De lo que sí se había dado cuenta era de que, aparte del deseo sexual, sentía hacia Amy un cariño muy especial. Un cariño que no había sentido antes por ninguna otra mujer.
Se sentía responsable de ella. La había salvado de la pelea del Longliner, le había ofrecido trabajo y le había dado un lugar donde vivir. La había dejado entrar en su vida.
Y no solo eso. En el momento en que ella había mencionado que se iba a ir a Nueva York, su mente ideó un plan. Él también podía irse a vivir a Nueva York. Sin pensarlo un instante, se había olvidado de los lazos que lo ataban a Boston y de sus planes para no dejarse cazar por ninguna mujer, como les había pasado a Conor y Dylan. Pero la sola idea de pasar un día o dos lejos de Amy le resultaba insoportable.
Brendan se detuvo y soltó una maldición.
– Si no te has enamorado ya, te falta poco, amigo.
Pero, ¿qué podía hacer? No podía ignorar sus sentimientos. Aunque Conor hubiera desaprobado su relación con ella y Dylan seguramente le habría dado la razón, no había podido elegir. Amy había irrumpido en su vida y se había metido en su corazón. Lo había necesitado continuamente para que la salvara en una pelea o para darle calor, y él había aceptado gustoso el papel de protector. Y en ese momento, le resultaba imposible dejarla a su suerte.
Le había hecho la promesa de no volver a acostarse con ella hasta que no le dijera quién era en realidad. Pero se daba cuenta de que eso no importaba, ya que la vida de ambos había empezado en el momento en que sus miradas se encontraron en el Longliner.
Cuando le faltaba poco para llegar al barco, un hombre vestido con un abrigo oscuro salió de detrás de una farola. Aunque no mostró signos de agresividad, Brendan intuyó que el hombre había intentado sorprenderlo. Inmediatamente, pensó en que, si pasaba algo, le tiraría las bolsas a la cabeza. En ellas había algunas latas pesadas.
– ¿Vive usted en alguno de estos barcos?
– ¿Por qué lo quiere saber?
El hombre se metió la mano en el bolsillo y sacó una foto en la que se veía a una joven pareja.
– Estoy buscando a esta mujer. La han visto por la zona hace unos días.
Brendan dejó las bolsas en el suelo. Al principio, apenas prestó atención, pero luego miró de cerca a la chica morena de ojos grandes y descarada sonrisa.
– ¿Quién es? -preguntó Brendan.
– No se lo puedo decir. ¿La ha visto? Hay una recompensa para quien nos facilite algún dato.
– ¿Quién es el hombre? ¿Su marido?
– Su prometido -contestó el hombre. Brendan se quedó mirando la foto durante un rato largo sin saber si alegrarse o no. Amy no estaba casada, pero sí prometida. Y eso quería decir que un hombre enamorado la estaba esperando.
El hombre que aparecía en la foto no parecía el tipo de hombre que pudiera atraer a Amy. Iba vestido con un elegante traje negro y parecía salido de las páginas de una revista de economía. Brendan miró de nuevo la imagen de Amy y se encogió de hombros.
– No la he visto en mi vida.
– Quizá ahora vaya de rubia -añadió el hombre-. Y creemos que puede estar viviendo en uno de estos barcos.
– En esta época del año no hay mucha gente. Y dentro de unas pocas semanas, se llevarán varios de los barcos fuera para pasar el invierno -se detuvo-. Pero había un tipo en un barco que estaba amarrado por allí -Brendan señaló más allá de El Poderoso Quinn-. Si no recuerdo mal, había con él una chica rubia. Era bajita y muy joven. Partieron ayer hacia el sur. Creo que pensaban irse a una zona más cálida.
– ¿Sabe dónde?
– El hombre siempre estaba hablando de Baltimore, pero no estoy seguro.
– Gracias.
Brendan agarró la foto con fuerza.
– ¿Le importa si me quedo con ella? Si vuelven, ¿cómo puedo contactar con usted para la recompensa?
El hombre pareció sorprendido, pero luego asintió. Sacó una pluma de la chaqueta y escribió detrás de la foto un número de teléfono.
