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Su abuela bebió un trago de té y dejó la taza sobre el platito.

– Y si lo has pasado tan bien, ¿por qué pareces tan triste? Tienes que contarme tu viaje detalladamente, Amelia.

– Bueno, tuve varios trabajos y viví en sitios bastante interesantes -hizo una pausa y tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener la emoción-. Y me enamoré.

La abuela la miró, arqueando las cejas.

– ¡Ah, eso explica lo triste que estás! ¿Te importa contármelo con más detalle?

– Fue fantástico. Él era un hombre dulce y considerado. Me conoció cuando trabajaba de camarera en un bar y no le importó. Le gusté como persona y no le importó que no tuviera dinero. Me ofreció un lugar donde vivir y me dio trabajo.

– ¿Y a qué se dedica ese joven? -preguntó Adele.

– Es escritor y yo lo ayudé con el libro que estaba escribiendo.

– ¿Y qué tal en la cama? ¿Os lo pasabais bien?

Amy tosió.

– ¡Pero, abuela, no puedes preguntarme algo así!

– Bueno, nosotras siempre hemos sido sinceras la una con la otra y tengo que saber todos los detalles para evaluar mejor la situación.

– Lo que pasa es que eres una cotilla. Pero ya que lo quieres saber, nos lo pasábamos muy bien en la cama.

– ¿Mejor que con Craig? Amy soltó una risita.

– Sí.

– Me alegro, porque a mí nunca me gustó ese muchacho. Tiene la mirada furtiva y nunca me ha gustado la gente que no te mira a los ojos cuando habla.

– Toda mi vida me he portado como una hija modelo, de la que mis padres pudieran sentirse orgullosos. Pero yo no sabía quién era en realidad. Así que me di cuenta de que no estaba preparada para casarme y por eso me marché. Supongo que tú ya lo habías adivinado, ¿verdad? Adele asintió.

– ¿Y has averiguado quién eres en realidad?

– Creo que sí. Al menos, estoy más cerca de conseguirlo que antes.

– ¿Y ese hombre, el escritor, te ha ayudado a lograrlo?

– Sí -respondió Amy-. Con él me siento libre.

– ¿Y dónde está ese hombre tan maravilloso? ¿Por qué no lo has traído para que lo conozca?

– Está en Turquía -dijo, mirándose los dedos mientras se los retorcía en el regazo-. Se fue ayer y estará fuera cuatro meses. Me pidió que fuera con él, pero le dije que no.

– ¿Por qué?

– Por muchas razones.

– Espero que no fuera yo una de ellas. Amy apretó con fuerza la mano a su abuela.

– En cuanto me enteré de que estabas enferma, decidí volver corriendo.

– Pero ya estoy mejor. Así que puedes irte a Turquía si quieres.

– Es que no solo es eso -explicó Amy-. Él es un hombre orgulloso y, dentro de poco, yo seré una mujer muy rica. Por otra parte, papá nunca aprobará nuestra relación.

– Oh, no te preocupes por tu padre. Es un carcamal. Te lo digo yo, que le di a luz. Él nunca tuvo el más mínimo espíritu aventurero y tampoco quiere que tú lo tengas -la abuela señaló la mesa que había junto a la ventana-. Tráeme el álbum.

Amy fue por el elegante álbum de fotos y se lo llevó a su abuela. Adele lo abrió y pasó las hojas despacio. Finalmente se paró cuando llegó a una foto en la que estaba ella de joven con un traje de piloto de avión.

– Mira -le dijo a su nieta-, esta foto es del día en el que comencé a trabajar para el ejército. Mi padre no quería que aprendiera a volar, pero yo quería ayudar a nuestros hombres, que se habían ido a la guerra.

– Pilotabas aviones de suministro, ¿verdad?

– Sí, y así conocí a tu abuelo, que era piloto de las Fuerzas Aéreas. Era un hombre encantador y muy guapo. Me enamoré de él locamente y nos los pasábamos estupendamente en la cama.

– Abuela, siempre he pensado que naciste en la época equivocada. Viviste tu propia vida, mantuviste tu nombre de soltera cuando te casaste y te opusiste a la voluntad de tu padre. Y tuviste la suerte de encontrar a un hombre que aceptaba tu origen social.

