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– Se llama Keely Smith -dijo finalmente Conor-. Liam la contrató.

– Me suena haberla visto antes -dijo Brendan-. ¿Es del barrio?

– No creo. Pero solía venir al pub y, cuando vio el cartel de que se necesitaba una camarera, solicitó el puesto -Conor le dio un golpe cariñoso en el hombro-. Pero no me digas que has venido a ver a las camareras…

– No. Ponme una pinta de Guinness. Conor fue a servirle un vaso.

– ¿Sabes? Los camareros tenemos un don especial para solucionar los problemas de los clientes -le dijo a Brendan cuando volvió con su Guinness-. Y estoy seguro de que a ti te pasa algo.

Brendan bebió un buen trago de cerveza y luego se relamió el labio superior.

– Se ha ido -confesó.

– ¿Amy? Brendan asintió.

– Se fue anteayer para ir a ver a su abuela, que se había puesto enferma. Pero no me ha llamado y estoy empezando a pensar que no va a volver. Se suponía que nos íbamos a marchar juntos a Turquía dentro de cuatro días.

– ¿Vas a ir a Turquía a pasar las navidades?

– Voy a hacer un trabajo allí. Conor sacudió la cabeza.

– Pensaba que pasarías el día de Navidad con nosotros. Olivia y Meggie están planeando celebrarlo por todo lo alto. Querían que estuviéramos todos.

Brendan se encogió de hombros y luego sacó los regalos que había ido a comprar con Amy.

– Toma. Ponlos debajo del árbol.

– ¿Le has comprado un regalo a Olivia?

– Y también a Meggie -dijo Brendan-. Son unos pendientes hechos de cristal de mar. Amy me ayudó a elegirlos.

Conor parecía impresionado.

– ¡Unos pendientes! Me parece muy buen regalo.

– Sí -asintió Brendan-. ¿Sabes? Yo no quería enamorarme de ella. Hice todo lo posible para evitarlo. Y justo cuando le confieso que la quiero, ella se va.

– Ve a buscarla.

– Sí, claro, solo tengo que aparecer en la puerta de la mansión de los Aldrich y decirle a su padre que quiero casarme con su hija.

– ¿Quieres casarte con ella?

– En un futuro, sí. Eso es lo que suelen hacer las parejas que se quieren, ¿no?

Conor soltó una carcajada y luego le hizo una seña a Liam, que estaba en el otro extremo de la barra.

– Brendan va a casarse -le dijo. Pocos segundos después, Liam estaba a su lado. Justo entonces, apareció Dylan, y Brendan comentó que ya solo faltaban los gemelos. Pero Conor lo informó de que no habían ido aquella noche, así que tendrían que esperar para enterarse de la buena noticia.

– ¿No estás yendo muy deprisa, Conor? – le preguntó Brendan-. Se ha marchado. Así que, ¿cómo diablos voy a pedirle que se case conmigo?

– ¿Cuándo vas a presentárnosla? -le preguntó entonces Dylan-. ¿Por que no has venido hoy con ella?

– Está… ocupada -dijo Brendan.

– No tan ocupada -replicó Conor, haciendo un gesto hacia la puerta.

Brendan se giró despacio y le dio un vuelco el corazón cuando vio su bonito rostro. Se levantó corriendo y fue hacia ella.

– Amy, ¿qué estás haciendo aquí? -dijo, agarrándole las manos y apretándoselas.

– Estuve en el barco y vi tu nota. Tenemos que hablar -añadió, mirando a su alrededor algo nerviosa.

– Vamos fuera -dijo Brendan, pensando que allí había mucho ruido.

Nada más salir se fijó en el Bentley que había parado enfrente del pub.

– ¿Es tuyo?

– Es de mi abuela. Se lo dio mi padre. Brendan soltó una carcajada.

– ¿Has venido en un Bentley a este barrio?

– Bueno, me ha traído el chófer de mi abuela.

– ¿Has traído tus cosas o las has dejado en el barco? ¿Tenías el pasaporte en casa de tus padres?

Amy se mordisqueó el labio inferior mientras lo miraba a los ojos.

– He venido porque quiero despedirme de ti. No puedo ir contigo, Brendan.

– ¿Qué estás diciendo?

– Tengo que quedarme. Mi abuela me necesita.

