Dylan movió la cabeza y soltó una carcajada.
– No, es una mala costumbre que voy a abandonar. Desde ahora, no me voy a dejar ninguna chaqueta más.
– ¿Vamos a montar en barco? -quiso saber Meggie mientras miraba fijamente el enorme barco que se balanceaba en el agua.
Aunque El Poderoso Quinn parecía estar en buenas condiciones de navegación, Meggie tenía miedo.
– Nunca he montado antes en barco. En el océano, quiero decir. Fui una vez a remar a un sitio, pero la barca estuvo a punto de darse la vuelta y yo me caí al agua. Porque pretendes que salgamos a navegar por el océano, ¿verdad?
– Bueno, me imagino que también podríamos atarlo al coche de Liam y luego montarnos e ir por la carretera, pero creo que sería más fácil navegar por el océano -replicó Dylan, riéndose y besándola en la mejilla-. Además, técnicamente no se trata del océano, sino de la bahía de Massachusetts.
– ¿Y para qué tienes que ir a Gloucester?
– Porque Brendan conoce allí a un tipo, que tiene un cobertizo donde poder dejar el barco para repararlo durante el invierno. Por otro lado, como está escribiendo un libro sobre la pesca del pez espada en el Atlántico Norte, aprovechará para quedarse y conocer los alrededores.
– Te repito que no sé nada de barcos.
La muchacha miró nerviosamente al coche que el hermano de Dylan les había dejado y al barco. Meggie tenía pensado romper su relación con Dylan aquel mismo día. No había tenido oportunidad de hacerlo en el parque de bomberos, pero después de dos días de darle vueltas al asunto, se había convencido de que lo mejor era romper con él cuanto antes.
¡Pero en un barco no podía hacerlo! ¿Y si se enfadaba? En un barco, no había sitio para correr. ¿Y si trataba de convencerla de que estaba equivocada? En un barco, no podría esquivar a Dylan. Lo único que él tenía que hacer era tocarla del mismo modo como lo había hecho en el parque para que ella cambiara de parecer.
Dio un suspiro profundo, pensando en que tenía que tomar una decisión rápida. O se iba a Boston en ese momento y se olvidaba para siempre de Dylan, o se pasaba el día en un barco con un hombre que tenía la capacidad de volverla loca con un simple beso. Parpadeó indecisa.
– ¡Oh, qué diablos!
¿Por qué tenía que resistirse a Dylan? ¿Por qué no aprovechar las cosas buenas de la vida? Ya podría romper con él al día siguiente, o al otro, cuando se cansara de cómo sabía su boca o del calor de sus manos en su cuerpo.
– Mi hermano Brendan hará la mayor parte del trabajo -explicó Dylan-. Conor y yo solo tenemos que ayudar en el muelle. Y la novia de Conor, Olivia, también vendrá con nosotros. Entre todos nos ocuparemos de llevar el barco, así que no tienes por qué preocuparte. Te lo pasarás bien, te lo prometo.
– ¿Me prometes que no te enfadarás si me mareo y vomito?
– No te marearás. El barco es muy grande y el mar está en calma. Además, no vamos a alejarnos mucho de la orilla. Pero si no te apetece, no tenemos por qué ir.
Pero ella había decidido relajarse y disfrutar del presente. Dylan la había invitado para que conociera a sus hermanos y ella no podía evitar cierta curiosidad. Los había conocido en el instituto, pero no los había tratado personalmente. Quizá, conociéndolos a ellos, entendería mejor a Dylan. ¿Qué mal podía haber en ello?
– ¡Eh, Brendan! Hay alguien merodeando en tu zona del muelle. ¿Quieres que lo arroje al mar?
Meggie se volvió y vio a un hombre alto y moreno en la cubierta del barco. Era tan guapo como Dylan y tenía los mismos ojos dorados que él. Al ver a Meggie, puso cara de sorpresa.
– ¿Quién es? -preguntó el hombre. Dylan agarró a Meggie de la mano.
– Meggie, este es mi hermano mayor, Conor. No sé si te acuerdas de él. Conor, esta es Meggie Flanagan… la hermana pequeña de Tommy Flanagan.
Conor esbozó una amable sonrisa y le dio la mano para ayudarla a subir a bordo.
