Brendan se quedó mirando la página que llevaba una hora intentando acabar. La había leído una y otra vez, pero sin dejar de pensar en cómo solucionar sus problemas con Amy. Unos días antes, podía haber llegado a pensar en pedirle que se casaran, pero en ese momento no estaba seguro de los sentimientos de Amy hacia él. ¿Sería él suficientemente bueno como para que Amy Aldrich Sloane aceptara casarse con él?
Brendan sospechaba que era el orgullo lo que le impedía actuar. Desde el principio, había sido su protector, su proveedor, el que hacía que Amy estuviera a salvo. Pero, en realidad, ella podía comprar lo que deseara. Nada de lo que él le comprara se podría comparar a lo que ella podría comprar.
Aunque vivía cómodamente, nunca podría ofrecerle una vida como la que ella había llevado. ¡Pero si vivía en un barco! Seguramente, los armarios de la casa de Amy eran más grandes que el barco entero.
Brendan suspiró. Era increíble cómo el dinero cambiaba las cosas. Podía imaginarse el futuro con ella. Primero, él dejaría que ella pagara un coche nuevo. Luego se irían de vacaciones aquí y allí. Y de repente, se comprarían una enorme casa, otro coche y se irían de vacaciones al Mediterráneo.
– Voy a quitar el árbol de navidad.
Brendan levantó la vista.
– ¿Qué?
– El árbol de navidad. Como no vas a estar aquí en Navidad, habrá que quitarlo alguna vez. Y las luces de fuera. He pensado que las voy a quitar hoy.
– No.
– Pero no lo puedes dejar hasta el último…
– Maldita sea, Amy, he dicho que no. Déjalo. No tienes por qué hacerlo.
– Solo trataba de ayudarte.
Por un instante, Brendan vio a la antigua Amy. A la muchacha llena de fuego y pasión, a la jovencita testaruda a la que había sacado del Longliner.
– No quiero quitarlo. Me gusta. Y todavía falta una semana para que me vaya.
Amy se acercó a él.
– He hecho una lista de las cosas que tienes que hacer. Lo primero, espero que hayas pensado en quién te va a cuidar el barco mientras tú no estés. También tendrás que ir a correos para avisar que vas a estar fuera. Y deberías hacer un hueco para ir a ver a tu familia antes de irte. Por otro lado…
– Para. No es la primera vez que me marcho y he llegado a estar más de cuatro meses fuera. Sé lo que tengo que hacer.
– Solo intentaba…
– Ayudarme, ya lo sé. Y te lo agradezco.
Amy lo miró fijamente.
– ¿Me has escrito la carta de recomendación?
– Había pensado hacerlo la semana que viene, cuando hayamos terminado el libro.
– El libro ya está terminado. No se puede mejorar más.
– Todavía faltan cosas.
– Lo estás retrasando deliberadamente.
– ¿Por qué iba a querer hacer eso?
– No lo sé, para retenerme. Brendan se levantó y la miró burlonamente.
– No sé para qué iba a querer retenerte. Lo único que hacemos es discutir -agarró el manuscrito, que estaba sobre el sofá, y lo puso sobre la mesa de la cocina-. ¿Entonces tienes decidido ir a Nueva York?
– No, todavía no he decidido nada. Brendan fue hacia el árbol de navidad y comenzó a jugar con un adorno.
– Ya sabes que, si quieres, puedes quedarte aquí. A mí me vendría bien que alguien cuidara del barco y tú tendrías así un sitio donde vivir hasta que decidieras qué vas a hacer. No te cobraría nada.
– Ya sé lo que quiero hacer. He pensado en aceptar tu oferta e irme a Turquía contigo.
– ¿Te vas a venir conmigo? -preguntó
Brendan sorprendido.
Amy se encogió de hombros e hizo un gesto expresivo con los ojos.
– Sí, iré contigo. Pero tenemos que llegar a un acuerdo. Iré por mí, no por ti. Y si allí no necesitas ninguna ayudante, me iré. Y otra cosa, el billete lo pagaré yo de mi sueldo.
