Era como si su héroe, de pelo negro y rasgos viriles, apareciera para rescatarla de nuevo. Amy tragó saliva y sintió un estremecimiento de deseo, que se negó a admitir. Era por el frío. Llevaba quince minutos en la calle y se había quedado fría, por eso se estremecía.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó al hombre, que se paró delante del banco.
– Quería dar un paseo para ordenar un poco las ideas. ¿Y tú? No deberías estar aquí sola. ¿Estás esperando a alguien para que te lleve a casa?
– Pues si te digo la verdad, aquella era mi casa -afirmó, señalando al Longliner-. Vivía encima del bar hasta hace quince minutos. Hasta que tú hiciste que me echaran del trabajo y de la habitación.
– ¿Yo?
– Lo que has oído. Por tu culpa, he perdido mi trabajo y mi habitación, sin mencionar dos comidas al día. Ya te dije que yo podría hacerme cargo de aquel hombre.
– ¡Pero te estaba manoseando! Amy se echó a reír.
– No vas mucho por el Longliner, ¿verdad? Eso es lo normal. Además, te tocan un poco aquí y otro poco allá, y eso hace que luego te den más propina. Además, conozco cuáles son mis límites.
– El dueño no tenía que haberte echado
– dijo Brendan, moviendo la cabeza-. Esa pelea no fue culpa tuya. Deja que hable con él. Yo…
– Era la tercera pelea que se organizaba por mi culpa. Me imagino que el hombre estaba un poco harto de tener que pagar los vasos y las mesas rotas.
Brendan se sentó a su lado.
– ¿No tienes familia o amigos a quien llamar?
Amy negó con la cabeza, conmovida por su expresión preocupada.
– No. Mi familia vive en la costa oeste – mintió-. Además, no tenemos mucha relación. Y como no llevo mucho tiempo aquí, no tengo amigos todavía.
– ¿Entonces dónde vas a ir?
– No lo sé. Ya se me ocurrirá algo.
– Me imagino que no tendrás dinero para pagar una habitación en un motel, ¿no?
La muchacha notó preocupación y remordimiento en la voz de él. El pobre creía de verdad que la habían echado por su culpa, cuando ella sabía que no era así en realidad. Se metió las manos en el bolsillo y sacó el dinero que había conseguido con las propinas, apenas treinta dólares.
– Es culpa tuya, lo sabes. Yo me estaba haciendo cargo de la situación. Si no te hubieras metido, no habría pasado nada. Pero me sacaste de ahí y todo se lió.
– Pero si no te hubiera sacado, te habrían hecho daño.
– Eso no podemos saberlo.
Se quedaron en el banco un rato largo, mirando hacia el puerto. Con cada respiración, se formaba una nube blanca delante de sus caras. Hasta que Brendan se levantó y agarró en una mano la bolsa y en otra la maleta.
– Ven, vamos.
Amy se levantó y le quitó la maleta.
– ¿Dónde vamos?
– Puedes dormir en mi barco. Hay otra habitación para la tripulación. Es limpia y caliente. Puedes pasar allí la noche y ya buscaras mañana trabajo y otra habitación.
Amy soltó un suspiro, completamente sorprendida por su ofrecimiento.
Ella había creído que lo que haría él sería darle unos cuantos dólares para pagarse una habitación.
– ¿Pasar la noche contigo? ¡Si ni siquiera sé cómo te llamas! ¿Cómo sé, además, que no eres un psicópata?
– Yo también estoy suponiendo que tú no lo eres.
– ¿Cómo te llamas?
– Brendan Quinn. ¿Y tú?
– Amy Aldrich -lo miró un rato en silencio-. Brendan Quinn. Me imagino que no parece el nombre de un asesino.
– Ya te lo he dicho. Soy escritor. La muchacha se acercó, lo agarró de la barbilla y movió su cara para que le diera la luz de la farola.
– Tienes cara de buena persona. Soy muy intuitiva y sé que estaré a salvo contigo.
– Te prometo que será así. Y me alegro de conocerte, Amy Aldrich.
