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– ¿Está enferma? ¿Qué le pasa? -preguntó alarmada.

– Sufrió un colapso. Los médicos creen que es del corazón. Está bastante enferma y necesita verte, cariño.

Amy sabía que debía colgar cuanto antes.

– Yo… no lo sé. Volveré a llamarte -dijo, cortando la comunicación con dedos temblorosos.

Después de aquello, no podía pensar en irse a Turquía. No creía que sus padres estuvieran utilizando a su abuela como trampa para que volviera, pero solo había una forma de saberlo. Fue a su camarote y comenzó a hacer la maleta. Cuando entró en el camarote de Brendan para recoger algunas cosas, él estaba dormido. Entre las sábanas, aparecía su cadera desnuda y parte del torso.

Después de recoger algunas de sus pertenencias, volvió a su camarote. No sabía cuánto tiempo iba a estar fuera, pero metió cosas suficientes para unos cuantos días. Luego fue por la cartera con los ahorros que guardaba en un cajón de la mesilla. Tenía unos cien dólares, lo que debería ser suficiente para ir en tren hasta Boston y pasar la noche en algún motel barato.

Cuando acabó de recoger todo lo necesario, salió al camarote principal. Pero allí se encontró con Brendan, que la estaba observando con evidente curiosidad.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó, frotándose los soñolientos ojos. Tenía puesto solo un pantalón de chándal.

– Tengo que irme -aseguró ella.

– ¿Dónde?

– A Boston. Tengo algo que hacer allí.

– ¿El qué? ¿Vas a recoger tu pasaporte?

– No -Amy comenzó a buscar su bolso-. Es que mi abuela se ha puesto enferma y quiero verla.

Brendan frunció el ceño mientras consultaba la hora en el reloj de pared.

– Te acompañaré. Si me esperas unos minutos, te llevaré en mi coche.

– No -respondió ella, sacudiendo la cabeza-, prefiero ir yo sola.

– ¿Y cuándo volverás?

– No lo sé -dijo, agarrando el abrigo y el bolso.

– Pero vas a volver, ¿no?

Amy subió los escalones para salir a cubierta. Justo antes de atravesar la puerta, se volvió hacia él.

– No lo sé. No sabré nada hasta que la vea.

Brendan soltó una maldición antes de acercarse a ella y agarrar su rostro entre las palmas de las manos, obligándola a mirarlo a los ojos.

– No voy a dejarte marchar -se inclinó sobre ella y la besó-. No puedes irte así. ¿Qué sucederá si no vuelves?

– Tengo que irme.

– Pero, ¿por qué? ¿Quieres regresar a tu antigua vida? ¿No prefieres quedarte conmigo?

– Si a mi abuela le pasara algo y no pudiera hablar con ella más, nunca me lo perdonaría. La admiro mucho y quiero que sepa cómo me va. Necesito demostrarle que estoy bien.

Brendan se la quedó mirando largo rato y luego su expresión se suavizó.

– Deja que te lleve al menos a la estación. Te prometo que estaré listo en unos minutos.

Brendan fue a su camarote y Amy se quedó esperándolo en la puerta. Echó un vistazo a su alrededor para memorizar cada detalle. Tuvo la extraña sensación de que no volvería a ver aquel barco.

Brendan volvió enseguida y agarró su maleta. Salieron juntos a la cubierta y Brendan bajó el primero al muelle, ayudándola luego a bajar a ella. Mientras él la sujetaba todavía por la cintura, ella apoyó las palmas de las manos sobre su pecho. No se había ido todavía, y ya estaba empezando a echarlo de menos. Se le iba a hacer eterno el tiempo que estuviera fuera.

Brendan la tomó de la mano y echaron a andar por el muelle.

– ¿Estás segura de que no quieres que te lleve a Boston?

– Tienes que acabar el manuscrito – dijo-. Y todavía te quedan por hacer bastantes cosas antes de irte.

Él se detuvo y la miró a los ojos.

– Antes de que nos vayamos.

Ella asintió.

– Bueno, sí. Antes de que nos vayamos.

