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– Sí está aquí -respondió Sloane-. Pero no sé si quiere verlo.

– ¿Y no cree que deberíamos dejar que sea ella quien decida?

– Amy no siempre sabe lo que es mejor para ella.

Brendan soltó una maldición y se levantó, apoyándose en la mesa de caoba.

– Con el debido respeto, señor Sloane, no creo que usted conozca a su hija en absoluto. Amy es una mujer guapa e inteligente, decidida a vivir su propia vida. Así que, si usted la obliga a hacer algo en contra de su voluntad, ella volverá a salir huyendo. Y quizá para entonces yo ya no esté allí para salvarla.

Sloane se quedó mirándolo fijamente durante largo rato y luego asintió.

– Parece usted un hombre razonable – dijo, abriendo un cajón y sacando una chequera Sloane rellenó uno de los cheques, lo arrancó y lo tendió hacia él.

– No quiero su dinero. Lo único que quiero es hablar con Amy.

– Y hablará usted con ella. Ahora, tome el cheque.

– No me importa lo que me ofrezca. No pienso irme.

– No quiero que se vaya -dijo Sloane-. Deseo que se case con mi hija.

– ¿Qué?

– Esta es su dote. Tómela y Amy será suya.

– ¿Quiere que me case con Amy?

– Por alguna extraña razón, ella parece haberse enamorado locamente de usted y su abuela me ha dicho que, si me opongo a su unión, me hará la vida imposible.

Brendan agarró el cheque y se quedó mareado de ver la cantidad de ceros que había en él. Luego se lo devolvió.

– Puede usted quedarse su dinero.

– ¿Es que no va a casarse con ella?

– Sí, pero no quiero su dote. Aprecio mucho su ofrecimiento, pero ahora me gustaría hablar con su hija.

– Muy bien -dijo Sloane, haciendo un gesto hacia la puerta-. Está arriba, con su abuela.

Brendan se encaminó a la puerta, pero justo cuando iba a salir lo detuvo la voz de Sloane.

– Una cosa más -cuando Brendan se dio la vuelta, Sloane le tiró una pequeña bolsa de terciopelo. Dentro había un anillo con un diamante increíble-. Es una reliquia de la familia y la abuela quiere que sea para ella. No estoy diciendo que usted no se pueda permitir comprarle un anillo, es solo una tradición familiar y estoy seguro de que a Amelia le gustará mucho.

Brendan se quedó mirando fijamente el anillo y luego asintió.

– Gracias.

Luego, salió al pasillo y volvió al vestíbulo, en donde estaba la escalera que llevaba al segundo piso. Subió corriendo. Al llegar al rellano vio que había un montón de puertas. En ese momento, una anciana abrió una de ellas.

– Estoy buscando a Amelia -dijo Brendan-. ¿Sabe usted dónde está?

– Tú debes de ser Brendan -dijo la mujer, sonriéndole y tendiendo la mano hacia él-. Yo soy Adele Aldrich, su abuela. Tengo entendido que eres el cuñado de Olivia Farrell. Olivia y yo somos buenas amigas. Justo ayer me llamó para informarme de que había visto un escritorio que sería perfecto para mi…

La mujer se detuvo y le sonrió, disculpándose.

– Bueno, eso ahora no importa -añadió-. Ven conmigo. Tú y yo vamos a tener una pequeña charla.

– Pero es que quiero ver a Amy.

– Solo nos llevará unos minutos. Adele lo condujo a una elegante habitación con chimenea. La anciana se sentó en un sillón y Brendan se sentó frente a ella.

– Supongo que ya has hablado con mi hijo. Habrás comprobado por tanto que él no se opondrá a vuestra boda, pero antes de nada quiero hacerte saber cuáles son mis condiciones para permitir vuestra unión.

– Yo solo…

– Déjame terminar -le ordenó Adele con un tono educado, que sin embargo no admitía réplica-. Quiero que me prometas que no tratarás de cambiarle el carácter cuando os caséis. Ella es una mujer independiente y a veces incluso testaruda, pero no debes intentar cambiarla.

– Nunca lo haría. Esa es una de las razones por las que me gusta tanto.

