Brendan miró las hojas.
– No deberías haberlo hecho.
Ella pareció sorprendida por la respuesta.
– ¿Por qué? Dijiste que necesitabas hacerle una entrevista y la he conseguido.
– La entrevista que le has hecho es tuya. No mía. No puedo ponerla en mi libro porque no la he hecho yo. Y ahora que ha hablado contigo, sí que no querrá hacerlo conmigo.
– Pero si lo tengo todo escrito aquí -insistió Amy, frunciendo el ceño. Luego, le dio con las hojas en el hombro.
– Estás siendo un cabezota. Te has enfadado solo porque he conseguido esa entrevista y tú no.
Brendan abrió la boca para decir algo, pero entonces vio la expresión del rostro de Amy. Al entrar, parecía feliz y, en ese momento, parecía dolida y ofendida. Y él tenía la culpa. Se maldijo en silencio y le agarró una mano. No estaba enfadado por la entrevista; la podría utilizar. Lo que pasaba era que se había asustado mucho al ver que no estaba.
– Lo siento -dijo, agarrándola por la cintura.
– Eso está mejor.
– Yo no podría haber conseguido la entrevista. La mujer no quería hablar conmigo, pero contigo sí.
Una sonrisa apareció en la boca de Amy.
– ¿Entonces te alegras?
Brendan se inclinó y la besó en la frente.
– Es estupendo -se separó un poco y la miró a los ojos-. Y ahora tendremos que ponernos con el libro.
Amy fue hacia la mesa.
– Estoy lista -dijo, colocando las manos sobre el teclado.
Brendan la observó durante un rato, notando que el corazón le latía a toda velocidad. Se acababa de dar cuenta de que podía herirla y pensó que no quería que volviera a suceder. Pero, sobre todo, se daba cuenta de que estaba enamorado de Amy y de que no podía hacer nada al respecto.
– ¿Dónde está? -preguntó Conor, mirando a su alrededor.
Brendan levantó la vista para mirar a su hermano y luego continuó sirviéndole la taza de café.
– No está aquí. Se ha ido a hacer unas compras. Volverá enseguida. ¿Por qué estás tan impaciente por conocerla? Creía que no querías hacerlo.
– ¿Se ha llevado su bolso?
– ¿Qué diablos te importa?
– Porque si no está aquí, deberíamos mirar en él para ver si encontramos algo. Lo que me dijiste el otro día no sirvió de mucho. Dame algo que haya tocado y buscaré sus huellas dactilares. Así averiguaremos si la busca la policía.
– No.
– Tiene que haber algo que tenga sus huellas.
– No, no me refiero a eso -señaló la mesa para que su hermano se sentara.
Luego, le dio la taza y se sirvió él también una. Al ver aparecer a su hermano, tenía que haberse imaginado que había ido para controlar a Amy. Conor lo visitaba a menudo, pero solía llamarlo desde el bar de enfrente para que se tomara allí una cerveza con él. No, aquella visita no era de cortesía. Estaba claro para qué había ido Conor a Gloucester.
– No quiero que te lleves sus huellas. No es necesario.
– ¿Te ha dicho quién es?
– No, pero no importa. Me da igual su pasado.
Conor hizo un gesto de impotencia.
– Estás cometiendo un grave error.
– Quizá… pero creo que me he enamorado de ella.
Su hermano mayor soltó un gemido y luego se pasó una mano por la frente.
– No puedes estar hablando en serio.
– Ojalá fuera así. No pensé que esto pudiera suceder, pero no quiero engañarte. No me importa quién es, de dónde ha salido, ni qué ha hecho en el pasado. Lo único que me importa es que existe una relación muy especial entre nosotros.
Conor agarró la taza con ambas manos y se quedó mirando el humo que salía de ella.
– Entonces dime qué sabes exactamente de ella. Solo para tranquilizarme.
Brendan se sacó del bolsillo del pantalón una foto y se la mostró a su hermano mayor.
– Es ella. Un tipo la andaba buscando ayer. Parecía un detective. Dijo que el hombre que está con ella en la foto es su prometido.
– ¿Esta es ella? Pues no parece ninguna delincuente.