Cuando llegaron al coche, Brendan metió el equipaje en el asiento de atrás y luego fue a abrirle la puerta a Amy. Ella entró y cruzó las manos sobre el regazo, tratando de tranquilizarse. Le daba miedo volver, pero necesitaba ver a su abuela.

Pocos minutos después, llegaron a la estación. Justo en ese momento un tren se detenía. Corrieron a sacar un billete para el tren de Boston, que partía en cinco minutos. Luego fueron al andén y, una vez allí, Brendan dejó su maleta en el suelo.

– ¿Estás segura de que quieres ir sola?

Amy asintió.

– Con un poco de suerte, podré ver a mi abuela sin que mis padres se enteren. Tiene una casa en Beacon Hill. Solo espero que esté allí y no en el hospital.

El pitido del tren sobresaltó a Amy, quien se dispuso a recoger su maleta. Pero Brendan le agarró la mano antes de que lo hiciera y se la besó.

– Amy, tengo que decirte algo.

– ¿El qué?

– Que te amo -le aseguró, tomándola en sus brazos y besándola apasionadamente.

Luego, agarró la maleta y echó a andar hacia el tren.

Después de subir, Amy se quedó mirándolo, como si quisiera memorizar sus rasgos. Él estaba igual de guapo que cuando lo había conocido. Con una barba incipiente sombreando sus mejillas.

Entonces el tren empezó a moverse.

– Te quiero -gritó ella entonces-, te quiero Brendan Quinn.

Poco a poco, el tren se fue alejando y, cuando ya no pudo verlo, se sintió muy sola. Más que nunca en toda su vida. Se tocó el pecho y trató de contener las lágrimas. Brendan Quinn le había dicho que la amaba.

Brendan estaba frente al pub Quinn's, contemplando la fachada mientras caía una suave nevada. El letrero, con dos jarras de cerveza, se reflejaba sobre las cristaleras y, cada vez que se abría la puerta, se oía el sonido de una banda de música celta. Era jueves por la noche y probablemente estaba lleno. Dos de sus hermanos estaban trabajando dentro y seguramente habría más miembros de su familia, disfrutando de una pinta de Guinness.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó su móvil para comprobar que tenía batería. Últimamente, el teléfono se había convertido en una especie de salvavidas.

Había esperado una llamada de Amy la primera noche para que le contara cómo iba todo. Y como tampoco lo había llamado al día siguiente, estaba empezando a preocuparse. Se preguntaba si no debería telefonear él.

Aquella noche, había decidido salir a despejarse y se había acercado al pub de su padre. Por si acaso ella volvía, le había dejado una nota en el barco, avisándola que le telefoneara cuanto antes.

De camino al pub, había pensado en la posibilidad de acercarse a Boston. No le sería difícil dar con la mansión de los Aldrich. Pero tenía miedo de que ella hubiera decidido no regresar. El hecho de que no lo hubiera llamado podía significar que había decidido cortar toda relación con él.

La mañana en que se había marchado, ambos se habían confesado su amor, pero si ella lo amaba de verdad, ¿por qué no le había telefoneado? Solo faltaban cuatro días para el vuelo a Turquía.

– Dale otro día -se dijo Brendan-. Y si no vuelve, mañana irás a buscarla.

Brendan cruzó la calle y entró al pub. Normalmente, el ambiente le resultaba agradable, pero aquella noche le parecía un lugar demasiado ruidoso. Fue a sentarse a un taburete frente a la barra.

Pocos segundos después, se acercó Conor.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¿Qué pasa? ¿No puedo acercarme a tomar una cerveza o qué? -bromeó Brendan.

– ¿Dónde está Amy? -le preguntó Conor-. ¿La has dejado sola?

Brendan sacudió la cabeza y Conor intuyó que algo no marchaba bien.

– ¿Qué sucede?

– Nada -respondió Brendan, mirando a su alrededor mientras pensaba en cómo cambiar de tema.

De pronto, se fijó en una chica morena que estaba en la zona de camareros. Le pareció que la conocía de algo.

– ¿Es una camarera nueva? -le preguntó a Conor.

Su hermano se la quedó mirando mientras Liam le llenaba la bandeja de bebidas.