– Tu abuelo era muy pobre cuando nos conocimos y también muy orgulloso. Quería irse a California cuando acabara la guerra y hacerse granjero. Y yo decidí irme con él, sin importarme lo que opinara mi padre.

– ¿Y él? ¿Aceptó bien el que tú fueras rica?

– Nunca tocamos el dinero de mi herencia. Vivimos siempre del dinero que él ganaba. Parte de mi herencia la fui dando en actos de caridad, luego le di el dinero suficiente a tu padre para que montara su propio negocio y, una vez murió tu abuelo, he utilizado lo que me quedaba para llevar una vida cómoda. Así que ya ves que es posible, Amelia. Puedes conseguir que funcione.

– Pero papá nunca me dejará que rechace su dinero.

– Cariño, ese dinero fue mío antes que de él y, si tú decides rechazarlo, él no podrá decir nada -se inclinó hacia Amy y le dio un beso en la mejilla-. Vive tu vida, Amelia, y arriésgate. Vete a Turquía y dile a ese hombre lo que sientes.

– No sé dónde está.

– Contrata a algún detective con el dinero de tu herencia.

– Todavía no tengo mi herencia.

– Sí que la tienes. Como yo soy la responsable, acabo de decidir que la recibas inmediatamente. El dinero es tuyo Amelia, así que utilízalo en correr todas las aventuras que desees.

Amy abrazó a su abuela.

– Gracias. No te defraudaré, abuela.

– Ya lo sé. Lo único que tienes que hacer es vivir tu propia vida. Y con un poco de suerte, te casarás con ese hombre y me darás muchos biznietos.

Capítulo 9

La mansión de los Sloane, en Chestnut Hill, era una finca aristocrática, con verjas para mantener alejada a la chusma. Brendan se detuvo frente a la puerta, decorada con elegantes adornos navideños, y echó un vistazo a través de los cristales helados de su coche.

De pronto, le entraron ganas de salir huyendo, pero finalmente apagó el motor y salió del coche. Antes de ir allí, había ido a la mansión de la abuela en Beacon Hill, donde una criada lo había informado de que tanto su señora, como la nieta de esta, habían ido a la mansión de Chestnut Hill.

Cuando llegó a la puerta principal, vio que esta tenía una enorme aldaba, pero pensó que esta debía de ser solo un adorno y decidió pulsar el pequeño timbre que había al lado.

Mientras esperaba, se alisó la chaqueta y se atusó el pelo revuelto por el viento. Poco después, le abrió la puerta una anciana vestida de negro, con un delantal blanco.

– ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó, sonriendo.

– Me gustaría ver a Amy… quiero decir, a Amelia Aldrich… Sloane.

La mujer lo miró de arriba abajo.

– Pase -dijo, echándose a un lado. Al ver el increíblemente lujoso vestíbulo, decorado con motivos navideños, se quedó impresionado.

– El señor le recibirá en la biblioteca – dijo la mujer-. Sígame.

– No he venido a ver al señor Sloane.

– El señor Sloane recibe siempre a las visitas.

El ama de llaves lo condujo hasta la biblioteca y, una vez allí, llamó a la puerta y entró sola, dejándolo fuera. Poco después, la mujer salió y le hizo una seña para que entrara.

– Pase -le dijo Avery Aldrich Sloane desde detrás de su despacho.

El padre de Amy, que era un hombre de complexión media y pelo canoso, se levantó y le tendió la mano.

– Soy Avery Sloane -se presentó.

– Brendan Quinn -contestó Brendan, estrechándole la mano.

– Siéntese, por favor -dijo Sloane, señalando una silla de cuero-. ¿Ha venido a ver a Amelia?

Brendan asintió.

– ¿Está aquí?

– ¿Puedo preguntarle para qué quiere verla?

– Bueno, somos amigos. Pero no ha contestado usted a mi pregunta. ¿Está aquí?

– Usted debe de ser el escritor que vive en un barco, ¿no es así?

Brendan estaba empezando a impacientarse.

– ¿Está ella aquí o no? Porque, si no está, me iré inmediatamente.