Brendan miró a Conor, que asintió y continuó la historia, distrayendo así a Liam, que miraba asustado la nariz sangrante de Brendan.
– Un día, Dermot pasó al lado de un grupo de chicos que jugaban en el bosque. Le invitaron a jugar, pero le dijeron que tenía que jugar él solo contra ellos, que eran cinco. Dermot ganó. Al día siguiente, jugaron contra él diez, pero ganó de nuevo. Al siguiente, todos los chicos del pueblo fueron a jugar contra él, pero volvió a ganar. Los chicos, avergonzados, se fueron a quejar al cacique del pueblo, un hombre poderoso y vengativo. Este les dijo que, si no les gustaba, lo mataran.
Conor hizo una pausa y miró a los hermanos pequeños, que estaban completamente concentrados en la historia.
– Así que al día siguiente decidieron invitar a Dermot a nadar en el lago. En un momento dado, lo acorralaron y trataron de ahogarlo. Pero Dermot era muy fuerte y, al final, ahogó a nueve de los chicos en defensa propia. Cuando el jefe lo oyó, sospechó que Dermot era el hijo de su antiguo enemigo, el hombre al que había asesinado años antes. Así que ordenó que lo buscaran para que siguiera el mismo desuno que su padre. Pero como Dermot no quería luchar porque era una persona pacífica, decidió hacerse poeta, ya que los poetas eran muy queridos en Irlanda y, así, el malvado cacique no podría hacerle nada. De ese modo, Dermot volvió al bosque y encontró un maestro que vivía al lado de un gran río. Se llamaba Finney y hablaba todos los días con él mientras pescaba. Quería pescar un salmón mágico que vivía en aquellas aguas poco profundas.
– El salmón estaba encantado -explicó Liam-, y quien lo comiera podía tener… podía tener…
– El conocimiento de todas las cosas – dijo Brendan-. Finney quería pescarlo y lo intentó durante muchos años. Dermot lo observaba pacientemente y un día, por fin, lo pescó. Se lo dio a Dermot para que lo cocinara para él, pero le advirtió que no podía probarlo. Dermot hizo lo que el pescador le dijo, pero mientras lo cocinaba le saltó una gota de salsa en el dedo y, dando un grito, se metió el dedo en la boca para mitigar el dolor.
– Así que probó el pescado -dijo Liam.
– Eso es -replicó Brendan-, y cuando se lo sirvió a Finney, se lo confesó.
– Entonces tienes que comerlo -le aseguró el maestro-. El salmón te dará un regalo muy preciado entre los poetas… el don de las palabras. Y después de eso, la poesía de Dermot se hizo famosa en toda Irlanda.
– ¿Vas a pelear otra vez con Angus? -quiso saber Liam.
– No -aseguró Brendan-. No me gusta pelear. Creo que me voy a hacer poeta como Dermot Quinn. Porque Dermot demostró que las palabras podían ser tan poderosas como las armas.
Brendan continuó pensando en los Quinn, en todos aquellos antepasados que habían llegado a ser grandes hombres. Y no sabía por qué, pero estaba seguro de que el futuro también le tenía reservado algo especial a él. Pero no lo encontraría si se quedaba allí. Tenía que ir a buscarlo.
Capítulo 1
Brendan Quinn estaba sentado en un rincón en penumbra del Longliner Tap. Tenía una cerveza en la mano y estaba observando a los clientes típicos de un viernes por la noche. El Longliner era un lugar muy popular entre los pescadores y sus familias; estaba situado en los muelles de Gloucester, en Massachusetts.
El barco de Brendan, El Poderoso Quinn, estaba atado a unos metros del bar. Aunque estaban casi en diciembre y habían bajado las temperaturas, el barco de su padre era cómodo y acogedor. Así que había decidido terminar en él su último libro.
Había ido al Longliner para hablar una vez más con los familiares y amigos de los pescadores que iba a sacar en él, esperando encontrar algún detalle nuevo sobre los peligros a los que una persona se enfrentaba cuando vivía en pleno océano. Había entrevistado a seis personas aquella noche y tomado notas.
