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¿Por qué le había ocultado algo tan importante? De acuerdo, tenía dinero. Pero, ¿creía que iba a intentar aprovecharse? Él ganaba suficiente dinero por sí mismo y no necesitaba más. O quizá fuera por otra cosa. Quizá las mujeres ricas como Amy Aldrich Sloane disfrutaran teniendo aventuras con hombres que pertenecieran a una clase social más baja. Y cuando se cansaran de ellos, los abandonaran sin ningún remordimiento.

– No me pude resistir -le explicó ella-. Lo compré cuando volvía de la compra. Solo me ha costado cinco dólares.

– Claro -dijo él con un matiz de sarcasmo-. Bueno, así, si la luz del puerto se estropea, podremos guiar a los barcos con este Santa Claus.

Brendan comenzó a subir al barco.

– Tal vez debería haber traído algo más religioso -contestó ella, siguiéndolo-. Tenían también un nacimiento, pero no me pegaba. Además, Santa Claus es un buen antídoto para que te vuelvas más divertido. ¿Cómo puedes mirarlo y no echarte a reír?

Brendan miró su rostro, en forma de corazón, y su enfado empezó a desaparecer. Aunque debería tener cuidado, la noticia de Conor lo había tranquilizado. Quizá todavía podrían tener un futuro juntos. No estaba casada y no era ninguna delincuente.

Por unos momentos, se olvidó de lo que había descubierto en el restaurante. No se imaginaba a Amy en una mansión con criados que atendieran todos sus deseos. No la imaginaba con ropa cara y lujosas joyas, conduciendo un coche deportivo. La única Amy que conocía era la mujer con la que compartía su cama.

Brendan la tomó en sus brazos.

– Estás fría.

Dio un suspiro y le dio un beso en la frente.

Estuvo un rato sin querer soltarla, temiendo que pudiera cambiar de repente y convertirse en una desconocida. Estaba decidido a pedirle explicaciones, pero lo único que le importaba en ese momento era sentir su cuerpo contra el suyo.

Brendan sabía que se estaba arriesgando al amar a alguien que quizá nunca le correspondiera. Pero a pesar de todas las mentiras, quería seguir creyendo en lo que veía en sus ojos y en lo que delataba su voz cuando hacían el amor. Amy Aldrich lo necesitaba tanto como él a ella.

– Vamos dentro. Tenemos mucho trabajo.

Amy observó a Brendan desde la cama; estaba doblando cuidadosamente su ropa. Acababa de salir de la cama y no se había molestado en ponerse nada encima.

Brendan tenía un cuerpo increíble. Era fuerte y esbelto, de hombros anchos y caderas estrechas. Amy siempre había considerado los atributos físicos menos importantes que la relación que podía establecerse entre dos personas, pero era muy agradable acariciar a un hombre tan perfecto y viril. Solo de pensarlo se le aceleraba el corazón. Le gustaba la personalidad de Brendan, su inteligencia y su corazón, pero su cuerpo la volvía loca.

– Eres muy guapo.

Brendan la miró sin comprenderla.

– ¿Qué?

– Que eres guapísimo -repitió-. Nunca pensé que un hombre pudiera ser tan guapo. Quiero decir, que hay hombres guapos en el sentido clásico. Por ejemplo, el David de Miguel Ángel. Pero cuando estás con la luz adecuada, eres… perfecto. Te podría mirar todo el día y no cansarme.

– No me importa que me mires. Pero me gusta más cuando me acaricias.

Y lo había acariciado mucho la noche anterior. Amy se puso a recordar el modo en que él la había seducido y la manera en que le había hecho el amor, diferente a la de otras noches. Le había parecido como si Brendan estuviera intentando memorizar cada momento. Había sido delicado, pero a la vez desesperado. También exigente, tomando cada gesto de ella y cada caricia como si fuera la última.

Y quizá pronto fuera la última. No habían hablado de su partida en los últimos días, pero el libro estaba casi terminado. Sin embargo, se inventaban tareas que los mantenían ocupados durante el día y luego se iban a la cama para hacer el amor apasionadamente.