– Me alegro de que hayas venido. Dylan señaló hacia la cabina del piloto, donde había otro hombre igual de guapo que los otros dos.
– Y ese es Brendan.
Brendan hizo un gesto con la mano a Meggie. Se quedó mirándola extrañado durante un rato y luego continuó con lo que estaba haciendo. Conor saltó al muelle y, segundos después, los motores comenzaron a sonar. Como un equipo bien organizado, Dylan fue a quitar las amarras de proa mientras Conor hacía lo propio con las de popa. En el último momento, ambos saltaron a bordo y el barco salió del puerto de Hull.
Una mujer rubia y guapa salió del camarote y se acercó a Conor, que se la presentó a Meggie como su novia, Olivia Farrell. Meggie nunca se había sentido cómoda con desconocidos, pero Olivia la hizo sentirse arropada. En un momento dado, la agarró de la mano y la llevó al interior del camarote, que era acogedor y limpio.
– ¡Qué bonito!
– Sí -dijo Olivia, sonriéndole. Luego agarró una cesta de mimbre y la colocó sobre la mesa-. Me alegro de que hayas venido. Me preguntaba cuándo íbamos a conocerte.
– ¿Conocerme? -preguntó Meggie, sentándose en la mesa para evitar así tener que mantener el equilibrio.
– Por el modo en que Dylan habló de ti el otro día en el pub, me dio la impresión de que ibais a empezar a veros a menudo – Olivia comenzó a sacar el contenido de la cesta y a dejarlo sobre la mesa-. Es un chico estupendo. Me alegro de que haya encontrado a alguien.
Meggie aceptó la taza de café que le sirvió Olivia. El café le asentó el estómago y le calentó las manos.
– Bueno, lo cierto es que solo hemos salido un día. Además, Dylan no parece un hombre al que le gusten las relaciones serias.
– Pero nunca antes había traído a ninguna amiga a estas excursiones. O por lo menos, eso es lo que me ha contado Conor. Eso significará algo, ¿no crees?
Meggie se encogió de hombros.
– Quizá. Pero los hombres como Dylan no se enamoran. O por lo menos, no para siempre.
– Parece que te sabes las historias de Seamus Quinn sobre los Quinn.
– ¿Qué quieres decir?
– Después de que su madre se fuera, Seamus Quinn les contaba a sus hijos por la noche historias sobre sus antepasados. Las historias siempre contenían el mismo mensaje: el enamorarse era una debilidad. Y los chicos las repetían una y otra vez cuando Seamus estaba en el mar. Brendan es el que mejor las cuenta, pero he oído que Dylan también es bueno… Me imagino cómo sería la vida de ellos de niños sin su madre -añadió, dando un suspiro.
– Dylan nunca menciona a su madre. ¿Tienen relación con ella?
– No. Seamus dice que se murió en un accidente de coche un año después de que los abandonara, pero Conor no se lo cree. No sé lo que pensará Dylan. Él oculta sus sentimientos bajo esa fachada simpática y cordial, pero creo que es al que más le afectan las cosas. Conor fue quien se encargó de criar a los chicos y Brendan ayudaba a su padre con el barco. Dylan no tenía ningún papel importante, así que aprendió a hacerse encantador.
– Sí, puede ser encantador. Algunas veces me atrapa ese encanto y hasta creo que me tiene un poco de cariño.
– ¿Y si fuera así? ¿Tú qué sientes por él? El rostro de Meggie se iluminó con una amplia sonrisa.
– Estoy enamorada de Dylan Quinn desde los trece años. Me gustó desde el primer día que vino a casa con mi hermano Tommy. Dylan era alto y muy guapo ya entonces y yo pensé que me moriría si él no me correspondía -de repente, se puso colorada-. No debería contarte esto.
Olivia se sentó a su lado y le ofreció galletas.
– No, no te preocupes. La primera vez que vi a Conor, sentí lo mismo. Me comporté como una colegiala. Todos los hermanos tienen algo irresistible. Son muy duros por fuera, pero por dentro son… frágiles.
– Algunas veces, no puedo pensar si él me mira. Y cuando me besa, yo… -Meggie se detuvo, pensando que quizá estaba hablando demasiado, pero Olivia la miró sonriendo.