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– Lo sé. Yo intento resistirme a Conor, pero nunca lo consigo. Quizá los cuentos de Seamus sean verdad. A lo mejor esta familia tiene poderes mágicos.

Meggie asintió y luego dio un suspiro profundo.

– Algunas veces pienso que sigo enamorada de Dylan. Pero luego me enfado conmigo misma y trato de olvidarme de ello, porque sé cómo es él.

– La gente cambia y algunas veces merece la pena arriesgarse -se levantó y agarró a Meggie de la mano-. Vamos fuera; hace un día precioso.

Encontraron a Dylan y Conor en la cabina con Brendan. La vista desde la proa era espectacular. Meggie miró hacia la bahía y luego a la orilla, donde se veía el perfil de la ciudad de Boston, envuelta en una ligera bruma. El balanceo del barco era bastante pronunciado y Meggie se agarró al brazo de Dylan. Luego, cerró los ojos, dio un suspiro profundo y rezó para que no le entraran ganas de vomitar la galleta que acababa de tomarse junto con la taza de café.

Cuando abrió los ojos, Dylan la estaba mirando.

– Vamos abajo. Allí te sentirás mejor – dijo, ayudándola a bajar por la escalera-. ¿Qué tal?

– Mejor.

Dylan le pasó un brazo por los hombros.

– Estupendo.

Se quedaron en silencio un buen rato, ambos mirando el agua y respirando el aire salado. Las gaviotas volaban sobre ellos, sumergiéndose de vez en cuando en el agua en busca de la carroña que las barcas dejaban.

– Me gusta tu familia -dijo Meggie de repente-. Tus hermanos son muy simpáticos y Olivia es encantadora.

– Sí, lo es. Conor es un hombre con suerte. Y le estoy agradecido por ser el primero en demostrar que la leyenda de la familia es falsa. Al parecer, los miembros de la familia Quinn sí que pueden ser felices al lado de una mujer. Siempre que encuentren a la mujer adecuada.

Meggie se quedó un rato callada, pensando en si ella sería la mujer adecuada para él.

– Dylan, ¿por qué me has traído?

– No estoy seguro -contestó él, mirando al horizonte-. Solo sabía que, cuando estuviera en el mar, me gustaría tenerte a mi lado. Quería que vieras todo esto -añadió, mirándola de reojo-. Es parte de mí. Si no fuera por este barco, probablemente seguiría viviendo en Irlanda y sería una persona diferente -miró a su alrededor, como si estuviera hablando demasiado-. Cuando era pequeño, odiaba este barco.

– ¿Por qué?

Dylan se levantó y fue hacia la proa. Luego se volvió hacia Meggie y ella contuvo el aliento. Con el viento revolviéndole el cabello, Dylan parecía un dios antiguo. Era el hombre más guapo que había conocido y en ese barco, con el mar azul a su alrededor, parecía en su medio natural.

– Por este barco fue por lo que vinimos a América. Y también fue el culpable de que mi padre pasara semanas enteras fuera de casa -le explicó-. Este barco es el que hizo que mi madre se fuera y nos dejara. Este barco fue el culpable de todas las cosas malas que me pasaron de pequeño. Algunas veces, deseé que se hundiera en el fondo del mar para que nosotros pudiéramos ser una familia normal. Pero ahora que soy mayor, me doy cuenta de que no era el barco, sino lo que representaba: la soledad, el miedo y las privaciones.

Meggie se sorprendió de la repentina confesión de Dylan. ¿Qué pensaría Lana de ello? Tendrían que revisar su plan.

– ¿Qué le pasó a tu madre?

– No lo sé con seguridad. Conor cree que sigue viva, pero creo que a todos nos asusta un poco que sea cierto. Nos da miedo que la imagen que tenemos de ella no sea la real. Lo único que sabemos es que un día se fue y todo empezó a ir mal -esbozó una sonrisa-. Mi padre y sus historias sobre los Quinn… Lo único que tenía que hacer era mirar a sus hijos para darse cuenta de lo mucho que necesitábamos a nuestra madre. Por eso pasaba yo tanto tiempo en tu casa. Tu madre era siempre muy cariñosa conmigo y cocinaba mucho mejor que Conor.

– Y si un día apareciera, ¿qué haríais?

