Y él también quería construir su futuro junto a aquella mujer. Arrimó el rostro al cuello de Amy y soltó un suspiro. Sí, estaba decidido a que ella no se marchara de su lado.
– Deberías haber terminado con las compras navideñas -le regañó Amy, colocando mejor un adorno del árbol de navidad-. Ya solo quedan dos semanas y tienes que comprar los regalos para toda tu familia.
– No voy a comprarles nada -dijo Brendan mientras extendía el periódico sobre la mesa-. Acuérdate de que no me gustan estas fiestas.
– Eso era antes. Ya me encargaré yo de que te gusten. Además, Meggie y Olivia seguramente sí van a comprarte algo a ti.
– ¿Por qué lo sabes?
– Bueno, porque me parecieron suficientemente atentas como para hacerle un regalo a su cuñado por navidad. Así que si no quieres sentirte mal cuando te den tu regalo, tendrás que comprarles tú también algo.
– Pues ve tú a comprar algo -le dijo Brendan-. Tú sabrás mejor que yo lo que les puede gustar. Y además, eres mi ayudante, ¿no?
– Pero si apenas las conozco.
– Pero eres una mujer, así que conocerás sus gustos mejor que yo.
Amy se acercó a él y lo agarró de la mano.
– Vamos, ya hemos trabajado mucho por hoy. ¿Por qué no nos damos un paseo y vemos si podemos encontrar algo? Quizá algo de joyería o de ropa. Si no vemos nada hoy, lo compraré yo mañana.
Brendan la sentó sobre su regazo y le dio un beso en la nuca. En el pasado, ir a comprar con una mujer había sido para él algo temible. Pero con Amy le resultaba divertido.
– Iremos de compras luego. Y ahora veremos a ver si podemos encontrar algo mejor que hacer.
– Si nos quedamos en el barco, nos pondremos a trabajar. Y el libro está casi terminado.
Brendan echó un vistazo distraído al periódico. Ella tenía razón, el libro estaba casi terminado. Y cuando lo acabara, no habría nada que la retuviera allí.
– He estado pensando que quizá deberíamos hacer una segunda corrección. Amy lo miró agradecido.
– Sé por qué lo dices.
– ¿Por qué?
– Estás posponiendo el fin para darme tiempo a que encuentre trabajo. Pero no te preocupes por mí. Ya encontraré algo. He estado pensando en tu oferta de hablar con tu editor.
– ¿En Nueva York?
– Sí, ¿por qué no? -Amy tomó la chaqueta de Brendan, que estaba sobre la cama y se la dio-. Luego hablaremos sobre ello. Ahora vámonos. Podemos ir a hacer las compras y luego me puedes llevar a comer a algún sitio.
Brendan tomó su chaqueta y luego la ayudó a que se pusiera ella la suya. Cuando salieron a cubierta, notaron el sol y el aire húmedo del puerto. Hacía un día estupendo. La nieve se derretía a los lados de la acera y de los tejados de los edificios seguían cayendo de vez en cuando gotas de agua que formaban charcos en el suelo. Llegaron al centro y se acercaron a una de las pequeñas tiendas de regalos para turistas.
Amy se detuvo en el escaparate.
– Esto me gusta -dijo, señalando la joyería.
– ¿Los pendientes?
– Todo. Es de un artista local y la joyería está hecha de cristal de mar.
– ¿Qué es el cristal de mar?
– Son formaciones cristalinas de agua de mar que la marea deja sobre la arena. Algunos son muy antiguos. Y las olas y la arena los pulen hasta que parecen joyas. Conozco a Olivia y a Meggie y seguro que les encantan.
– ¿Por qué lo sabes? Amy soltó una carcajada.
– Porque a mí también me encantaría tener algo así.
– De acuerdo. Espérame aquí. Ella lo agarró de la mano.
– Pero tengo que entrar para ayudarte a elegir.
– No. Lo puedo hacer yo solo. Espérame. Brendan entró en la tienda y fue hacia el mostrador que había en la pared del fondo, decidido a terminar cuanto antes. La vendedora sonrió y se apresuró a atenderlo, claramente contenta de tener a un cliente en aquella época del año.
