– Estoy seguro de que no se comporta como una mujer casada.
– ¿Y eso qué significa? ¿Cómo se comporta una casada?
– Ya sabes, como Olivia. Feliz y satisfecha consigo misma. Serena. Amy no es así. Por otra parte, ahora que lo recuerdo, me hizo prometer que, si alguien iba a buscarla, le dijera que no la conocía.
– Está casada -aseguró Conor-. Seguro que está casada y por algún motivo se ha escapado. Lo que tienes que hacer cuanto antes, si tienes un poco de sensatez, es despedirla. Échala del barco y haz que salga de tu vida para siempre, antes de que el marido aparezca con un revólver.
– Sí, pero si su marido es violento, ¿no estará más segura conmigo?
Conor se quedó mirándolo atónito.
– Hombre… No me digas que te has enamorado de ella.
– ¡De eso nada! ¡Claro que no!
– Te has enamorado. Ya sabes que me encantaría que encontraras a alguien, pero esta no es tu chica, Bren. Confía en mí. En cuanto empezaste a hablarme de ella, mis instintos de policía se han puesto alerta. Despídela y búscate a otra.
– ¿A quién tienes que despedir?
Brendan y Conor se dieron la vuelta y vieron que Dylan estaba en medio de la sala con una caja.
– Cuando decidimos vivir aquí, no me di cuenta que Meggie tuviera tantas cosas. Deberíamos haber dejado los dos apartamentos y haber buscado uno más grande.
– ¿Por qué no lo hicisteis?
– Porque sus padres no saben que estamos viviendo juntos -respondió Dylan-. Me siento como un adolescente, haciendo cosas a escondidas. Pero Meggie quiere una gran boda y su madre igual. Hemos estado hablando de casarnos por lo civil en navidades y luego celebrar la ceremonia eclesiástica este verano -se agachó, abrió la caja y comenzó a sacar platos envueltos en periódicos-. Pero, ¿a quién hay que despedir?
Brendan no quería que se enterara toda la familia. Todo el mundo acabaría hablando de ello en el pub Quinn.
– A nadie. Es una chica que he conocido.
– Nada serio, ¿eh?
– No, nada serio -aseguró Brendan.
– Bien. Porque Meggie quiere presentarte a su socia, Lana. Es rubia y muy guapa, y tiene un cuerpo de impresión.
Brendan levantó una mano para acallar a su hermano.
– Por ahora no quiero novia. Primero tengo que terminar el libro y luego me iré a Turquía cuatro meses a escribir un libro sobre una excavación. A lo mejor cuando vuelva.
– La conocerás en la boda. Será la dama de honor de Meggie -Dylan arrugó varias hojas de periódico y las tiró a un rincón-. Será mejor que vuelva abajo y espere a Liam y los gemelos. Deberían haber llegado ya con los más pesado -miró a Brendan-. Te quedarás a tomar una pizza, ¿no?
– No, tengo mucho trabajo.
Conor hizo una mueca y Brendan adivinó lo que estaba pensando. Según su hermano, lo primero que tenía que hacer era echar a Amy Aldrich del barco y lo segundo, convencerse a sí mismo de que había hecho lo mejor.
Y después de esas dos cosas, tendría que conseguir olvidarse de la mujer más bella, enigmática y cautivadora que había conocido nunca.
Capítulo 3
– ¡Amy!
La muchacha se sobresaltó al oír su nombre. En Gloucester, no la conocía casi nadie y prefería que siguiera siendo así. Cuando vio que era Serena, una chica que había sido también camarera en el Longliner, la que la saludaba desde el otro lado de la calle, respiró aliviada.
– Hola.
– Hola -contestó Amy-. ¿Qué tal?
– Ernie me ha estado preguntando por ti -dijo preocupada la amiga.
Ernie era el encargado del Longliner durante el turno de mañana y le gustaba cuidar de Amy. Había sido el que le había conseguido la habitación encima del bar y las comidas gratis.
– ¿Ernie? ¿Qué quiere? Si quiere que vuelva, dile que estoy bien. Tengo trabajo y un lugar donde quedarme.