Pero, ¿cuánto tiempo duraría aquello? Más tarde o más temprano, Brendan llevaría el libro a su editor y su trabajo habría terminado. Amy no sabía si tenía algún nuevo proyecto. Cuando le preguntaba al respecto, él se mostraba ambiguo. Así que ella lo tomaba como una respuesta negativa.

– Voy a darme una ducha. ¿Quieres venir conmigo?

Amy soltó una carcajada y se acurrucó bajo las mantas.

– Pero si casi no cabe una persona. No creo que entremos los dos.

– Podemos intentarlo -dijo él, como si fuera algo que quisiera experimentar.

– ¿Por qué no te duchas tú mientras yo preparo algo de comer?

Brendan se acercó a la cama y le dio un beso largo.

– Me parece una buena idea.

Brendan tomó una toalla limpia del armario que había junto a la puerta y salió. Amy se levantó, se puso una camisa de franela de él y se fue a la cocina. En la mesa, estaban esparcidos algunos folios.

No llevaba ni dos semanas en el barco y le parecía toda una vida. Pero también sabía que dentro de poco tendrían que decirse adiós.

– Pídeme que me quede y me quedaré – murmuró en voz baja.

En ese momento, sonó el móvil de Brendan.

– ¿Diga?

– ¿Está Brendan? -preguntó una voz de hombre.

– Soy su ayudante. ¿Quiere que le deje algún mensaje?

– Dígale que Rob Sargeant ha llamado. Soy su agente. Quería informarle de que el viaje a Turquía se ha adelantado. Tiene que estar allí el día veintitrés, dos semanas antes de lo que habíamos acordado. La excavación durará cuatro meses, así que podrá volver antes de la boda de su hermano en junio.

– ¿Cuatro meses? ¿Turquía?

– Tiene que conseguir un visado -continuó el hombre-, y aquí tengo su billete de avión. Dígale que se lo enviaré enseguida. Me imagino que le puedo dar el recado a usted, ¿verdad?

– Claro, claro. Soy su ayudante,

– Muy bien. En cualquier caso, dígale a Brendan que me llame hoy mismo.

– Muy bien -dijo Amy.

Después de dejar el móvil sobre la mesa, soltó un suspiro y se puso la mano en el corazón, tratando de hacerse a la idea. Brendan no le había pedido que se quedara porque él tenía que irse. Se marchaba fuera y no le había dicho nada.

Pero, si sabía que se iba a ir, ¿por qué se comportaba como si la quisiera? ¿Por qué dejaba que la relación se convirtiera en algo serio? Amy cerró los ojos y entrelazó las manos nerviosamente, recordando la primera vez que habían hecho el amor. Entonces había sido solo sexo y ella le había asegurado que para ella no significaba nada.

– Es lo que querías -murmuró-. Eso es justamente lo que le dijiste. Que no querías comprometerte a nada.

Pero no podía dejar de sentirse traicionada, como si la hubiera engañado para que se enamorase de él. No le extrañaba que Brendan se preocupara tanto por buscarle trabajo. Era el modo más cómodo de no sentirse culpable. Él había sabido desde el principio que su relación con ella iba a durar poco tiempo. Pero ella, estúpidamente, se había imaginado que podía llegar a convertirse en algo más serio. Notó que se le humedecían los ojos y tuvo que sentarse.

No sabía cuánto tiempo estuvo así, con la mirada perdida y con la cabeza dándole vueltas. Pero cuando Brendan entró, secándose el pelo con una toalla y otra enrollada en las caderas, ella lo miró, esforzándose por sonreír. No iba a permitir que Brendan notara lo que sentía.

Brendan fue a la nevera y, después de sacar un zumo de naranja, se sentó a su lado.

– Creí que ibas a preparar algo de comer.

– Iba a hacerlo, pero me distraje. Ha llamado tu agente.

– ¿Qué quiere?

– Dice que tu viaje a Turquía se ha adelantado. Tienes que marcharte el día veintitrés. Dos días antes de navidad -tragó saliva, esforzándose por seguir hablando-. Necesitarás un poco de tiempo para preparar todo y hacer la maleta -se mordió el labio y luchó por contener las lágrimas-. ¿Por qué no me lo has dicho antes?