– Es que no lo es. O por lo menos, no creo que lo sea. El hombre dijo que su familia la está buscando. Ofrecen un cuarto de millón de dólares de recompensa a quien pueda facilitar alguna información.
– ¿Un cuarto de millón de dólares? Debe de ser alguien importante para que ofrezcan tanto dinero -miró la foto-. ¿Qué es esto?
– El teléfono del hombre que me la dio. Me dijo que lo llamara si la veía.
– ¿Te importa que me lleve la foto?
– ¿Para qué?
– Voy a hacer algunas averiguaciones. Si no me dejas investigar en sus cosas ni llevarme sus huellas digitales, déjame que averigüe al menos lo que este detective sabe y te la devolveré después.
Conor se metió la foto en el bolsillo.
– ¿Quieres saber mi opinión? -añadió-. Seguro que la chica ha hecho un desfalco de unos cuantos millones y se ha escapado. Lo de su familia y todo eso es mentira. O si no, es la hija de algún millonario que quiere que vuelva a su lado.
– Pero si es hija de un millonario, ¿por qué se ha escapado? No creo que su padre pueda hacerle nada. Después de todo, es una mujer adulta.
– ¿Estás seguro? -preguntó Conor, arqueando una ceja-. ¿Y si tiene diecisiete años, en vez de veintisiete? ¿Le has preguntado la edad?
Brendan miró a su hermano sin saber qué contestar.
– Oh, cielos -exclamó, de repente, asustado-. Nunca se me había ocurrido. Simplemente lo di por hecho. Incluso estaba preocupado por si estaba casada. Desde luego, no se comporta como una adolescente.
– Nunca lo hacen.
– No, es imposible. Es demasiado inteligente. Sabe demasiado. Es… -Brendan cerró los ojos tratando de poner en orden sus ideas. No, por lo menos debía tener veintitrés o veinticuatro años-. Además, si está comprometida con el hombre de la foto, no puede ser tan joven.
– Pero de todos modos, es una suerte que no te hayas acostado con ella -dijo Conor.
– Sí -contestó Brendan, abriendo mucho los ojos-, una verdadera suerte.
Se oyeron pasos en cubierta. Ambos miraron hacia la puerta, que al poco se abrió. Amy apareció en el umbral. Llevaba dos bolsas y una lata de soda abierta. Brendan soltó un suspiro de alivio. Seguía preocupado por el detective, por si no se había creído lo de Baltimore.
Subió las escaleras y tomó las bolsas para ayudar a Amy a bajar. Esta, al llegar abajo, sonrió a Conor. Luego, miró a Brendan, esperando a que los presentara.
– Hola.
– Hola -contestó Brendan.
Amy frunció el ceño y fue hacia la mesa.
– Soy Amy Aldrich, la ayudante de Brendan. Tú debes de ser uno de sus hermanos. Os parecéis.
Brendan observó a Conor para ver su reacción y le pareció que su hermano estaba encantado.
– Me llamo Conor Quinn. Amy le estrechó la mano.
– Encantada de conocerte. Me sé todo sobre vuestra familia. Brendan me ha contado algunos cuentos de vuestros antepasados.
– ¿Sí? -una cálida sonrisa iluminó el rostro de Conor-. Pues él no nos ha contado nada de tí.
Brendan se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.
– Conor siempre hace muchas preguntas. De hecho, me acaba de preguntar cuántos años tienes y yo no le he podido contestar.
Amy se puso seria.
– Creo que no te lo he dicho.
– Ah, entonces por eso no lo sabía -hizo una pausa-. ¿Cuántos tienes?
– Veinticinco -contestó Amy, claramente confundida.
Brendan miró a su hermano con una sonrisa de satisfacción.
– ¿De verdad? Es curioso. Me alegra saberlo.
– ¿Sí? ¿Por qué?
– Porque Conor ya tiene su respuesta. Y se va a ir ya, ¿verdad, Conor? Amy hizo un gesto negativo.
– Pero si no nos ha dado tiempo a conocernos apenas. Podemos invitarlo a cenar – se volvió hacia Conor-. Te quedarás, ¿verdad? No soy muy buena cocinera, pero podemos pedir una pizza. Por favor, quédate.