– Pero íbamos a ir juntos.

– Pues vas a tener que ir tú solo -Amy respiró hondo-. Los dos sabíamos que no podía salir bien, Brendan. Existen demasiados impedimentos. Tu trabajo, mi familia… Ambos tenemos metas distintas en la vida.

– Pero hasta hace unos días, nos gustaban las mismas cosas. Nos gustaba estar juntos. ¿Qué ha cambiado?

– Hemos vivido en medio de una fantasía. Tú realmente no necesitas una ayudante, solo me contrataste para darme trabajo. Pero yo no necesito ningún trabajo. Dentro de dos meses, heredaré dos millones de dólares y podré comprar todo lo que quiera.

– Y si eso es lo que querías, ¿por qué te marchaste de tu casa? ¿Y por qué te quedaste a vivir conmigo?

– Porque pensaba que podía convertirme en una persona diferente. Y durante un tiempo, lo conseguí, pero luego me di cuenta de que por mucho que me empeñe, no conseguiré nunca ser una persona normal. Siempre me perseguirá mi origen social.

– Sé que yo no puedo ofrecerte nada que no puedas conseguir por ti misma -dijo Brendan-, excepto la promesa de estar siempre a tu lado.

Amy sonrió.

– Lo sé, y sé lo difícil que es encontrar algo así -dijo ella, acariciándole la mejilla-. Lo hemos pasado muy bien y nunca olvidaré lo que hiciste por mí. Me ayudaste cuando no tenía dónde ir y me diste la oportunidad de ser algo más que una rica heredera.

Brendan la besó con ternura, pero ella se apartó finalmente.

– Ven conmigo -insistió él.

– No puedo.

– Te quiero -aseguró Brendan, mirándola a los ojos.

Una lágrima comenzó a rodar por la mejilla de ella.

– Y yo también te quiero a ti, pero eso no es suficiente. Creo que, si me quedo a tu lado, acabarías lamentándote de ello.

– Nunca -dijo él.

Amy tocó los labios de él y le sonrió como si no pudiera creerle. Luego, le dio un beso breve y echó a correr hacia su coche.

Brendan no estaba seguro de cuánto tiempo estuvo allí, con la mirada perdida, mirando hacia donde el coche de ella había desaparecido. Solo reaccionó cuando notó que hacía mucho frío.

No podía creerse que la relación con Amy hubiera terminado. No podía dejarla salir de su vida sin una explicación razonable. Soltó una maldición y cruzó la calle para entrar en su coche. Pero, antes de arrancar, esperó a tranquilizarse un poco.

– Yo no quería enamorarme -se dijo Brendan-, así que, ¿qué me importa? Me iré a Turquía y allí me olvidaré de ella.

Pero mientras se ponía en marcha tuvo que admitir que le iba a resultar tan difícil olvidarse de ella como le había resultado mantenerse lejos de ella.

– ¿Qué tal estás hoy, abuela? -Amy entró en el dormitorio de su abuela con una bandeja de plata.

Al ver que su abuela estaba sentada en la cama, leyendo una revista, sonrió.

– Estoy bastante bien. Así que creo que ya es hora de que empiece otra vez a hacer mi vida normal.

Amy se sentó en la cama y tuvo que admitir que su abuela no tenía aspecto de estar enferma.

– El médico dice que necesitas descansar. Mañana podrás levantarte unas cuantas horas, pero va a pasar un tiempo antes de que puedas recobrar tu ritmo normal de vida.

– Bueno, pues entonces serás tú quien vuelva a hacer su vida -dijo Adele Aldrich-. No deberías pasar tanto tiempo cuidando de una anciana.

– Abuela, tú de anciana tienes poco. Estoy segura de que no hay una mujer de ochenta años más joven que tú en Nueva Inglaterra.

Su abuela le dio una palmadita mano.

– Vamos a tomar una taza de té las dos juntas, ¿quieres, cariño?

Amy alcanzó la bandeja y sirvió dos tazas de té. Luego, le dio una a su abuela.

– Estoy tan contenta de que te encuentres mejor… Estaba muy preocupada por ti.

– Y yo también por ti. Nunca pensé que todo lo que te conté de buscar aventuras te impulsaría a escaparte.

– Bueno, lo único que me dijiste fue que debía controlar mi propia vida y es lo que hice.