Dylan se quedó en silencio unos instantes, con la vista fija en ella. Meggie vio el dolor en sus ojos y, de repente, entendió al adolescente que una vez había sido él. Comprendió al muchacho que usaba su físico y su simpatía para hacerse un lugar en el mundo y para protegerse de los terrores de la vida.

Dylan volvió y se sentó junto a Meggie.

– La agarraría de la mano y no dejaría que se fuera nunca más.

Meggie sintió un nudo en la garganta. Por un momento, quiso creer que hablaba de ella. Se acercó y le dio un beso en los labios. Dylan puso cara de sorpresa y luego esbozó una sonrisa mientras apretaba su frente contra la de ella.

Meggie dio un suspiro profundo y besó de nuevo a Dylan, dejando a un lado sus dudas y preocupaciones. Quería disfrutar del presente y las sensaciones que calentaban su sangre en esos momentos. Ya decidiría qué iba a hacer más tarde. De momento, quería seguir soñando un poco más de tiempo.

– Así que esta mujer es Meggie Flanagan -murmuró Brendan, mirando hacia la proa.

Dylan miró por la ventanilla de la cabina. Meggie y Olivia estaban sentadas en proa, tomando chocolate caliente y charlando animadamente. Habían llegado, ya por la tarde, a Gloucester y Conor había ido a comprar algo de cena en el muelle.

– Desde luego, no es la Meggie Flanagan que yo recuerdo del instituto -añadió Brendan-. Era solo un año más pequeña que yo, pero no recuerdo haber visto nada en ella que sugiriera la belleza en que iba a convertirse.

– Es muy guapa, ¿verdad? Algunas veces pienso que podría mirarla durante horas y no aburrirme nunca.

Brendan le dio un golpecito a su hermano en el hombro.

– Parece que esa mujer te ha atrapado.

– Puede que sí, puede que no. Nos hemos visto varias veces desde lo del incendio, aunque solo hemos salido, oficialmente, una vez. Y todavía no puedo asegurar qué siente ella por mí.

– No puedes culparla. Ya sabes tu fama con las mujeres.

Dylan hizo un gesto de impaciencia. ¿Por qué siempre le hablaban de lo mismo?

– Espero quitarme esa fama durante la próxima década. Meggie es la primera chica especial en mi vida y no quiero que piense que estoy haciendo tiempo con ella hasta que aparezca otra.

– Esto no presagia nada bueno. Primero Conor y luego tú. Papá ha tenido que hacer un gran esfuerzo para aceptar lo de Conor. Cuando se entere de lo tuyo, le va a dar un infarto. Todos aquellos cuentos no han servido para nada.

– Te repito que es pronto para decir que lo mío vaya en serio.

Dylan volvió a mirar a Meggie, que en un momento lo vio observándola y lo saludó alegremente con la mano.

– Me doy cuenta de cómo la miras. Así que te diré lo mismo que le dije a Conor. No lo estropees, puede que solo tengas una oportunidad de hacer que salga bien.

Dylan asintió.

– ¿De qué estarán hablando?

– Ya conoces a las mujeres. Probablemente están haciendo comparaciones sobre la virilidad de los hermanos.

– ¿De veras? -preguntó Dylan-. ¿Hablan de eso? Pero si no se conocen apenas.

– Bueno, supongo que no estarán hablando de deportes y tampoco pueden estar tanto tiempo hablando de barras de labios y esmalte de uñas. Más tarde o más temprano, me imagino que se habrán puesto a hablar de hombres.

– Será mejor que vaya con ellas. No quiero que Olivia la asuste.

Hasta ese momento, no le había importado que sus hermanos conocieran a sus novias. Pero Meggie no era una conquista y quería que la conocieran como él la conocía. Que vieran lo simpática que era y entendieran por qué le hacía reír. Y quería demostrarles que no todas sus relaciones tenían por qué terminar en poco tiempo, que él también era capaz de enamorarse.

Después de todo los cuentos que su padre les había contado sobre los peligros del amor, había imaginado que nunca llegaría a querer a una mujer. Pero cada vez que pasaba un rato con Meggie, se daba cuenta de que sí era posible encontrar a la persona perfecta con la que compartir la vida. Sí, quizá esa persona fuera Meggie.