Comenzaron a caminar hacia el muelle. Amy miraba a Brendan de vez en cuando. Era muy guapo. Se había fijado en él nada más verlo entrar en el bar. Llevaba el pelo más largo de lo normal y tenía barba de un día. Pero a ella le habían llamado la atención sus ojos. Eran una mezcla extraña de verde y dorado, verdaderamente raros.
Cuando llegaron al barco, Brendan tiró el equipaje a la cubierta y luego ayudó a Amy a subir. Ella, una vez a bordo, agarró la maleta y fue hacia el camarote. Al entrar, dio un suspiro de alivio. Aunque sería un lugar extraño para dormir, sabía que allí estaría a salvo. Y no solo eso, pensó que sería un lugar ideal para vivir unos meses.
– ¿Te apetece algo de comer? -le preguntó Brendan.
Amy asintió y miró a su alrededor, tratando de averiguar algo sobre la vida de aquel hombre. Desde luego, vivía cómodamente. Aunque el interior del camarote no era lujoso, sí era muy cómodo. Y muy ordenado. Las estanterías llenas de libros y el portátil demostraban que era escritor.
– ¿Dónde dormiré yo? -preguntó.
– En la primera puerta de la derecha según sales al pasillo. Hay una litera vacía.
– ¿Dónde está la proa?
– ¿Sabes algo sobre barcos? -preguntó Brendan.
Amy se encogió de hombros mientras iba hacia donde él había señalado.
– Mi padre tenía una pequeña embarcación.
En realidad, su padre tenía una embarcación enorme. Un yate en el que su madre se pasaba los veranos viajando por el Mediterráneo mientras su padre se quedaba en Boston. Tiró sus cosas sobre una de las camas inferiores y luego buscó ropa limpia en una de las bolsas. La que llevaba olía a tabaco y alcohol.
Salió del cuarto de baño después de haberse cambiado de ropa y refrescado la cara. Entonces se encontró con que Brendan la estaba esperando sentado a la mesa. Ella se sentó a su lado y se tomó un vaso de leche que Brendan le había servido.
– Te agradezco mucho todo esto -dijo, bebiendo un sorbo de leche y pasándose la lengua por los labios para limpiárselos.
– Es un placer -contestó él, mirándola fijamente a los labios.
Para distraerlo, Amy dio un mordisco al sandwich de jamón que también Brendan le había preparado.
Estaba tan acostumbrada a comer comida barata, que un simple sandwich de jamón le sabía a gloria.
– ¿Por qué te metiste en medio? Había un montón de hombres y tú fuiste el único que acudió en mi ayuda. ¿Por qué?
– No lo sé. Pensé que necesitabas que alguien te ayudara.
– Y ahora, ¿por qué me estás ayudando otra vez?
– Quizá porque, cuando era pequeño, mi padre nos contaba a mis hermanos y a mí historias sobre nuestros antepasados. Eran héroes. Caballeros valientes y fuertes.
Amy sonrió y se acercó para darle un beso breve en la mejilla.
– Me alegro de que fuera así -después de agarrar su sandwich y su vaso de leche, se levantó de la mesa-. Hasta mañana.
Cuando llegó al camarote, cerró la puerta y se apoyó en ella. Luego sonrió y dio otro mordisco al sandwich. Era bonito tener un héroe que cuidara de ella. Alguien a quien le importara más su seguridad que su dinero. Pero, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar aquel desconocido para ayudarla?
Amy dio un suspiro, pensando que en realidad había una pregunta más importante que esa. ¿Cuánto tiempo podría resistirse a su guapo y encantador protector?
Capítulo 2
No estaba del todo dormido cuando oyó el primer golpe en la puerta. Al principio, Brendan creyó que era parte del sueño en el que se había empezado a sumergir, pero cuando volvió a oír otro golpe, se incorporó. Solo podía haber una persona al otro lado, y considerando el modo en que había reaccionado a Amy Aldrich horas antes, dudaba que una visita a esas horas de la noche fuera conveniente. Así que cerró los ojos y se dio media vuelta.