Ya había terminado, pero quería relajarse y empaparse del ambiente. La mayoría de los pescadores de Gloucester que frecuentaban el Longliner se habían ido ya hacia el sur para empezar la temporada, pero quedaban algunos rezagados que todavía no tenían trabajo. Eran hombres acostumbrados a trabajar duro y a vivir peligrosamente. También estaban las novias y las mujeres de los que se habían ido. Iban al bar para compartir su soledad con otras mujeres que entendían lo que tenían que superar año tras año.
La mirada de Brendan se detuvo en la pequeña camarera rubia que se movía entre la gente con una bandeja en la mano. La había mirado varias veces a lo largo de la noche porque notaba en ella algo raro. Aunque llevaba el uniforme habituaclass="underline" un delantal, vaqueros ceñidos y una camiseta escotada, la ropa parecía rara en ella, como si no le pegara llevar algo así.
Y no era por el pelo, de un color rubio ceniza, ni por el maquillaje, ni por los ojos oscuros y los labios pintados de un color rojo brillante. Ni siquiera por los tres aros que llevaba en cada oreja. La observó durante un buen rato mientras servía una mesa de ruidosos clientes. Seguramente debía de ser por el modo en que andaba, que no se parecía en nada al de las otras camareras. Lo hacía moviendo las caderas y los senos de una manera bastante seductora, aunque a la vez elegante. Parecía deslizarse sobre el suelo como una bailarina. El largo cuello y la forma en que movía los brazos aumentaban la ilusión de que no estaba sirviendo bebidas a un grupo de ratas inmundas, sino flotando sobre un escenario acompañada de Baryshnikov.
Terminó con la mesa y Brendan levantó la mano para que se acercara. Pero justo cuando ella se dirigía hacia él, una de las ratas la agarró por detrás y la sentó sobre su regazo. En un segundo, tenía las zarpas sobre ella.
Brendan se dio cuenta de que la situación se estaba volviendo cada vez más complicada y a nadie parecía preocuparle lo más mínimo. Él sabía cuál era la única solución.
– ¡Detesto las peleas! -afirmó en voz baja.
Echó su silla hacia atrás, atravesó el salón y se puso al lado de la mesa.
– Quite las manos de encima de la señorita -le ordenó al otro, con los puños cerrados.
– ¿Qué has dicho, muchacho?
– He dicho que quites las manos de encima de la señorita.
La camarera le tocó el brazo. Brendan la miró e inmediatamente se quedó impresionado por su juventud. Por alguna razón, había esperado encontrar un rostro ajado por los años y el trabajo duro. Pero en lugar de eso, se encontró con un rostro tan joven, tan perfecto, que estuvo tentado de tocarlo para ver si era de verdad.
– Puedo solucionarlo yo sola. No hace falta que te metas. Se me dan bien las situaciones conflictivas y las relaciones personales. Hice un seminario al respecto.
Tenía una voz grave y sensual, que sedujo a Brendan por completo. Este, sin hacer caso de lo que ella había dicho, la agarró de la mano e hizo que se levantara.
– Vete, yo me encargaré de esto.
– No, de verdad, lo haré yo. No hace falta pelearse. La violencia nunca resuelve nada -repitió la chica, agarrándolo por la manga de la chaqueta.
– Por favor -insistió.
Brendan no estaba seguro de qué hacer.
No le gustaba abandonar a una mujer en apuros.
Especialmente después de haber oído desde pequeño todas aquellas historias de los antepasados de su familia, que se habían comportado siempre de un modo caballeroso. Miró hacia el bar y vio que la gente lo miraba sin pestañear, esperando ver si se iba o se quedaba y peleaba.
Cuando se volvió de nuevo hacia la camarera, vio por el rabillo del ojo que algo se movía hacia él. Era una botella de cerveza, que iba directamente hacia su cabeza. La esquivó a tiempo; le pasó al lado de la oreja, dando a uno de los borrachos de la mesa en la sien. El hombre cayó inmediatamente al suelo.
La camarera derramó una jarra de cerveza sobre la cabeza de su agresor y luego comenzó a golpearlo con ella. Brendan esquivó otra botella y un puño antes de que aterrizara en su mandíbula. Decidido a marcharse antes de que él o la camarera salieran heridos, la agarró y la sacó de la pelea. Pero ella se soltó, volvió y le atizó a uno de los borrachos con los puños.