– Y luego está lo de los nietos. Tienes que prometerme que me haréis bisabuela muy pronto -dijo la mujer con una enorme sonrisa.

Brendan soltó una carcajada.

– Bueno, eso es cosa de Amelia también. Yo, por mi parte, le aseguro que estoy deseando tener hijos. Pero creo que nos estamos anticipando. Ni siquiera le he pedido todavía que se case conmigo.

– Está en la habitación al final del pasillo -dijo ella, tendiendo la mano hacia él.

Cuando Brendan llegó a su altura y la ayudó a levantarse, la mujer le dio un beso en la mejilla.

– Me recuerdas a mi Richard -añadió-. Fuimos muy felices juntos y espero que vosotros también lo seáis.

– Lo intentaré -dijo Brendan.

Luego, salió al pasillo y volvió al vestíbu-

– Ahora, ve a ver a Amy.

Brendan salió de la habitación y se acercó a la puerta que le había indicado la anciana. Pero cuando llamó, no contestó nadie. Entró y vio que la habitación estaba vacía. En ese momento, oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo y se dio la vuelta.

Amy, al verlo allí, quiso echar a correr y arrojarse en sus brazos. Pero como no sabía en realidad a qué había ido, se contuvo.

Él también parecía sorprendido y Amy se dio cuenta de que era por su cambio de aspecto. Se había quitado el tinte rubio del pelo y lo llevaba recogido en una coleta. También se había quitado los pendientes y llevaba un jersey de cachemira y unos pantalones de paño. Lo único que le podía recordar a la Amy que él había conocido era el collar con el cristal de mar.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– He venido a verte.

La voz grave y cálida de él despertó inmediatamente su deseo. Recordó el sonido de aquella voz hablándole al oído mientras hacían el amor. Tuvo que tragar saliva.

– Pero se supone que debías estar en Turquía.

– He retrasado el viaje -aseguró él-. Quería pasar el día de Navidad en Boston. Pero estás muy diferente, Amy. Muy guapa, pero diferente.

Fue hasta ella y estiró la mano como si fuera a tocarle el pelo. Finalmente se detuvo.

– Me gusta, aunque también me gustaba el otro color.

– ¿Por qué no te has ido? -le preguntó ella, acercándose al sofá y sentándose. Él se sentó a su lado.

– Porque tenemos que hablar -Brendan tomó la mano de Amy-. Acabo de tener una interesante conversación con tu padre y parece que está de acuerdo en que nos casemos.

– ¿Casarnos? -preguntó Amy, asombrada.

– Bueno, creo que en realidad él ha dado su consentimiento, pensando que tú no aceptarías, por llevarle la contraria. También he tenido una pequeña charla con tu abuela. Es una mujer increíble.

– ¿Con que habéis estado todos conspirando a mis espaldas? Incluso tú, Brendan, parece que quieres planificar mi vida -dijo ella, levantándose muy enfadada-. Pensé que no eras así.

– No hemos estado conspirando -se defendió él, poniéndose también en pie y agarrándola por un brazo-. Estoy aquí porque quiero casarme contigo. No quiero pasar ningún otro día sin ti. Cásate conmigo, Amy, por favor.

– Sí, claro, y ahora se supone que tengo que decirte que sí mientras me echo a llorar, ¿verdad? -dijo ella, soltando una carcajada.

Brendan se sacó del bolsillo una pequeña bolsa de terciopelo y luego extrajo de ella un anillo. ¡El anillo de su abuela!

– Te quiero Amy. Te amo desde que te vi por primera vez en el Longliner y te amaré siempre. ¿Quieres casarte conmigo?

– ¿De dónde has sacado ese anillo?

– Me lo dio tu padre. Me dijo que era una tradición familiar y que seguro que te gustaría tenerlo -le agarró la mano y comenzó a ponerle el anillo.

Pero Amy se apartó y se lo tiró. El anillo cayó sobre la alfombra.

– No me casaré contigo. Ni ahora, ni nunca.

– Muy bien. Eso es exactamente lo que quiere tu padre que hagas. Así que la única que ha sido manipulada aquí has sido tú.

– Vete de aquí ahora mismo -dijo ella-. No quiero volver a verte.