– ¿Me estás diciendo que quieres dejar la hostelería? Y yo que creía que te gustaba que te manosearan los pescadores.
– Las propinas eran buenas, pero no demasiado.
– Bueno, pero Ernie no quiere hablar contigo de trabajo. Quiere verte porque esta mañana han ido al bar unos hombres con trajes oscuros preguntando por ti. Yo me pasé para cobrar y los vi. Parecían policías o quizá detectives. Preguntaron si sabía dónde estabas.
– ¿Y tú qué les dijiste?
– Que no lo sabía. Y eso fue lo que les contestó también Ernie. Les explicó que te echaron de allí ayer y que te habrías ido a otra parte. Ernie odia a la policía. Especialmente a los secretas. ¿Por qué te buscan? ¿Estás metida en algún lío?
– No, lo normal. Algún cheque sin fondos y varios meses de alquiler sin pagar. Estaba casada con un verdadero canalla. Cuando me fui, me llevé todo el dinero del banco y vendí el coche.
Serena soltó una carcajada.
– Yo hice lo mismo cuando dejé a mi ex marido. Escucha, no voy a decirle a nadie dónde estás, y cuando avise a las chicas, tampoco le dirán nada a nadie. Si quieres, diremos que te has ido a Michigan.
– Eso estaría bien. Y ahora tengo que volver al trabajo. No quiero que me echen el primer día.
– Pásate por el bar alguna vez. Te invitaremos a una cerveza.
– Lo haré. Y gracias. Y no digas nada a nadie.
Serena asintió y luego volvió a cruzar la calle. Amy la observó durante un rato con sentimiento de culpa. Odiaba mentir, pero tenía que pensar en las consecuencias de decir la verdad.
Se encaminó hacia el muelle, con las bolsas de comida en la mano, pero mientras caminaba, se fijó en dos hombres que había al otro lado de la calle. Iban con traje oscuro y parecían totalmente fuera de lugar en el muelle de Gloucester… como si fueran policías.
Amy se dijo que empezaba a ponerse paranoica, pero Serena le había hablado de unos hombres y… como si hubieran leído su mente, los dos hombres miraron hacia ella. Amy se detuvo un momento, sin saber si seguir caminando despreocupadamente, o echar a correr a toda velocidad. Eligió lo segundo.
Solo podía correr hacia un lugar. Hacia el muelle, tratando de esquivarlos entre el caos de barcos que allí había. Pero mientras corría, pensaba que la atraparían enseguida si no encontraba un barco donde meterse. Se detuvo un momento y oyó que se acercaban.
Miró en ambas direcciones y corrió hacia una vieja embarcación que había en la parte oeste del muelle. Pero no había modo de subir a ella. Maldijo entre dientes y pensó rápidamente. Solo le quedaba una salida. Miró al agua y pensó que probablemente estaría tan fría que podría desmayarse, pero era su única posibilidad de escape.
Tomó aire y luego saltó al agua, con bolsas y todo. La impresión la dejó sin respiración. Salió a la superficie y tomó aire de nuevo. Las bolsas flotaban, así que decidió no perderlas. Se agarró a una escalera de cuerda que bajaba del muelle y se subió a ella.
Esperó y oyó que los hombres pasaban a su lado, retrocedían, y volvían de nuevo. Le castañeteaban los dientes y sentía un frío terrible. Por un momento, pensó que no lo aguantaría. Contó treinta segundos, sesenta, noventa… tratando de oír a los hombres.
Así, esperó durante tres largos minutos. Luego, con las bolsas todavía en la mano, trató de subir por la escalera. Cuando finalmente llegó arriba, solo quería tumbarse en el suelo y descansar. Pero sabía que los hombres podían seguir allí.
Fue tambaleándose por el muelle hacia El Poderoso Quinn. Cuando llegó, no tenía energía para subirse a bordo. Soltó un gemido y se sentó en un cajón de embalaje.
– No puedo continuar -se dijo, temblando de frío.
Los hombres la encontrarían, la llevarían con su familia y les tendría que explicar por qué se había escapado. Luego discutirían tanto y le harían tantas recriminaciones, que se vería obligada a comportarse como una buena hija otra vez. Su nueva vida había llegado a su fin.