Lo que por otra parte era completamente estúpido. Hacía solo diez días que se conocían y ya estaba tan convencido de su inocencia, que estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella. Si alguien le hubiera dicho que se enamoraría tan rápidamente de una mujer, se habría reído en su cara. Pero parecía que cuando los hermanos Quinn se enamoraban, las cosas iban muy deprisa.
La camarera se acercó a su mesa, le sirvió otro café y le dio el menú. Brendan se sirvió azúcar y leche y lo removió despacio, mirando hacia la puerta. Segundos después, apareció Conor con un elegante traje. Se vestía mejor últimamente, ya que le habían ascendido al departamento de homicidios. Aunque, en realidad, Brendan sospechaba que era más cosa de Olivia que de sus superiores. ¡Caramba, si parecía una persona respetable!
Conor lo vio enseguida. Se sentó en la mesa y llamó a la camarera.
– ¿Qué has descubierto? -preguntó Brendan, echándose hacia delante y tratando de leer los pensamientos de su hermano.
– ¿Qué? ¿No te alegras de verme? ¿No me preguntas cómo está Olivia?
– Hola, ¿cómo estás? Tienes buen aspecto. ¿Cómo está Olivia? ¿Así te gusta más? Y ahora dime, ¿qué has descubierto?
La camarera se acercó y Brendan hizo un gesto de impaciencia, esperando a que se fuera. Cuando lo hizo, Conor se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y le dio a Brendan un sobre. Este lo miró y de repente tuvo miedo de abrirlo. Quizá era mejor continuar sin saber la verdad.
– ¿Tienes miedo? Porque si lo tienes, lo abriré yo.
– No, no tengo miedo. Es solo que…
– Estás enamorado de ella y seguro que quieres saber quién es -afirmó Conor-. Está bien, yo te lo diré. ¿Estás preparado? Es una rica heredera.
Brendan no estaba seguro de haber oído bien a su hermano. Estaba esperando oír que era una fugitiva de la justicia, o una delincuente…
– ¿Qué quieres decir?
– Lo que he dicho. Su nombre verdadero es Amelia Aldrich Sloane. Su padre es Avery Aldrich Sloane, de Aldrich Industries. Su abuela es Adele Aldrich, de los Aldrich de Boston, a los que debe su nombre la galería de arte Aldrich, el Museo de Bellas Artes y el pabellón Aldrich del Symphony Hall.
– ¿Amy es miembro de esa familia?
– Sí, y en mayo heredará cinco millones de dólares. Y cuando su padre muera, heredará el resto de su hacienda. Es una de las mujeres más ricas de Boston.
Brendan se pasó la mano por el pelo, incapaz de decir nada.
– ¿Y por qué demonios se ha escapado? He estado todo este tiempo preocupado por ella, pensando en su pasado y en lo que ocultaba, temiendo que la policía la encontrara algún día, y lo que estaba ocultando es que es rica.
– Tal vez no quiera el dinero -replicó Conor, encogiéndose de hombros.
– ¿Quién demonios puede no querer ese dinero? -preguntó Brendan, enfadado. Luego bajó la voz, al ver que los demás clientes se volvían hacia ellos-. ¿Y qué hay de su prometido?
– Craig Atkinson Talbot -Conor abrió el sobre-. ¿Por qué los ricos siempre tienen nombres compuestos? Es de otra familia rica de Boston, relacionada con la banca, pero no tienen tanto dinero como los Aldrich Sloane. Amy desapareció una semana antes de que se celebrara la boda. Al principio, los padres pensaron que había sido secuestrada y la policía empezó a buscarla. Pero, pasado un tiempo, llegaron a la conclusión de que se había escapado. Entonces, el padre contrató a varios detectives privados para que la buscaran.
– Pero es una mujer adulta y puede hacer lo que le plazca, ¿no? -dijo Brendan-. No puede obligarla a que vuelva.
– Bren, no creo que ni tú ni yo podamos entender del todo a ese tipo de familias. Nosotros somos distintos, no tenemos a nadie que nos diga lo que podemos y no podemos hacer. Llevamos vidas sencillas y solo tenemos que pensar en trabajar y seguir hacia delante. Pero tener tanto dinero te ata. No puedes escapar. Me imagino que Amy tendrá presiones de todo tipo y no podrá casarse con el hijo del tendero de la esquina, por ejemplo.