– Este es mi móvil. Puede llamarme a cualquier hora.
– ¿De cuánto es la recompensa?
– Doscientos cincuenta mil dólares. Brendan dio un grito de sorpresa.
– Eso es mucho dinero.
– Su familia quiere asegurarse de que está bien.
Dicho lo cual, el hombre se dio la vuelta y se alejó del muelle. Se había mostrado tan serio, que Brendan no estaba seguro de haber conseguido engañarlo. Se le quedó mirando y pensó en la conversación que habían tenido. ¿Habría sido aquel hombre el que había obligado a saltar a Amy al agua días atrás? Brendan tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse y no seguirlo para darle un puñetazo.
Pero no lo hizo. Recogió las bolsas y continuó su camino. Cuando llegó al barco y subió a cubierta, buscó al hombre con la mirada. Pero no lo vio. Luego entró en el camarote principal.
– ¿Amy?
El camarote estaba vacío.
Brendan dejó las cosas en el suelo y continuó hacia los camarotes donde dormían. Primero fue al de ella y luego al suyo. El barco estaba en silencio e inmediatamente pensó en el hombre con el que acababa de hablar. Si Amy había salido del barco, existían bastantes posibilidades de que se encontrara con él al volver. ¿Dónde podía haber ido? Le había mandado a él a por las compras con la excusa de que tenía algo importante que hacer.
De repente, volvió corriendo hacia su camarote para comprobar si sus cosas seguían allí. Afortunadamente, seguían allí. Amy no se había ido. Brendan decidió salir a buscarla. Ella no tenía coche, así que no podía haberse ido muy lejos. Pero justo cuando estaba abriendo la puerta apareció ella.
– ¿Dónde diablos has estado?
– Por ahí -dijo ella, frunciendo el ceño. Brendan se metió la mano en el bolsillo, dispuesto a enseñarle la foto y pedirle una explicación. Pero se lo pensó mejor y no le dijo nada.
– ¿Qué te pasa? -preguntó ella, comenzando a bajar las escaleras.
– Nada. Cuando vi que no estabas, pensé que te habrías caído al agua otra vez.
Amy se quitó la chaqueta y la dejó en el sofá. Luego tomó su ordenador portátil y lo puso sobre la mesa. Lo abrió y esperó a que se encendiera.
– ¿No me vas a decir dónde has estado?
– ¿Quién eres, mi madre?
Amy sacó entonces de su bolsillo unas hojas, las colocó sobre la mesa y, un momento después, empezó a teclear a toda velocidad. En un momento dado, vio que Brendan iba a decirle algo y levantó una mano para que no lo hiciera.
– Espera un minuto.
Y continuó escribiendo otros cinco minutos.
Brendan se quitó la chaqueta y comenzó a sacar las cosas de las bolsas. Cuando terminó de hacerlo, ella había dejado de escribir, aunque seguía mirando a la pantalla.
– Toma, creo que ya está.
– ¿El qué? ¿La lista de la compra de mañana?
– La entrevista.
Brendan la miró sin comprender.
– ¿Qué entrevista?
Amy esbozó una sonrisa y se levantó.
– La entrevista de Denise Antonini, la mujer del capitán John Antonini, el capitán que desapareció en el mar junto con su barco.
– ¿Me has conseguido una entrevista con ella? ¿Cómo lo has hecho? No quería hablar conmigo. Llevo llamándola cuatro meses.
– No te he conseguido una entrevista precisamente, aunque para eso la llamé en principio, para convencerla de que hablara contigo. Eso es lo que una ayudante tiene que hacer, ¿no? Pues continuó negándose a conceder la entrevista, pero nos pusimos a hablar y, pasados diez minutos, me estaba contando su vida. Yo empecé a tomar notas tan rápidamente como pude para no olvidarme de nada. Y entonces, me dijo que podíamos encontrarnos en el Longliner para tomar algo, así que eso hicimos. Intenté imaginarme las preguntas que tú le habrías hecho – Amy echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Luego agarró los papeles que había dejado sobre la mesa-. Está todo aquí. Es justo lo que necesitas para terminar el capítulo.