Luego, mientras sus labios se tocaban, Dylan la abrazó. Ella parecía muy pequeña y delicada en sus brazos, suave y receptiva. La primera respuesta fue vacilante, pero luego Meggie le devolvió el beso. El pecho de Dylan dejó escapar entonces un gemido mientras agarraba el rostro femenino entre las manos. Dylan había besado a muchas mujeres en su vida, pero nunca había resultado una experiencia tan intensa.
A pesar de que el deseo le hacía hervir la sangre, Dylan sabía que no la estaba besando para seducirla. La estaba besando porque disfrutaba sintiendo su boca y saboreando su dulzura. Cuando finalmente se apartó, lo hizo porque estaba satisfecho. De momento, aquello era suficiente.
– Debo irme a casa -dijo, acariciando la mejilla de ella-. Tú seguramente también tienes muchas cosas que hacer mañana.
Meggie parpadeó como si su comentario la hubiera sorprendido. Quizá ella quisiera seguir besándolo. Pero Dylan sabía que, si continuaban besándose, le sería imposible contenerse. Ese era el problema con Meggie.
– Sí, debería irme a casa.
Dylan le pasó el brazo por la cintura y fueron hacia el coche. Estaba satisfecho con la velada. Había demostrado a Meggie que no era tan mal tipo y, a juzgar por el modo en que había respondido a su beso, estaba seguro de que volverían a salir juntos.
Dylan sonrió. Sí, había sido una buena velada, considerando que se trataba de su primera cita.
– Fue horrible. No podía haber salido peor. Con todo ese café que tomamos, tuve que ir al baño antes de los entremeses. Luego, tuve que ir otra vez antes del plato principal y descubrí que tenía un trozo de ensalada entre los dientes.
Pero en realidad no había sido tan horrible. De hecho, había sido la mejor cena de su vida. Después de los nervios del primer momento, habían disfrutado hablando y bromeando como si se conocieran desde hacía mucho tiempo, lo cual, por otra parte, era cierto. Dylan parecía bastante interesado por lo que ella le había contado y más de una vez lo había descubierto observándola.
Lana la miró desde el otro lado de la barra del Cuppa Joe's. Meggie esperaba un interrogatorio más exhaustivo, parecido al de la Inquisición, pero, sorprendentemente, Lana no le pidió más detalles.
– Este plan nunca saldrá bien -terminó diciendo Meggie.
En realidad, Meggie no sabía si quería que el plan funcionara o no. Dylan no era el hombre que ella pensaba. Era dulce, atento y muy divertido. No era como el adolescente del instituto y no parecía tener la más mínima intención de herirla… ya no. No después de aquella noche.
– No empieces. Dime, ¿pareció interesarse por ti? -preguntó Lana.
¿Interesarse? A juzgar por el beso que se habían dado al salir de la heladería, ella diría que sí; y también por el beso que se habían dado en el coche, frente a su casa; o por el que le había dado ya en la puerta.
– Creo que sí.
– Eso está bien. ¿Intentó besarte?
– No.
No estaba mintiendo. Dylan no lo intentó, lo consiguió. Y ella había disfrutado con cada uno de sus besos. Se pasó los dedos por el labio inferior, imaginando que todavía podía sentir el calor de Dylan en él.
– No es para nada como el chico que yo recordaba -le explicó a su socia.
Y era cierto. Dylan le había parecido una persona muy distinta a la que esperaba.
Ella sabía muchas cosas de su dura infancia, porque, aunque sus padres nunca habían hablado de él en su presencia, ella había escuchado sus conversaciones muchas veces. De ese modo, se había enterado de que Seamus Quinn bebía y se gastaba en el juego el dinero que ganaba. También había oído que los chicos se quedaban solos durante semanas con una mujer a la que le gustaba demasiado el vodka. Pero ella siempre había creído que solo eran rumores.
Sin embargo, después de conocer mejor a Dylan, estaba empezando a creer que lo que había oído a sus padres sí era cierto. Dylan tenía algo en los ojos, una expresión extraña, que demostraba que ocultaba algo bajo su encantadora sonrisa y sus ingeniosos comentarios. El Dylan que se mostraba al público y el Dylan real eran dos personas totalmente diferentes.
