueros en el suelo, junto a la puerta, comenzó a ponérselos sin preocuparse de que no llevaba ropa interior. Amy se fijó en la expresión tensa de su boca y se dio cuenta de que estaba enfadado con ella. Debía haber dicho algo que le había molestado. Pero lo que le había dicho era cierto. Apenas se conocían y, aunque existía una indudable atracción física entre ambos, eso no tenía por qué llevarlos a algo más serio. ¿O quizá sí?

En ese momento, él se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se volvió hacia ella.

– ¿Sabes? Hasta ahora, no me he preocupado por averiguar nada de tu pasado. Pero creo que, si no me cuentas la verdad, no deberíamos seguir con esto.

– ¿Quieres decir trabajando juntos?

– No, acostándonos juntos.

– Si no quieres…

– ¡Claro que quiero! Lo que no quiero es hacer el amor con una desconocida. Créeme que es la primera vez que me sucede esto.

Con cualquier otra mujer habría tratado de mantener la distancia, pero contigo… -Amy esperó con curiosidad a ver qué decía, pero Brendan solo movió la cabeza-. Tal vez lo que pasó ayer no debería volver a suceder. Por lo menos, hasta que me digas quién eres y de qué estás huyendo.

– ¿Y si no te gusta lo que te digo?

– ¿Qué has hecho? ¿Te has rugado de la cárcel? ¿Has robado los ahorros de una pobre ancianita? ¿Has atracado un banco? -Brendan hizo una pausa y tomó aire-. ¿Estás casada? No sé qué puedes haber hecho que sea tan malo como para que no me lo puedas contar.

– No, no estoy casada y no he hecho nada malo. Solo confiaba en que me quisieras como soy, sin saber nada de mi pasado.

Brendan dejó escapar un gemido.

– Y así es. ¿Por qué crees que te saqué del Longliner o te salvé de sufrir una hipotermia? -se sentó en el borde de la litera y le agarró una mano-. Te juro que no cambiará nada. Solo cuéntamelo.

– Te equivocas, sí que cambiará nuestra relación.

– Está bien. Cuando estés dispuesta a hablar, te escucharé.

Y dicho eso, se levantó, le dio un beso breve en los labios y salió del camarote.

Cuando Brendan cerró la puerta, Amy se dejó caer en la cama y se tapó los ojos con las manos. ¿Por qué no decirle la verdad? No tenía nada malo que ocultar. Era rica, su familia tenía muchísimo dinero. Y hasta hacía seis meses, había estado comprometida con un hombre. Aunque como no había roto oficialmente su compromiso con Craig, seguían teóricamente prometidos.

Pero en aquellos seis meses, había aprendido una cosa muy importante. Que solo podía confiar en sí misma. Muy poca gente entendería de verdad de qué estaba huyendo, su necesidad de estar lejos de su familia y su dinero para descubrir quién era en realidad. Y en tan solo seis meses había hecho muchos progresos. Pero todavía tenía trabajo por hacer. Le quedaba descubrir qué quería hacer para vivir. Aunque la herencia de su abuela sería suficiente, no quería pasarse el resto de su vida sin hacer nada útil.

Se puso boca abajo y se abrazó a la almohada. Recordó la noche anterior, reviviendo la increíble pasión que había compartido con Brendan.

Pero, después de lo que había pasado con Craig, se había vuelto desconfiada. No quería comprometer su forma de pensar y estaba segura de que, si se enamoraba, lo haría. Se había pasado la mayor parte de su vida siendo la hija de Avery Aldrich Sloane y no quería pasarse el resto como la mujer de algún hombre rico e importante.

Brendan le había mostrado otra parte de sí misma. Aunque no siguieran juntos en el futuro, tenía que encontrar la manera de agradecerle todo lo que había hecho por ella.

Sus ojos se detuvieron en el cuaderno que Brendan tenía, entre varias revistas, al lado de la cama. Lo tomó y, mientras lo hojeaba, se le ocurrió una idea. Le haría un regalo de navidad que le llegara al corazón…

Brendan iba caminando en dirección a El Poderoso Quinn, llevando varias bolsas. Le había pedido a Amy que hiciera la compra, pero ella había insistido en que tenía cosas que hacer. Amy parecía ansiosa por estar a solas y él, a decir verdad, también necesitaba poner un poco de distancia entre ambos. Se había pasado casi toda la tarde haciendo recados: había llevado el coche a lavar y se había comprado algunas camisas.

Pero sabía que, en cuanto llegara al barco, comenzaría a acordarse de la noche anterior. No paraba de buscar alguna explicación, pero seguía sin comprender cómo podían estar tan unidos.