Brendan cruzó el camarote con pasos largos y se acercó a ella. La agarró por la cintura y le dio un beso.
– Ya verás como todo sale bien.
– Pero si no, si decides que no me quieres a tu lado, me iré. Y si yo decido que no quiero quedarme, también me iré. Nada de ataduras, ni compromisos. Tenemos que ser fuertes y no dejarnos llevar por los sentimientos. Ninguno de los dos.
Aunque a Brendan no le gustaba lo que Amy estaba diciendo, estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa con tal de tenerla a su lado. Ya la haría cambiar de opinión después. Estarían más tiempo juntos y eso era lo que en realidad necesitaban para que la relación que tenían funcionara.
– Pero existe un problema.
– ¿Cuál?
– Mi pasaporte. Está en casa de mis padres. Cuando me fui, no se me ocurrió llevármelo. Tendré que llamarlos para que me lo envíen y decirles dónde voy. Pero ellos pueden negarse a mandármelo.
– ¿Tú crees? Amy asintió.
– Ya sabes que han contratado detectives para buscarme. Pero hay una manera de conseguirlo: llamar al ama de llaves, Hannah, y decirle que me lo mande.
– Y si no lo hace, te harás otro. Llamaré a mi abogado y le preguntaré lo que se necesita -la abrazó cariñosamente y la levantó en volandas-. Va a ser estupendo.
Amy colocó las manos en los hombros de él y lo miró a los ojos.
– Todavía no hemos hablado de mi sueldo.
– Lo discutiremos más tarde. Ahora que has decidido venir, tenemos que imprimir el manuscrito y enviarlo al editor. Luego tendremos que sacarte el visado y comprar algo de ropa cómoda. Necesitarás también unas botas.
Brendan la bajó al suelo, agarró su rostro entre las manos y la besó apasionadamente. Se sentía como si la hubiera rescatado de las fauces de la muerte. Estarían cuatro meses enteros juntos. Tendría cuatro meses más para convencerla de que lo suyo podía salir bien.
De repente, todos sus problemas parecieron evaporarse y la vida volvió a ser sencilla. Lo único que contaba era la relación entre ellos dos. Y así era como tenía que ser.
Capítulo 8
Amy tomó el móvil de Brendan y lo miró un rato antes de marcar, pensando en lo que iba a decir exactamente. Lo más probable era que su padre no estuviera, ya que solía marcharse a trabajar antes de las siete. En cuanto a su madre, esperaba que estuviera ocupada con alguna de las reuniones benéficas de los lunes. Así que, con un poco de suerte, podría hablar tranquilamente con Hannah.
Después de tres timbrazos, oyó su voz.
– Aquí la residencia de los Sloane.
– ¿Hannah?
– ¿Señorita Amelia?
A Amy se le saltaron las lágrimas al oír la voz de aquella mujer, que tanto la había cuidado de pequeña.
– Sí, soy yo, Hannah.
– Oh, cielos, señorita Amelia. Espere un momento y avisaré a su madre,
– No -gritó Amy, pero ya era tarde. Hannah estaba llamando a gritos a su madre. Amy estuvo a punto de colgar, pero poco después oyó la voz de su madre.
– ¿Amelia? Amelia, querida, ¿dónde estás? No cuelgues, solo quiero hablar contigo. Cariño, te echamos mucho de menos y estábamos muy preocupados. ¿Estás bien?
Amy sabía que no debía estar mucho rato al teléfono. Lo más probable era que el teléfono estuviera intervenido.
– Sí, estoy bien, mamá. Solo llamo para deciros que no os preocupéis por mí.
– Pues sí hemos estado preocupados. Especialmente Craig. Él…
– Mamá, no voy a casarme con Craig. No lo quiero. Ya sé que vosotros sí, pero yo no. Así que será mejor que os hagáis a la idea cuanto antes.
– Cariño, tienes que volver a casa -le rogó su madre-. Ya verás cómo lo arreglamos todo. No podemos pasar las navidades sin ti. Y tu abuela también necesita que estés a su lado. Está enferma y no sabemos si seguirá viva para la próxima navidad.