– Me gustaría comprar algo de cristal de mar.
La mujer colocó sobre el mostrador un estuche, al que quitó una cubierta de terciopelo negro.
– Lo hace un artesano local. Y todos los…
– Me llevaré dos pares de pendientes -la interrumpió Brendan.
– ¿Cuáles?
Brendan frunció el ceño.
– Cualquiera. Los que sean más bonitos. Elíjalos usted y envuélvamelos.
La dependienta obedeció mientras Brendan esperaba impaciente y contemplaba los collares. Le llamó la atención uno plateado con una piedra de cristal de mar de color azul. Cuando la dependienta volvió con los pendientes, Brendan le señaló el collar.
– ¿Puedo verlo? Ella sacó la pieza.
– Es muy bonito. Ya sabe que el cristal de mar de color azul es muy raro.
Brendan miró hacia la calle y vio que Amy estaba de espaldas a ellos.
– ¿Cree que le gustaría a ella? La mujer miró a la calle y luego a Brendan.
– Creo que un regalo bonito de un hombre guapo le haría feliz a cualquier mujer.
Brendan tomó el collar. La piedra era del mismo color que los ojos de Amy. Él nunca había comprado antes un regalo para una mujer. El hecho en sí le parecía muy serio y nunca había querido ser malinterpretado… que creyeran que estaba enamorado. No recordaba el número exacto de mujeres que habían pasado por su vida. Pero siempre había sido lo mismo, pasaban unas cuantas semanas juntos y luego se decían adiós. Y nunca se le había ocurrido comprarles un collar.
– Me lo llevo. Pero no hace falta que me lo envuelva.
La dependiente puso el collar en una pequeña caja y Brendan se la metió en el bolsillo. Luego le dio su tarjeta de crédito. Cuando terminó, se volvió hacia la puerta y le dio las gracias. Amy estaba esperando fuera. Al ver que salía, fue hacia él y lo agarró del brazo.
– Enséñame lo que has comprado.
– ¿Por qué?
– Para asegurarme que está bien.
– ¿Y si no lo está?
– Entonces volveremos y lo cambiaremos por otra cosa.
– De eso nada.
– Bueno, enséñamelo -insistió.
– He comprado dos pares de pendientes. Y también esto.
Brendan se metió la mano en el bolsillo y sacó la cajita. Se la dio a ella. Amy la destapó y sacó el delicado collar plateado.
– Es precioso -exclamó, dando un suspiro.
– Es para ti.
Amy parpadeó sorprendida.
– ¿Para mí?
– Es un regalo. A lo mejor tenía que haber esperado a Navidad para dártelo, pero como no se me da muy bien guardar secretos, prefiero dártelo ya.
– Pero… ¿por qué?
– Porque sí -Brendan agarró el collar y abrió torpemente el cierre-. Date la vuelta.
Brendan le puso el collar alrededor del cuello y se lo abrochó. Amy, entonces, se dio la vuelta despacio, con una sonrisa en los labios.
– Gracias.
– Es azul -comentó Brendan-. Como tus ojos. ¿Te gusta?
Ella levantó la mirada y entonces él vio que tenía los ojos húmedos. Por un momento, Brendan pensó que se había equivocado, pero de pronto ella se echó en sus brazos y le dio un beso.
– Nada podía gustarme más.
Se quedaron abrazados un rato frente a la tienda. Brendan cerró los ojos y deseó que sus palabras se refirieran a él y no al collar.
– A mí tampoco.
Capítulo 7
Brendan estaba sentado en el café Sandpiper, cerca del muelle de Gloucester, mirando por la ventana. Aquel día flotaba una niebla espesa sobre el pueblo. Conor lo había llamado por la mañana temprano y le había pedido que se encontraran para desayunar. Brendan sospechaba que Conor había descubierto algo desagradable sobre Amy.
Se imaginaba que era una mala noticia. Seguro que Amy estaba casada y le había mentido, o tenía algo pendiente con la ley. O quizá fuera una timadora, como Conor había sospechado en un principio. Aunque mientras esperaba a su hermano, descubrió que no le importaba. Que nada, por muy malo que fuera, cambiaría lo que sentía por ella.