– ¿Te pidió que salierais otra vez?
– Sí. El miércoles.
– ¿Y has aceptado?
Meggie frunció el ceño.
– Sí. ¿Tenía que decir que no? Eso no estaba en el plan.
– Para entonces solo habrán pasado tres días y te dije que tenían que ser cuatro -le recordó Lana.
– Bueno, me pareció que era suficiente y al final le dije que sí. Además, el miércoles es su día libre y tuve que tomar eso en cuenta.
– ¿Y te fuiste pronto a casa?
– No tuve que hacer nada. Después del postre, Dylan se ofreció a llevarme a casa. Lana frunció el ceño.
– ¿Y no te pidió entrar en tu casa?
– No -contestó Meggie, preocupada-. ¿Pasa algo?
– Creo que tenemos que hacer reajustes en el plan. Él no se está comportando de un modo normal. ¿Estás segura de que se lo pasó bien? ¿O tenía esa mirada impaciente que tienen los hombres cuando quieren irse a otra parte?
Meggie notó un nudo en el estómago.
¿Cómo iba a saber ella algo así? Lana era la experta en ese tipo de asuntos.
En ese momento, se abrió la puerta de la cafetería y ambas se volvieron. Un chico se acercó a ellas con un ramo de flores. Seguramente se las mandaba alguien para la inauguración.
Lana fue a firmar el acuse de recibo al chico y agarró el enorme ramo de rosas.
– ¿De quién son? -preguntó Meggie mientras Lana colocaba el ramo sobre el mostrador.
Lana tomó la tarjeta y se la dio a Meggie.
A esta el corazón le dio un vuelco.
Vi estas flores en el escaparate de la floristería y me recordaron a ti.
Dylan
– Son de Dylan -dijo Meggie con una sonrisa en los labios.
Las rosas desprendían un intenso olor y Meggie se acercó para aspirarlo. Sus brillantes colores le levantaron el ánimo inmediatamente.
– Son preciosas -comentó Lana, dando un suspiro-. De acuerdo, lo admito, no entiendo a ese tipo. Primero te deja pronto en casa, sin siquiera intentar darte un beso, y luego te envía flores a la mañana siguiente como si hubiera pasado contigo la noche más maravillosa de su vida. No es lógico.
– ¿Qué quieres decir?
– No habrá casos de esquizofrenia en su familia, ¿verdad?
– Quizá debamos olvidarnos del plan, ya que, al fin y al cabo, se basaba en que tú conocías a los hombres como él.
– No te preocupes, podemos continuar. Solo tienes que dejarme reflexionar sobre ello. Antes de nada, quiero que me cuentes todo lo que pasó ayer. No me ocultes ningún detalle. Ese hombre va a ser todo un reto, pero seguro que podemos con él.
Sin embargo, Meggie no estaba dispuesta a confesarle que había abandonado su meticuloso plan en cuanto Dylan la había mirado a los ojos. Así que le contó todo a su amiga, salvo lo de los besos.
– ¿Podemos hablar de todo esto después? -le preguntó Meggie después de contarle todo por tercera vez-. Tengo cosas que hacer. Y tú se supone que tenías que ir con los menús a la imprenta. Tenemos tres días para planificar la próxima cita.
– De acuerdo. Pero no quiero darlo por terminado. Necesitas prepararte y ser firme. Al final funcionará, ya lo verás.
Meggie asintió y se fue a la trastienda, donde tenían un pequeño despacho. Pero no podría ser firme, se dijo. Cada vez que Dylan la miraba, se le aflojaban las piernas. No podía resistirse a él. Aunque, por otra parte, sabía que, si no lo hacía, acabaría lamentándolo.
Encontró la chaqueta de Dylan colgada en la puerta del despacho. La agarró y se la puso. Cerró los ojos y se imaginó que estaba en sus brazos. El recuerdo de sus besos hizo que se le acelerase el corazón.
Poco después, abrió los ojos.
– Sabía que esto iba a ocurrir. Sales un día con él y te vuelves loca como cualquier adolescente.