Brendan se quedó mirando la foto de Amy y su prometido.
– Y tampoco con el hijo de un pescador irlandés, ni con un escritor que no sabe qué encargo recibirá el mes que viene.
– No digas eso. Yo también pensé lo mismo cuando conocí a Olivia, pero si amas a alguien de verdad, todo se puede solucionar.
– Olivia no es la hija de un millonario.
– Y yo no soy un escritor famoso. Tú no eres cualquier trabajador, tienes una profesión valorada y la gente te conoce. Eso cuenta.
Brendan miró por la ventana y vio que la niebla se había vuelto tan espesa, que habían encendido las luces de las farolas.
– Está claro que para Amy no es suficiente, porque, si no, me hubiese contado la verdad.
– No sabes los motivos que puede tener para ocultártelo, así que no saques conclusiones.
Brendan se había preparado para oír una mala noticia, pero nunca podía haber adivinado algo así. No se había enamorado de una camarera y aspirante a editora, se había enamorado de la heredera de una familia millonaria de Boston. Él, Brendan Quinn, un chico irlandés de clase media que había llegado del viejo continente.
– Ahora la defiendes, ¿eh? -le dijo a Conor-. Hace una semana me decías que la echara.
– No es una delincuente y nunca ha incumplido la ley, a no ser que cuentes el que tú le estés pagando en dinero negro -Conor se echó hacia delante-. ¿Qué vas a hacer? ¿Le vas a decir que lo sabes?
Brendan se encogió de hombros.
– Todavía no lo sé -tomó su taza y dio un trago largo al café-. Ahora me tengo que ir.
– Lo sé. ¿Por qué no venís esta noche al pub? Tráete a Amy. A Olivia le gustaría verla y estoy segura de que también a Meggie. Les ha caído muy bien.
– Tal vez -dijo Brendan.
La respuesta era solo para tranquilizar a su hermano. Se levantó, dejó unos cuantos dólares sobre la mesa para pagar los cafés y le dio a Conor un golpecito en el hombro.
– Gracias, Con. Te agradezco mucho lo que has hecho.
– Me alegro que haya salido todo bien.
Brendan sonrió con amargura.
– Eso está por ver.
Se dio la vuelta, fue a la puerta y salió a la calle. El día era cálido para la época del año en la que estaban y la niebla se había deslizado hacia el puerto. Mientras echaba a andar por la calle principal, recordó la primera vez que había visto a Amy.
No se había equivocado entonces. Amy no pertenecía al ambiente del Longliner. No le pegaba estar sirviendo bebidas, ni tratando de evitar que los clientes la manosearan. Procedía de una vida mejor, una vida que una familia como la de él nunca había conocido. De repente, toda sus inseguridades infantiles aparecieron de nuevo. Tanto él, como sus hermanos, siempre se ponían a la defensiva cuando se sentían inferiores a alguien.
Aunque no conocía a Avery Aldrich Sloane, sabía lo suficiente sobre ese tipo de hombres como para adivinar cómo reaccionaría. Su hijita no había nacido para desperdiciar la vida con un hombre como él. Tenía unos planes mejores para ella. Brendan maldijo entre dientes.
Llegó al muelle y se quedó un rato contemplando el agua. ¿Podría seguir tratándola igual después de saber quién era en realidad?
– Amelia Aldrich Sloane -murmuró en voz alta.
Aquel nombre no encajaba con la Amy que él había conocido.
Empezó a caminar por el muelle y, conforme se acercaba a El Poderoso Quinn, se dio cuenta de que Amy estaba subida a la cabina del piloto.
– ¿Qué demonios estás haciendo ahí? Ella se dio la vuelta y lo saludó con la mano.
– ¡Mira! He encontrado esto en la tienda que vimos el otro día.
Amy se puso a un lado para que Brendan viera un enorme Santa Claus de plástico. Estaba encendido y era como un faro en la niebla.
– ¿No es precioso? Se va a ver desde toda la costa.
– ¿Y eso es bueno?
– ¿No te gusta?
– Baja -dijo él con impaciencia. Brendan contuvo el aliento mientras la veía bajar por la escalera. Cuando llegó a su lado, vio que tenía las mejillas rojas del frío y que el pelo se le había rizado por la humedad. Lo rodeó con sus brazos y le dio un beso, pero Brendan no estaba alegre. Amy le parecía diferente y no sabía si tenía que sentirse dolido o enfadado.